
La discusión sobre por qué algunas especies de plantas y animales pueden adaptarse a una amplia variedad de climas, mientras que otras no, ha sido un tema recurrente entre los biólogos. Comprender estas dinámicas es fundamental para que los gestores de conservación y los responsables de la toma de decisiones puedan identificar cuáles especies son más vulnerables al cambio climático. Un nuevo estudio publicado en Nature Communications por investigadores de la Universidad de Texas en Austin ha revelado patrones sorprendentes en la distribución global de aproximadamente 1.500 especies de aves.
Entre los hallazgos más destacados se encuentra que algunas especies que se reproducen en amplias áreas geográficas pueden estar adaptadas a un rango climático relativamente estrecho. Esto las hace más vulnerables al cambio climático de lo que se había considerado previamente. Un ejemplo ilustrativo es el del alcaudón bohemio, cuya área de reproducción abarca una vasta porción del Ártico, en contraste con el timal de corona castaña, que habita en un área mucho más reducida centrada en Nepal y Bután. A pesar de su amplia distribución, el alcaudón bohemio se encuentra en un rango climático mucho más extremo que el timal, lo que sugiere que podría estar en mayor riesgo debido al cambio climático.
Patrones de vulnerabilidad y el papel del tamaño cerebral
Los investigadores también descubrieron que las especies con cerebros más grandes, en relación con su tamaño corporal, tienden a estar adaptadas a nichos climáticos estrechos. Esta relación plantea la posibilidad de que estas aves, consideradas tradicionalmente más adaptables debido a su mayor capacidad de comportamiento flexible, puedan ser en realidad más vulnerables al cambio climático. Según Carlos Botero, profesor asociado de biología integrativa y autor principal del estudio, «los tamaños de cerebro más grandes están correlacionados con un comportamiento más flexible, por lo que se esperaría que las aves de gran cerebro sean más adaptables. Sin embargo, resulta que muchas de estas aves son especialistas climáticos, lo que significa que han evolucionado para prosperar en tipos climáticos muy particulares y, por ende, pueden ser más vulnerables de lo que pensábamos”.
El estudio, realizado por Botero junto con el autor correspondiente, João Fabrício Mota Rodrigues, utilizó mapas de distribución aviar estimados a partir de cientos de miles de observaciones directas realizadas por ciudadanos científicos a través de la plataforma eBird. Esta colaboración exitosa entre observadores de aves y científicos ha permitido crear representaciones altamente precisas de la distribución de diferentes especies, facilitando la respuesta a preguntas que antes eran imposibles de abordar.
Para el análisis, el equipo de investigación desarrolló un sistema que clasifica todos los tipos de clima del planeta en función de dos factores: la «dureza térmica», que aumenta con temperaturas más frías, variables y menos predecibles, y la «dureza xerica», que se incrementa con precipitaciones más bajas, variables y menos predecibles. Con esta información, crearon un mapa de «espacio climático» en dos dimensiones que ilustra cómo se distribuye la superficie terrestre según estas combinaciones de factores, permitiendo evaluar el riesgo de las especies en función de su nicho climático.
Botero subraya la importancia de este estudio al señalar que la forma habitual de evaluar el riesgo de una especie, que generalmente implica una lista de factores individuales, puede pasar por alto la complejidad de los patrones subyacentes y las contradicciones. «Necesitamos dejar de lado la evaluación de los factores de riesgo individuales de forma aislada y considerar cómo se combinan estos factores complejos. A veces, son las interacciones inesperadas las que tienen mayor impacto».