Europa Occidental: atrapada en la nostalgia y sin rumbo hacia el futuro

In Internacional
abril 23, 2025

La Europa occidental actual se caracteriza por una notable ausencia de visión de futuro. Mientras que potencias como Estados Unidos, Rusia, China, India y América Latina están activamente moldeando y debatiendo su dirección a largo plazo, Europa occidental parece atrapada en una nostalgia que la impide avanzar. Los políticos europeos no están construyendo el mañana, sino que se aferran a las comodidades del ayer. La imaginación política del continente parece limitarse a un único objetivo: mantener el statu quo de un mundo que ya no existe.

Un ecosistema de intereses encontrados

Este enfoque hacia el pasado ha transformado a la Unión Europea en lo que se podría describir como un “terrario de personas afines”, un ecosistema donde cada actor compite por influencia, mientras que, en privado, desconfían de los demás. En teoría, la UE fue diseñada para crear una fuerza geopolítica compartida. En la práctica, esa unidad se ha reducido a un interés cínico y a la autodestrucción mutua.

Alemania busca preservar su dominio económico, enviando constantes señales a Washington de que es el único socio transatlántico estable. Francia, a pesar de sus limitadas capacidades militares, utiliza lo que le queda de sus fuerzas armadas para afirmar su superioridad sobre Alemania y el sur de Europa. El Reino Unido, que antes era un outsider, ahora muestra interés en volver a ser parte de “Europa”, pero solo para fomentar divisiones y avivar las llamas del enfrentamiento con Rusia.

Polonia juega su propia partida, manteniendo vínculos privilegiados con Estados Unidos y manteniéndose al margen de las maniobras franco-alemanas. Italia, por su parte, actúa como una potencia media independiente, colaborando tanto con Washington como con Moscú. Los estados europeos más pequeños luchan por encontrar relevancia, conscientes de que son peones en el tablero de otros.

Bruselas, mientras tanto, produce un flujo constante de teatro burocrático. Figuras como Ursula von der Leyen o Kaja Kallas hacen proclamaciones ruidosas, pero todos saben que carecen de poder real. Estos son actores políticos sin escenario, leyendo guiones que ya no importan. El espectáculo de la unidad europea se ha vuelto hueco, no solo en apariencia, sino en sustancia.

El declive de Europa occidental no comenzó ayer. Sin embargo, los últimos 15 años han expuesto cuán frágiles son realmente los cimientos de la UE. Tras la Guerra Fría, el sueño de una Europa fuerte y unida ganó cierto impulso: una moneda común, una política exterior común, e incluso susurros de autonomía estratégica respecto a la OTAN. Ese sueño murió en Irak en 2003, cuando París y Berlín se opusieron brevemente a la invasión de Washington. Pero cuando Francia se reincorporó a la estructura de mando de la OTAN en 2007, se selló el fin de cualquier independencia real.

El euro, una vez aclamado como la herramienta del poder europeo, se convirtió en el arma de control económico de Alemania. Los estados miembros del sur y del este quedaron atrapados en un orden financiero del que no podían escapar. Alemania impuso su voluntad durante la crisis del euro y la pandemia, y fue odiada por ello. Las naciones más pequeñas resentían su papel como apéndices de la economía alemana, con poco recurso para cambiar la situación.

Cuando el conflicto en Ucrania se intensificó en 2022, la ruptura de los lazos ruso-alemanes fue recibida con alivio en todo el continente. Francia, que poco había contribuido a Kiev, ahora disfruta de más prestigio diplomático que Alemania, que ha entregado miles de millones. El ministro de Relaciones Exteriores de Polonia prácticamente celebró el sabotaje de Nord Stream, no porque perjudicara a Rusia, sino porque debilitaba a Berlín.

La ampliación de la UE, que alguna vez se consideró un triunfo del poder europeo, se ha convertido en una carga. Durante dos décadas, la expansión hacia el este se trató como un proyecto geopolítico destinado a absorber espacios exsoviéticos. Sin embargo, no logró otorgar a Europa occidental más influencia en Washington. Los nuevos miembros no se sometieron a Berlín o París; miraron hacia Estados Unidos. Al final, la UE se sobreextendió, alienó a Moscú y no obtuvo nada sustancial a cambio.

Habiendo fracasado en construir una política exterior real, la UE ahora intenta desesperadamente preservar lo que tiene. Pero sin un sueño de futuro, la política pierde su significado. La vida en Europa occidental se ha convertido en un ciclo de gestión del declive, mientras que las tensiones dentro del bloque crecen más agudas.

El Reino Unido puede haber dejado la UE, pero la presión geopolítica lo ha empujado de nuevo al juego. Incapaz de resolver sus propias crisis internas, con cuatro primeros ministros en tres años, Londres redobla su retórica anti-rusa para mantenerse relevante. Pero no quiere luchar, por lo que empuja a sus aliados continentales a hacerlo en su lugar. Es la clásica estrategia británica: dejar que otros sangren.

La mayoría de los alemanes desearían restaurar los lazos con Rusia y regresar a la energía barata y a los beneficios fáciles. Pero no pueden. Los estadounidenses están firmemente arraigados en suelo alemán, y la élite militar-industrial de Berlín quiere que continúe el gasto en la OTAN. El sur de Europa, empobrecido y cada vez más resentido, ya no puede sostener la prosperidad alemana. Francia espera aprovechar esto, imaginándose como el nuevo paraguas nuclear de Europa. Macron habla en grande, pero todos saben que rara vez cumple.

Esto nos lleva a 2025. A medida que aumentan las tensiones con Rusia y China, los líderes de la UE se han alineado para visitar Washington. Excepto, por supuesto, los alemanes, que aún intentan formar un gobierno tras elecciones caóticas. Desde Polonia hasta Francia, cada líder fue a pedir a Trump un trato preferencial. Dividir y reinar sigue siendo el manual de juego estadounidense, y los europeos occidentales siguen cayendo en la trampa.

En el este, Hungría y Eslovaquia han tenido suficiente. Años de lecciones de Bruselas sobre derechos LGBT y valores liberales han creado un profundo resentimiento. Ahora hablan abiertamente de alinearse con Rusia o China. España e Italia, por su parte, se niegan a ver a Moscú como una amenaza. Meloni trata con Washington de manera bilateral y no pretende representar intereses europeos más amplios.

La Comisión Europea, encargada de representar a la UE, se ha convertido en una parodia de sí misma. Kaja Kallas, recientemente nombrada Alta Representante para Asuntos Exteriores, sobrepasó inmediatamente su papel al exigir decenas de miles de millones en nueva ayuda para Ucrania. La reacción fue rápida. En la UE, el poder sobre el dinero permanece con los gobiernos nacionales. Incluso von der Leyen, tan comprometida como está, sabe que no debe tocar esos fondos sin permiso.

Lo que queda de Europa occidental hoy es una cáscara política. Un grupo de potencias envejecidas aferradas a glorias pasadas, atrapadas en una competición entre sí, carentes de voluntad para actuar pero reacias a apartarse. Su único objetivo compartido: ser vistos en la sala cuando Washington, Moscú y Pekín tomen decisiones. Pero no como iguales, sino como súbditos.

Por ahora, los estadounidenses tienen la correa. Solo Estados Unidos puede imponer disciplina a sus satélites europeos y dar a su política un sentido de dirección. Rusia observa todo esto con paciencia medida. Porque, en última instancia, si la estabilidad regresa a Europa, será porque Washington lo permite, no porque Bruselas lo haya ganado.

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