
Un reciente estudio publicado en los Proceedings of the National Academy of Sciences ofrece nuevas perspectivas sobre la difusión de la agricultura en sociedades humanas antiguas. En esta investigación, un equipo de científicos, entre los que se encuentran Enrico R. Crema, Stephen Shennan y Oreto García-Puchol, propone que el contacto entre diferentes grupos culturales fue un factor clave en la adopción de prácticas agrícolas.
La investigación utiliza un modelo matemático inspirado en las ecuaciones de depredador-presa, aplicadas aquí para analizar la interacción entre comunidades de cazadores-recolectores y grupos agrícolas. Los resultados sugieren que la convivencia de estas dos culturas en un mismo espacio puede acelerar la adopción de la agricultura, dependiendo de la dinámica de interacción y competencia entre ellas.
Estudio de casos en tres regiones
El equipo de investigación examinó datos de tres regiones: la Iberia oriental, Dinamarca y la isla de Kyushu en Japón. En cada uno de estos lugares, el inicio de la agricultura se produjo a través de la llegada de grupos de agricultores que interactuaron con los forasteros locales, aunque la forma y velocidad de esta interacción variaron notablemente.
En la Iberia oriental, la agricultura se introdujo alrededor del 5600 a.C., y su adopción fue relativamente rápida, en un periodo de 300 a 400 años. Los agricultores, que llegaron por mar, tenían vínculos débiles con sus comunidades de origen, lo que les obligó a expandirse rápidamente. Este contexto sugiere que pudieron haber enfrentado “intentos fallidos” de asentamiento que no quedaron reflejados en el registro arqueológico.
En Dinamarca, el proceso fue más lento, extendiéndose entre 600 y 800 años. Los agricultores y los forasteros coexistieron durante siglos antes de que se produjera un cambio dramático en la población, sugiriendo una frontera estable entre ambos grupos a lo largo del tiempo.
Por otro lado, en Kyushu, la introducción del cultivo de arroz húmedo por migrantes de la península coreana alrededor del 1000 a.C. se caracterizó por un crecimiento modesto de la población agrícola, con una integración limitada con los forasteros, quienes experimentaron una disminución más rápida en su número en comparación con otras regiones.
La investigación destaca la importancia del contacto humano en la difusión de la agricultura. Se plantea que el intercambio social y cultural, como el comercio y el matrimonio, podría haber facilitado la adopción de técnicas agrícolas. A su vez, la competencia por recursos también pudo haber llevado a la reubicación o disminución de las poblaciones de cazadores-recolectores.
Las conclusiones de este estudio subrayan que la conectividad humana es crucial para el cambio cultural y tecnológico. Aunque no se descartan otros factores como las fluctuaciones climáticas, se enfatiza que la dinámica demográfica y la interacción social pueden jugar un papel decisivo en la difusión de prácticas agrícolas.