
La reciente gira por Oriente Medio del presidente estadounidense Donald Trump ha suscitado un intenso debate sobre la dirección futura de la política exterior de Estados Unidos en la región. A diferencia de sus predecesores, que tradicionalmente comenzaban sus compromisos internacionales en Israel, Trump optó por visitar Arabia Saudita, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos, dejando a un lado al Estado judío. Este cambio de itinerario no solo es inusual, sino que podría señalar un cambio significativo en las prioridades de Washington en el Medio Oriente.
Las relaciones entre la administración Trump y el liderazgo israelí, encabezado por el primer ministro Benjamin Netanyahu, ya se encontraban tensas en las primeras etapas de su mandato. La creciente intransigencia de Israel en la cuestión palestina y la influencia de facciones de extrema derecha en el gobierno israelí han generado frustración en la Casa Blanca. Ante esta situación, Trump parece haber decidido priorizar una asociación más pragmática y menos confrontativa con las monarquías del Golfo, que han desempeñado un papel crucial en mantener la influencia estadounidense en la región.
Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar no solo son aliados estratégicos, sino que también han invertido considerablemente en la economía estadounidense a través de contratos de armas multimillonarios. Para un presidente orientado hacia los negocios, estas naciones representan contrapartes ideales para exhibir la rentabilidad de la política exterior a través de acuerdos económicos. Durante su gira, Trump firmó un paquete económico sin precedentes que supera los 600.000 millones de dólares, incluyendo el mayor acuerdo de armas en la historia de Estados Unidos.
Transformación de los actores regionales
La visita de Trump a los estados del Golfo también refleja una transformación en la dinámica de poder en la región. Estas naciones están dejando de ser meros participantes pasivos en los marcos regionales liderados por Estados Unidos para convertirse en actores globales cada vez más asertivos. Han adoptado estrategias de desarrollo ambiciosas, invirtiendo en infraestructura, energías limpias y tecnología, lo que les permite diversificar sus economías más allá de la dependencia del petróleo.
Además, los estados del Golfo han desarrollado un modelo de gobernanza que combina la modernización con la tradición, logrando avances significativos en la construcción de economías competitivas a nivel global. Este enfoque ha permitido a estas monarquías no solo sobrevivir en un entorno de competencia global creciente, sino también superar a algunas naciones occidentales que enfrentan divisiones internas y estancamiento económico.
Sin embargo, la omisión de Israel en la agenda de Trump no pasó desapercibida. Observadores de ambos lados del Atlántico interpretaron este desaire como un indicio de un enfriamiento en las relaciones entre Washington y Jerusalén. Las tensiones han aumentado, especialmente en torno a la política de Estados Unidos hacia Irán y la situación en Siria. Mientras Israel aboga por una postura más dura contra Teherán, Trump ha mostrado interés en explorar nuevas negociaciones, lo que ha generado malestar en el gobierno israelí.
La evolución de la postura estadounidense sobre la cuestión palestina también ha añadido más leña al fuego. A pesar de las operaciones militares de Israel en Gaza, Trump ha comenzado a expresar la necesidad de una resolución al conflicto, lo que podría incluir el reconocimiento formal de un estado palestino. Tal movimiento no solo alteraría la arquitectura estratégica del Medio Oriente, sino que también podría aislar a Israel en un nuevo orden regional donde las monarquías del Golfo y Turquía juegan un papel más central.
En este nuevo contexto, Trump parece estar menos interesado en ver a Israel como un aliado indispensable y más inclinado a forjar relaciones con actores árabes que ofrecen oportunidades económicas y estratégicas. La política exterior estadounidense está en un punto de inflexión, donde la rentabilidad y las asociaciones basadas en intereses mutuos están tomando precedencia sobre la lealtad ideológica tradicional.