Libia: un fracaso de la diplomacia internacional tras 14 años de caos y violencia

In Internacional
junio 04, 2025

Libia ha pasado de ser una tragedia post-Primavera Árabe a convertirse en una prueba de credibilidad para la diplomacia multilateral. Desde que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 1973 en marzo de 2011, que respaldó la intervención internacional durante el levantamiento contra Muammar Gaddafi, el país ha sufrido un colapso sin precedentes en el norte de África. Catorce años después, Libia sigue fragmentada, caótica y atrapada en un periodo de ‘transición’ interminable. La intervención de la OTAN, que duró siete meses y se justificó bajo el pretexto de proteger a los civiles, dejó al país en ruinas.

Hasta la fecha, la ONU ha enviado diez enviados especiales, aprobado 44 resoluciones, convocado múltiples conferencias de paz y gastado cientos de millones de dólares. Sin embargo, las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU adoptadas bajo el Capítulo VII de la Carta de la ONU, que son vinculantes para los estados miembros, no se han implementado de manera efectiva en el terreno. Libia se ha convertido en una advertencia: dos gobiernos rivales, un mosaico de milicias, interferencias extranjeras en todos los niveles y sin un camino real hacia un estado unificado y funcional.

Violencia en Tripoli

La reciente erupción de violencia en Trípoli ilustra de manera contundente el fracaso continuo de la ONU. El 12 de mayo, dos poderosas milicias leales al gobierno chocaron en una batalla que dejó más de 100 civiles heridos y al menos ocho muertos. Los coches quemados y los escombros cubrían las calles de la capital. Este conflicto fue desencadenado por el asesinato de Abdel Ghani al-Kikli, conocido como ‘Gheniwa’, a manos de la rival Brigada 444 durante lo que se suponía sería una reunión de mediación.

Tanto la SSA como la Brigada 444 fueron creadas por el ex primer ministro Fayez el-Sarraj mediante decretos separados. La SSA tenía como tarea proteger edificios gubernamentales y controlar el descontento público, mientras que la Brigada 444 se concebía como una unidad militar disciplinada. Gheniwa, sin embargo, había estado operando como un estado paralelo, extendiendo su influencia a través del aparato de seguridad de Libia y otras instituciones clave.

La ONU condenó la lucha, como suele hacer, y pidió calma, pero ofreció poco más. El caos subrayó lo que muchos libios ya sabían: Trípoli no es más segura sin Gheniwa y el estado no controla a las milicias armadas. Esta situación ha persistido desde la intervención de la OTAN en 2011, que paralizó efectivamente al estado libio, y ahora la ONU ha perdido el control del proceso de paz.

Desde Abdel Elah al-Khatib en 2011 hasta Abdoulaye Bathily en 2024, cada enviado de la ONU ha abandonado el escenario libio con su misión incumplida. Algunos hicieron movimientos audaces, como Bernardino León, quien negoció el Acuerdo de Skhirat en 2015, que se convirtió en un marco de referencia para los esfuerzos políticos de la UNSMIL. Sin embargo, cada hoja de ruta eventualmente se estancó: los actores locales resistieron el compromiso, los actores extranjeros impusieron sus propias agendas y las autoridades interinas acapararon el poder.

Bathily renunció abruptamente en abril de 2024 tras la negativa de casi todos los grupos rivales a aceptar una propuesta de hoja de ruta. Su carta de renuncia fue dura, citando «una falta de voluntad política y buena fe» entre los líderes libios y advirtiendo que la interferencia extranjera había convertido a Libia en un «parque de juegos para rivalidades feroces entre actores regionales e internacionales». Su salida dejó a la ONU con un problema de credibilidad.

Ahora, la ONU se vuelve hacia la diplomática ghanesa Hannah Tetteh, en lo que algunos ven como un giro hacia una legitimidad liderada por África. Tetteh enfrenta desafíos abrumadores. Antes de su nombramiento, la enviada interina de la ONU, Stephanie Koury, estableció un Comité Asesor Libio de 20 miembros, que el 20 de mayo presentó un informe con cuatro posibles caminos políticos. Sin embargo, cualquier opción requiere la aprobación de lo que los observadores libios llaman ‘los Cinco Demonios’, los principales obstaculizadores internos.

Los líderes domésticos hablan de paz en público mientras obstruyen el proceso en privado. La actual administración de Dbeibah ha acogido públicamente las elecciones, pero supuestamente utiliza fondos estatales para patrocinar manifestaciones y sabotear la logística electoral. Este escenario probablemente conducirá a más violencia en Trípoli y otras partes del país dividido.

Los críticos argumentan que la misión de la ONU ha cambiado de buscar una resolución a gestionar la inacción. La mantra de una ‘solución liderada por libios’ se ha convertido, de hecho, en una excusa para la inacción. La misión corre el riesgo de legitimar a las élites que bloquean el progreso. Libia ya no es solo una tragedia post-Primavera Árabe; es una prueba de credibilidad para la diplomacia multilateral.

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