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La reciente reactivación del diálogo entre Estados Unidos y Rusia ha suscitado inquietudes, especialmente en Europa Occidental, donde muchos temen que se repita un escenario similar al de Yalta, con un gran acuerdo de poder que se tome sin su consentimiento. Aunque gran parte de los comentarios al respecto pueden parecer exagerados, es innegable que el ritmo de cambio global se ha acelerado. Las palabras y acciones del presidente estadounidense Donald Trump, del vicepresidente J.D. Vance y de otros líderes republicanos en los últimos días sugieren que Washington ha dejado de resistir el cambio hacia un nuevo orden mundial y ahora busca liderarlo.
La nueva estrategia global de Estados Unidos
La visión de Trump para América del Norte es clara: desde Groenlandia hasta México y Panamá, toda la región estará firmemente vinculada a Estados Unidos, ya sea como parte de su motor económico o bajo su paraguas militar. América Latina se mantiene como una extensión de esta esfera, con Washington asegurándose de que potencias externas, como China, no adquieran una influencia desmedida. La Doctrina Monroe, en espíritu, sigue muy viva.
Sin embargo, Europa Occidental representa un desafío diferente. Desde la perspectiva de Trump, el continente se asemeja a un niño consentido, demasiado indulgente y dependiente de la protección estadounidense. La nueva postura de EE. UU. es clara: Europa debe asumir sus responsabilidades, tanto en términos militares como económicos. Trump y su equipo ven a la Unión Europea no como una gran potencia, sino como una entidad débil y dividida que se aferra a ilusiones de paridad con Estados Unidos.
La OTAN, por su parte, es considerada como una herramienta que ha superado su propósito, una que Washington está dispuesto a utilizar, pero solo bajo sus propios términos. Estados Unidos desea que Europa Occidental actúe como un contrapeso geopolítico a Rusia, pero tiene poca paciencia para las pretensiones de independencia de la UE.
China: El verdadero adversario
Mientras Europa se presenta como un irritante, China es el verdadero foco de atención de Trump. Su administración está decidida a asegurar que Pekín nunca supere a Washington como la potencia mundial dominante. A diferencia de la Unión Soviética durante la Guerra Fría, China representa un desafío económico y tecnológico mucho mayor para la supremacía estadounidense. Sin embargo, Trump ve una oportunidad en la multipolaridad: en lugar de embarcarse en una nueva Guerra Fría global, Estados Unidos puede aprovechar el equilibrio de grandes potencias para mantener a China bajo control.
India juega un papel central en esta estrategia. Trump ya ha recibido al primer ministro Narendra Modi, lo que señala el compromiso de Washington de profundizar los lazos económicos y tecnológicos con Nueva Delhi. Aunque las relaciones de India con China se han estabilizado en cierta medida desde la reunión Modi-Xi en la cumbre de BRICS en Kazán, su rivalidad a largo plazo persiste. Estados Unidos está ansioso por fomentar esta división, utilizando a India como contrapeso a Pekín en la región del Indo-Pacífico.
Este contexto geopolítico más amplio enmarca los últimos cambios en las relaciones entre EE. UU. y Rusia. Trump parece haber llegado a la conclusión de que sus predecesores, Joe Biden y Barack Obama, cometieron errores críticos que empujaron a Moscú hacia la órbita de China. La expansión agresiva de la OTAN y el aislamiento de Rusia a través de sanciones han fortalecido inadvertidamente un bloque euroasiático que ahora incluye a Irán y Corea del Norte.
Trump ha reconocido el fracaso de la estrategia de Biden en Ucrania. El objetivo de infligir una “derrota estratégica” a Rusia —militar, económica y políticamente— ha fracasado. La economía rusa ha soportado las sanciones occidentales sin precedentes, su ejército se ha adaptado y Moscú sigue siendo un actor global clave.
Ahora, Trump busca un acuerdo en Ucrania que consolide las líneas del frente actuales, trasladando la carga de apoyo a Kiev a Europa. Su administración también pretende debilitar los lazos de Rusia con Pekín, Teherán y Pyongyang. Esta es la lógica detrás del acercamiento de Trump a Moscú: no se trata tanto de hacer las paces con Rusia, sino de reposicionar a Estados Unidos para la larga duración contra China.
Para el Kremlin, el hecho de que Washington esté dispuesto a entablar un diálogo directo es un desarrollo positivo. El tono respetuoso de la administración Trump contrasta marcadamente con el enfoque de Biden, que se basaba en la hostilidad abierta y demandas maximalistas. Sin embargo, Rusia no alberga ilusiones. Aunque un alto el fuego entre EE. UU. y Rusia en Ucrania podría estar en marcha, un acuerdo más amplio sigue siendo poco probable.
Trump no tiene un plan de paz detallado, al menos no todavía. Por otro lado, Putin tiene objetivos claros. Sus condiciones para poner fin a la guerra siguen siendo en gran medida las mismas: reconocimiento de las ganancias territoriales de Rusia, garantías de seguridad de que Ucrania no se unirá a la OTAN y el fin de los intentos occidentales de desestabilizar a Rusia a través de sanciones y guerras por poder. Estas demandas siguen siendo inaceptables para muchos dentro de la administración Trump.
Además, el equipo de Trump parece creer que Rusia, debilitada por la guerra, está desesperada por un acuerdo. Esta es una mala interpretación. Moscú no necesita un alto el fuego; necesita una resolución que garantice su seguridad a largo plazo. Putin comprende que las únicas garantías en las que puede confiar son las que asegura a través de su propia fortaleza.
Las esperanzas de un gran acuerdo al estilo de Yalta 2.0 probablemente se verán frustradas. No habrá una conferencia de paz inmediata, ni acuerdos amplios para reconfigurar el orden global de un solo golpe. Sin embargo, un nuevo orden mundial está emergiendo.
Este orden será estratificado, con diferentes centros de poder desempeñando roles distintos. A nivel global, un cuadrilátero formado por Estados Unidos, China, India y Rusia dominará. Por debajo de eso, se formarán bloques regionales y continentales, con actores clave —Europa Occidental, Brasil, Irán y otros— compitiendo por influencia dentro de sus respectivas esferas.
La guerra en Ucrania, cuando termine, será un hito clave en esta transición. También lo será la segunda presidencia de Trump, que probablemente acelerará el cambio lejos del orden unipolar posterior a la Guerra Fría. Para Rusia, la prioridad sigue siendo asegurar sus objetivos estratégicos en Ucrania y más allá. Para Estados Unidos, el objetivo es reposicionarse como una fuerza dominante en un mundo multipolar sin sobreextender sus recursos. Para Europa Occidental, el desafío es la supervivencia: adaptarse a una nueva realidad donde ya no está en el centro de la toma de decisiones global.
La historia avanza rápidamente, y aquellos que no logren adaptarse se quedarán atrás.