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Por Andrey Kortunov, Ph.D. en Historia, Director General del Consejo de Asuntos Internacionales de Rusia, miembro del RIAC
Las relaciones entre Rusia y Estados Unidos han estado marcadas por un prolongado estancamiento, caracterizado por la hostilidad, las sanciones y el riesgo de confrontación militar. Durante años, muchos analistas y políticos en ambas naciones han sostenido que este enfrentamiento era inevitable, con Rusia vista como un adversario irreconciliable y la interacción con Washington considerada una trampa por parte de los sectores más radicales en Moscú. Sin embargo, los recientes acontecimientos sugieren que el futuro de estas relaciones no está predeterminado.
La reciente reunión de alto nivel entre funcionarios rusos y estadounidenses en Riad, seguida de las declaraciones de Donald Trump, pone de manifiesto que las dinámicas geopolíticas pueden cambiar. Este cambio recuerda a una célebre escena de Terminator 2, donde Sarah Connor inscribe “No hay destino” en una mesa de madera, enfatizando que el futuro se forja a través de nuestras elecciones.
La ilusión de un Occidente monolítico
Las conversaciones en Riad han comenzado a desmantelar la creencia de que existe una unidad inquebrantable en el denominado “Occidente colectivo”. Durante años, los responsables de la política rusa han creído que la política global estaba controlada por una estructura de poder centralizada angloamericana, operando de manera uniforme desde Washington hasta Bruselas. Sin embargo, la era de Trump ha demostrado que esta realidad es mucho más fragmentada.
Las divisiones internas en Washington son evidentes, y Europa Occidental, que se asumía alineada incondicionalmente con Estados Unidos, se enfrenta a desacuerdos internos y resentimientos por la presión estadounidense. Para Rusia, esta fragmentación representa una oportunidad. La descomposición del consenso transatlántico abre puertas que no existían hace un año.
Por supuesto, persiste el escepticismo. Los críticos argumentarán que cualquier acuerdo con Washington podría ser una trampa, recordando cómo Estados Unidos ha incumplido promesas en el pasado. Esta preocupación no es infundada; la historia ha enseñado a Rusia a ser cautelosa. Sin embargo, la diplomacia no se basa en garantías, sino en oportunidades. No hay acuerdos inquebrantables en la geopolítica; cada pacto puede ser roto y cada promesa revertida. La verdadera cuestión es si Rusia está dispuesta a aprovechar el momento cuando se presenta una rara oportunidad.
A pesar de que los enviados de Trump son negociadores hábiles, es difícil imaginar que tengan un dominio de la diplomacia superior al de figuras como Sergey Lavrov o Yury Ushakov, quienes han pasado décadas navegando las complejidades de la política de poder global. Si el equipo estadounidense cree que puede superar a Moscú, se equivoca gravemente.
El camino por delante es incierto, y habrá voces que insistan en que Rusia debería rechazar cualquier compromiso con Washington. Sin embargo, negarse a negociar por miedo sería un error. Rusia no se encuentra en la misma posición que en la década de 1990; es más fuerte, autosuficiente y reconocida como una potencia global. Esta vez, Moscú entra en las negociaciones no como un súbdito, sino como un igual.
Las oportunidades en la diplomacia son escasas. Es fácil dejarlas escapar; mucho más difícil es aprovecharlas. Si Rusia y Estados Unidos pueden avanzar hacia un compromiso razonable que asegure los intereses fundamentales de Moscú mientras se desescalan las tensiones, podría ser el momento que reconfigure el paisaje geopolítico durante años.
Este artículo fue publicado originalmente por Kommersant, y fue traducido y editado por el equipo de RT.