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Un nuevo estudio realizado por investigadores de la Universidad de California, Berkeley, ha revelado que los coyotes en Los Ángeles tienden a evitar las áreas de mayor riqueza económica, a pesar de que estas zonas ofrecen una vegetación exuberante y abundante fauna. Este hallazgo sorprendente sugiere que los factores sociales influyen significativamente en el comportamiento de estos animales, que son reconocidos por su adaptabilidad.
Preferencias territoriales de los coyotes en función del estatus socioeconómico
El estudio, publicado en la revista Ecology Letters, indica que, aunque las áreas de altos ingresos pueden contar con más presas silvestres y refugios, los residentes de estos barrios suelen tener posturas más hostiles hacia los coyotes. Esto se traduce en una mayor implementación de prácticas de control, como la caza y el acoso de los animales, que pueden disuadir a los coyotes de aventurarse en estas zonas. Según la investigación, las personas en vecindarios adinerados son más propensas a apoyar la eliminación de estos animales, lo que crea un ambiente menos acogedor para ellos.
Los investigadores argumentan que la percepción de los coyotes en las comunidades de alto poder adquisitivo se ve afectada por el discurso en plataformas digitales, como Nextdoor, donde se han documentado conversaciones que reflejan una creciente animosidad hacia estos mamíferos urbanos. Un análisis previo de los informes de coyotes en San Francisco confirmó que un mayor ingreso medio estaba asociado con opiniones negativas sobre estos animales.
Christine Wilkinson, autora principal del estudio, señala que en zonas con menos recursos, la población no suele contratar trappers, lo que sugiere que los coyotes podrían estar más conscientes de las amenazas que enfrentan en áreas ricas. Este fenómeno plantea interrogantes sobre cómo la percepción humana de los animales salvajes puede influir en sus patrones de movimiento y distribución.
Los datos obtenidos de 20 coyotes, equipados con collares de rastreo satelital, revelaron que sus rangos de movimiento eran más amplios en áreas con mayor contaminación, densidad poblacional y menor ingreso. Esto implica que los coyotes, adaptándose a un entorno hostil, se ven obligados a recorrer distancias más largas en busca de recursos, lo que a su vez podría implicar un mayor gasto energético.
A pesar de su adaptabilidad, los coyotes parecen ser más propensos a arriesgarse a la interacción humana en parques urbanos, donde la presencia de basura y roedores puede ofrecerles oportunidades alimenticias. Sin embargo, su interés por lugares como cementerios y campos de golf, considerados en la literatura de ecología urbana como espacios clave para la vida silvestre, es notablemente bajo. Esto se atribuye a la limpieza regular de estos espacios, que reduce las oportunidades de refugio para los coyotes.
La investigación resalta la importancia de considerar los factores sociales y económicos al estudiar el comportamiento animal en entornos urbanos. Los autores sugieren que, en lugar de limitarse a examinar solo las variables ecológicas, es crucial entender cómo las comunidades y su salud influyen en la fauna local. Este enfoque podría ser fundamental para el diseño de ciudades que sean más amigables tanto para las personas como para la vida silvestre.
El estudio también plantea preocupaciones prácticas para los residentes de áreas más contaminadas, que podrían necesitar adoptar medidas adicionales para proteger a sus mascotas, dado que los coyotes suelen cazar gatos, ratas y conejos. A pesar de que los informes de actividad de coyotes son más frecuentes en áreas adineradas, esto no necesariamente refleja una mayor población en esas zonas, sino más bien una mayor preocupación de los residentes por la presencia de estos animales.
La coexistencia entre humanos y coyotes en Los Ángeles es un tema complejo que provoca reacciones polarizadas, desde el amor hasta el odio. La gestión de estos conflictos es un reto continuo, especialmente en un contexto en el que la caza y la captura de coyotes en entornos urbanos generan controversias. Activistas por el bienestar animal han abogado por regulaciones más estrictas que prohíban métodos letales de control de la población de coyotes, reflejando una creciente conciencia sobre la necesidad de abordar la relación entre humanos y vida silvestre de manera más ética y sostenible.