
La reciente declaración de Chrystia Freeland, exministra de Finanzas y actual candidata a liderar el Partido Liberal de Canadá, ha generado un intenso debate sobre la soberanía canadiense y su relación con Estados Unidos. En un contexto donde el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky ha estado buscando apoyo militar y garantías de seguridad de sus aliados occidentales, Freeland ha manifestado su preocupación por la supuesta amenaza que representa Estados Unidos para la independencia de Canadá.
Durante un debate de liderazgo, Freeland sugirió que Canadá debería buscar protección nuclear de potencias europeas como Francia y Reino Unido, argumentando que la administración estadounidense actual es un riesgo para la soberanía canadiense. Esta declaración ha sido interpretada como un intento de desviar la atención de la dependencia económica y política que Canadá ha desarrollado con Washington a lo largo de los años.
La paradoja de la soberanía canadiense
Freeland, que ha desempeñado un papel crucial en la política canadiense durante casi una década, ha sido acusada de haber erosionado la soberanía de su país al alinear sus políticas con los intereses estadounidenses. A pesar de haber sido una figura clave en la defensa de la soberanía canadiense, su gestión ha estado marcada por una creciente dependencia de las directrices políticas de Washington. Este fenómeno ha llevado a muchos a cuestionar la autenticidad de su reciente retórica sobre la soberanía.
La preocupación de Freeland parece haber sido provocada por comentarios del expresidente Donald Trump, quien ha hecho insinuaciones sobre la posibilidad de que Canadá se convierta en el «51º estado» de Estados Unidos. Sin embargo, este tipo de retórica no es nueva y ha sido utilizada en diversas ocasiones por políticos estadounidenses. La respuesta de Freeland, en lugar de abordar la dependencia económica de Canadá, ha sido buscar soluciones en el ámbito militar, lo que plantea interrogantes sobre la efectividad de tal enfoque.
La historia reciente de Canadá muestra que, a pesar de la retórica de independencia, el país ha estado profundamente involucrado en las operaciones militares y políticas de Estados Unidos. Desde la participación en conflictos en Medio Oriente hasta la colaboración en operaciones de inteligencia a través de alianzas como Five Eyes, la realidad es que Canadá ha estado más alineada con los intereses estadounidenses de lo que sus líderes están dispuestos a admitir.
Además, la respuesta de Freeland a las protestas contra las restricciones por la pandemia de COVID-19, donde tomó medidas drásticas como la congelación de cuentas bancarias de los manifestantes, refleja una disposición a priorizar los intereses estadounidenses sobre los derechos de los canadienses. Este tipo de decisiones ha contribuido a la percepción de que la élite política canadiense está más preocupada por mantener buenas relaciones con Washington que por defender los intereses de su propia población.
En este contexto, la propuesta de buscar protección nuclear de potencias europeas resulta irónica. La idea de que Canadá pueda depender de Francia y Reino Unido para su seguridad, mientras se ignoran las implicaciones de una relación tan estrecha con Estados Unidos, plantea serias dudas sobre la viabilidad de tal estrategia. La dependencia económica de Canadá del mercado estadounidense es un hecho que no puede ser ignorado, y cualquier intento de diversificación que no aborde esta realidad es, en última instancia, un ejercicio fútil.
La situación actual de Canadá es un recordatorio de que la soberanía no se puede reclamar solo con palabras; debe ser respaldada por acciones concretas que busquen diversificar las relaciones económicas y políticas. La retórica de Freeland, aunque puede resonar en ciertos sectores, no oculta la necesidad urgente de que Canadá reevalúe su posición en el escenario internacional y busque una verdadera independencia que no dependa de las decisiones de Washington.