
Un estudio reciente ha puesto a prueba una creencia científica de larga data sobre la relación entre la prevalencia del cáncer y el tamaño corporal de los animales. Durante décadas, se ha sostenido que los animales más grandes, como los elefantes y las ballenas, deberían estar plagados de tumores debido a su mayor número de células. Sin embargo, la evidencia que respalda esta idea ha sido escasa.
Por ejemplo, especies pequeñas, como los periquitos, son conocidas por su alta predisposición a desarrollar cáncer renal, a pesar de su peso de apenas 35 gramos. En contraste, el cáncer representa solo el 2% de la mortalidad entre los ciervos, que pueden pesar hasta 35 kilogramos. Esta paradoja, conocida como la paradoja de Peto, fue planteada en 1977 por el profesor Sir Richard Peto, quien observó que, en términos de células, los ratones parecen tener una mayor susceptibilidad al cáncer que los humanos. Esta observación ha llevado a la especulación de que las especies más grandes han desarrollado defensas naturales contra el cáncer.
En el nuevo estudio, se utilizó un conjunto de datos recientemente compilado sobre la prevalencia del cáncer en más de 260 especies de anfibios, aves, mamíferos y reptiles. Mediante técnicas estadísticas modernas, los investigadores compararon la prevalencia del cáncer entre estas especies. Sorprendentemente, encontraron que las especies más grandes tienen, de hecho, una mayor prevalencia de cáncer en comparación con las más pequeñas, lo que contradice la interpretación tradicional de la paradoja de Peto.
Un nuevo enfoque sobre la evolución y el cáncer
En un primer análisis, estos hallazgos parecían contradecir otra idea científica establecida: la regla de Cope, que sugiere que la evolución ha favorecido repetidamente tamaños corporales más grandes debido a ventajas como la mejora en la depredación y la resiliencia. Sin embargo, la clave está en la velocidad a la que se desarrolla el tamaño corporal. El estudio reveló que las aves y los mamíferos que alcanzan grandes tamaños de manera más rápida tienen una menor prevalencia de cáncer. Por ejemplo, el delfín común (Delphinus delphis) evolucionó para alcanzar su gran tamaño aproximadamente tres veces más rápido que otros mamíferos, y tiende a mostrar menos cáncer del que se esperaría.
A pesar de que las especies más grandes enfrentan mayores riesgos de cáncer, aquellas que alcanzan ese tamaño rápidamente han desarrollado mecanismos para mitigar este riesgo, como tasas de mutación más bajas o mecanismos mejorados de reparación del ADN. Así, en lugar de contradecir la regla de Cope, estos hallazgos la refinan, sugiriendo que el riesgo de cáncer puede haber influido en el ritmo de la evolución.
Los seres humanos, que evolucionaron a su tamaño corporal actual de manera relativamente rápida, podrían esperarse que tuvieran una prevalencia de cáncer similar a la de los murciélagos, que también evolucionaron a un ritmo acelerado. No obstante, es fundamental señalar que los resultados del estudio no pueden explicar la prevalencia real del cáncer en humanos, un tema complicado que involucra una variedad de tipos y factores que afectan su prevalencia.
Entender cómo las especies evolucionan naturalmente defensas contra el cáncer tiene implicaciones importantes para la medicina humana. Por ejemplo, el ratón topo desnudo se estudia por su excepcional baja prevalencia de cáncer, en la esperanza de descubrir nuevas formas de prevenir o tratar esta enfermedad en humanos. Sin embargo, los hallazgos del estudio también generan nuevas preguntas sobre las diferencias en la prevalencia del cáncer entre grupos de animales.
En conclusión, este estudio nos permite ver el cáncer a través de un prisma evolutivo, revelando que su prevalencia aumenta con el tamaño corporal. Comprender esta «carrera armamentista» evolutiva podría abrir nuevas vías para el estudio de cómo la naturaleza combate el cáncer, y cómo nosotros podríamos aprender de ello.