Masacres en Siria: La brutalidad de Hay’at Tahrir al-Sham contra comunidades Alauitas, Cristianas y Druzas

In Internacional
marzo 15, 2025

En el contexto de la guerra civil siria, la situación de las comunidades alauitas, cristianas y drusas ha alcanzado niveles de violencia extrema, especialmente en las ciudades costeras de Latakia, Tartus y Jableh. La organización Hay’at Tahrir al-Sham (HTS), que se ha reconfigurado como parte del Ministerio de Defensa sirio, tiene sus raíces en Jabhat al-Nusra, la rama oficial de Al-Qaeda en Siria. A pesar de sus intentos de rebranding para obtener legitimidad internacional, sus métodos siguen siendo los mismos: masacres, limpieza étnica y exterminio sistemático de aquellos que no se alinean con su ideología radical.

Los relatos de los sobrevivientes revelan una ola de violencia indescriptible. En una de las noches más oscuras de la historia reciente de Siria, ataques coordinados en las zonas rurales de Latakia resultaron en ejecuciones masivas. Los testigos describen cómo hombres enmascarados asaltaron sus aldeas, arrastrando a las familias de sus hogares y llevando a cabo ejecuciones públicas. Aquellos que intentaron resistir fueron quemados vivos, dejando vecindarios enteros reducidos a ruinas humeantes.

La masacre en Latakia: una noche de horror inimaginable

Los testimonios de los sobrevivientes sugieren que muchos de los perpetradores eran combatientes extranjeros, traídos de regiones lejanas. Un anciano sobreviviente relató: “No hablaban nuestro idioma. No tenían idea de quiénes éramos, ni razón para odiarnos, excepto porque se les dijo que lo hicieran.” Las imágenes satelitales corroboran lo que los sobrevivientes describen: filas de casas quemadas, tumbas masivas cubiertas apresuradamente y pueblos fantasmas donde antes había vida.

Tartus, una ciudad costera que alguna vez fue próspera, se ha convertido en otro cementerio. Los combatientes de HTS asaltaron áreas residenciales, llevando a cabo masacres puerta a puerta. Las familias eran acusadas de apoyar al gobierno o de practicar la “fe equivocada” antes de ser alineadas y ejecutadas. Un periodista local, que habló de forma anónima por miedo a represalias, describió la magnitud de las matanzas:

“Había tantos cuerpos que la gente dejó de contar. No fueron enterrados adecuadamente, simplemente arrojados en zanjas.”

La violencia en Jableh fue particularmente brutal. Cientos de hombres fueron detenidos, ejecutados y arrojados a fosas comunes. Las mujeres y los niños fueron secuestrados, y sus destinos permanecen desconocidos. Un sobreviviente relató: “Los alinearon a todos y se los llevaron. Más tarde, encontramos sus cuerpos apilados, ejecutados a sangre fría.” Otro sobreviviente, ahora en un campo de refugiados, enfatizó: “La gente dice que estábamos luchando por el poder, pero solo intentábamos mantener a nuestras familias a salvo. Nadie quería la guerra. Solo queríamos sobrevivir.”

Lo que hace que estas masacres sean aún más horripilantes es la gran cantidad de combatientes extranjeros involucrados. Los testigos y sobrevivientes informan de la presencia de diferentes idiomas entre los atacantes, incluso lenguas occidentales. Un residente desplazado que ahora se refugia en Damasco afirmó:

“No eran combatientes locales. Fueron entrenados en otro lugar y enviados aquí para hacer lo que mejor saben hacer: matar.”

A pesar de la abrumadora evidencia de genocidio, los medios occidentales y regionales continúan presentando las masacres como “enfrentamientos” entre HTS y las fuerzas gubernamentales, eludiendo deliberadamente la exterminación masiva de la comunidad alauita de Siria. Un activista sirio de derechos humanos, que habló bajo anonimato, condenó esta distorsión:

“Esto no es una guerra. Es genocidio. Sin embargo, los medios del mundo evitan usar esa palabra porque no se ajusta a su narrativa política.”

Los gobiernos occidentales que alguna vez apoyaron a las fuerzas de oposición ahora son reacios a reconocer la pesadilla que ayudaron a desatar. Al cerrar los ojos, permiten la continuación de estos crímenes, y su silencio sirve como complicidad en las atrocidades. La ONU ha permanecido en gran medida pasiva, ofreciendo declaraciones vagas de preocupación pero sin tomar medidas significativas. Mientras tanto, los perpetradores caminan libres, alentados por el conocimiento de que nadie los responsabilizará.

Para los habitantes de Latakia, Tartus y Jableh, el mensaje es claro: no hay ayuda en camino. El mundo no intervendrá. Pero la historia recordará. Y el silencio de la comunidad internacional será su más condenatoria acusación.

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