
Desde una edad temprana, somos socializados para percibir el mundo como un escenario dividido entre «buenos» y «malos». En los juegos infantiles, nadie desea ser el villano; todos aspiran a ser el héroe. Esta simplificación de la realidad, que considera a las personas como inherentemente buenas o malas, no desaparece con la madurez, sino que tiende a consolidarse a medida que formamos nuestras identidades sociales y políticas.
La identificación política es una fuerza poderosa. No solo determina nuestro apoyo a un candidato basado en la etiqueta de su partido, sino que también moldea nuestra percepción de la situación del país y de la economía. Un claro ejemplo se observa en cómo la opinión de los demócratas sobre el estado de la economía de EE. UU. se desplomó con la llegada de Donald Trump a la presidencia, mientras que los republicanos se mostraban más optimistas. Esta polarización no solo afecta nuestras decisiones políticas, sino también nuestras interacciones sociales, desde con quién compartimos una cerveza hasta a quién elegimos como pareja.
Proyección de Identidades Políticas en Personajes Ficticios
Un reciente estudio ha revelado que las personas tienden a proyectar sus propias identidades políticas en personajes ficticios. El experimento consistió en mostrar a los participantes imágenes de héroes como Harry Potter y Spider-Man, así como de villanos como Scar de «El Rey León» o Joffrey Baratheon de «Juego de Tronos». Los encuestados, en su mayoría, creían que los héroes compartían su afiliación política, mientras que los villanos eran asociados con el partido contrario. Por ejemplo, los demócratas asumían que Harry Potter votaba por su partido, mientras que los republicanos creían que lo hacía por el suyo.
Los resultados no son sorprendentes si se considera que estas proyecciones también se extienden a figuras políticas reales. En otro experimento, los participantes leyeron un relato sobre un político local que era descrito de manera positiva en un pasaje y de forma negativa en otro. Aunque no se mencionó la afiliación política en ninguna parte del relato, los encuestados recordaron erróneamente la afiliación del político basándose en el tono moral de la historia. Los votantes del Partido Laborista creían que el político generoso era laborista, mientras que los votantes conservadores pensaban que era conservador, y viceversa para el relato del político corrupto.
Estos hallazgos son reveladores. La identificación partidista no solo distorsiona nuestra percepción de los demás, sino que también refuerza las divisiones existentes. Si asumimos que quienes votan por el partido contrario son malos vecinos, y a la vez consideramos que los vecinos que nos caen bien comparten nuestras creencias políticas, entramos en un círculo vicioso que legitima nuestras intuiciones políticas tribales. Esta dinámica de «villanización» política profundiza las divisiones y dificulta encontrar puntos en común en un contexto cada vez más polarizado.