
A medida que la Tierra sigue calentándose, cada vez más regiones del planeta se están volviendo áridas. Un informe de la ONU de 2024 señala que en las últimas tres décadas, más de tres cuartas partes de la superficie terrestre del mundo se han vuelto más secas que en los 30 años anteriores.
Las tierras secas ahora comprenden el 40,6% de toda la superficie terrestre global (excluyendo la Antártida). Además, el número de personas que viven en estas tierras secas se ha duplicado en los últimos 30 años, alcanzando los 2.3 mil millones, lo que representa más del 25% de la población mundial. En un escenario climático de peor caso, esta cifra podría ascender a 5 mil millones para el año 2100.
La sequía se está produciendo en muchas partes del mundo, incluyendo el oeste de Estados Unidos, Brasil, la mayor parte de Europa, Asia y el centro de África. Si las emisiones de gases de efecto invernadero continúan en su trayectoria actual, se espera que un 3% más de las áreas húmedas del mundo se conviertan en tierras secas para el año 2100.
Desertificación: un fenómeno en aumento
La desertificación ocurre cuando el clima de un área se vuelve más seco y la tierra fértil se convierte en árida debido a factores provocados por actividades humanas, principalmente el cambio climático y un uso ineficaz de la tierra. Las tierras secas, que incluyen praderas, sabanas y algunos bosques, son las más vulnerables a la desertificación.
Se estima que entre el 25% y el 35% de las tierras secas ya están experimentando procesos de desertificación. Este fenómeno se distingue de la sequía, que es un periodo temporal de menos lluvia. La desertificación, en cambio, es una transformación permanente en la que la tierra no puede volver a su estado anterior.
El cambio climático puede provocar sequías y condiciones más secas. Desde el año 2000, la ocurrencia de sequías ha aumentado en un 29%, y se prevé que para 2050, el 75% de la humanidad podría verse afectada por este fenómeno. Cuando los suelos no reciben suficiente humedad para mantener la vida vegetal, las plantas mueren, junto con los microorganismos del suelo necesarios para sostener los ciclos vitales, creando eventualmente condiciones desérticas.
Las prácticas insostenibles, como el sobrepastoreo, pueden causar erosión y degradar la tierra. Cada año, se pierden 24 mil millones de toneladas de suelo fértil debido a la erosión. Además, enfoques agrícolas como la labranza y el uso de fertilizantes y pesticidas químicos pueden dejar la tierra estéril.
La deforestación también contribuye a la desertificación, ya que sin árboles, el suelo no puede retener la humedad. Hasta el momento, el 50% de los bosques tropicales en Sudamérica, África y el sudeste asiático han sido talados para la ganadería o para cultivos de soja y palma.
El crecimiento demográfico y la urbanización también juegan un papel en este proceso, ya que aumentan la presión sobre los recursos de la tierra. La desertificación, a su vez, incrementa la urbanización, ya que las personas se ven obligadas a huir hacia las ciudades cuando sus tierras ya no son productivas.
La desertificación tiene efectos devastadores tanto en el medio ambiente como en las comunidades humanas. Reduce la productividad agrícola y ganadera, lo que exacerba la pobreza y el hambre, ya que los más desfavorecidos dependen de los recursos naturales y la agricultura para sobrevivir. Además, la degradación de los ecosistemas pone en riesgo la biodiversidad y, en consecuencia, los medios de vida de las personas más vulnerables.
La desertificación aumenta la frecuencia de tormentas de polvo, que pueden transportar partículas y patógenos dañinos para la salud humana. Por ejemplo, en el área del Sahara y en algunas regiones de Asia, estas tormentas han contribuido a un 50% de todas las muertes cardiopulmonares. Cuando la tierra se vuelve inhabitable, las personas deben migrar a otras áreas, lo que puede generar conflictos sociales y políticos debido a la competencia por los recursos escasos.
Aunque la desertificación se considera un estado permanente, es posible revertirla mediante medidas extraordinarias. Restaurar 1.000 millones de hectáreas podría reducir la pobreza y el hambre, mejorar la captura de carbono y conservar la biodiversidad, lo que a su vez ayudaría a combatir el cambio climático.
El programa del Gran Muro Verde de África involucra a 11 países en la región del Sahel, que han sido afectados por la desertificación durante décadas. Desde su lanzamiento en 2007, el objetivo original fue plantar un muro de árboles de 8.000 kilómetros desde Senegal hasta Djibouti y restaurar 100 millones de hectáreas de tierra para 2030. Hasta ahora, se han restaurado unos 30 millones de hectáreas, aunque se reconoce que ha habido un déficit en la financiación y el apoyo técnico.
Se han aprendido lecciones importantes de estos esfuerzos de restauración. Las soluciones basadas en la naturaleza, como la plantación de especies nativas adaptadas a suelos áridos, son más sostenibles que las especies no nativas. Además, es crucial gestionar adecuadamente el agua y restaurar las prácticas de manejo sostenible de la tierra.