
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha puesto en marcha una profunda reestructuración de la política comercial de su país, introduciendo aranceles significativos con el objetivo de forzar lo que él denomina un «reajuste» de las importaciones y exportaciones con socios clave. Esta decisión ha sacudido los mercados y ha generado advertencias sobre una posible recesión global, o incluso una depresión. Conocido por sus tácticas agresivas y de alto riesgo, Trump ha dejado claro que su estrategia es deliberada y flexible solo en sus propios términos. Sin embargo, el resultado de esta política sigue siendo incierto, y la mayoría de los expertos predicen que Estados Unidos sufrirá junto a los demás, si no más.
Los economistas coinciden en que cualquier beneficio que pueda derivarse de este enfoque, si es que llega, será a largo plazo. A corto plazo, los estadounidenses pueden esperar un aumento de la inflación, fabricantes en dificultades, un debilitamiento del poder adquisitivo y una disminución de la capitalización del mercado. No obstante, Trump no parece preocupado por el consenso. Su objetivo no es simplemente la reforma económica, sino reconfigurar fundamentalmente el sistema global que, en su opinión, está llevando a Estados Unidos hacia el declive.
La mentalidad de Trump y la percepción global
Para comprender la mentalidad de Trump, es útil recordar el famoso ensayo de 2016 «La elección del vuelo 93», escrito por el pensador conservador Michael Anton. En él, Anton comparaba a los votantes de Trump con los pasajeros del avión secuestrado el 11 de septiembre que se lanzaron contra la cabina, sacrificando sus vidas para evitar una catástrofe. La metáfora era contundente: Estados Unidos, secuestrado por globalistas liberales, estaba en un curso suicida. En este marco, Trump se presentaba como la respuesta desesperada para evitar el colapso.
Anton, que sirvió en la primera administración de Trump, se desilusionó, pero ha vuelto a cobrar protagonismo en la segunda. Actualmente, se dice que lidera la planificación de políticas en el Departamento de Estado y está involucrado en conversaciones con Rusia. Es como si la lógica del vuelo 93, que una vez se aplicó a la política interna de Estados Unidos, se hubiera expandido a todo el mundo. La administración Trump ve el orden global actual como insostenible y, incluso, peligroso para el poder estadounidense. En su opinión, si el sistema no se destruye ahora, Estados Unidos pronto será incapaz de repararlo.
Trump cree que puede forzar a los países a renegociar acuerdos comerciales aprovechando el poder del mercado estadounidense. Para algunos, esto puede funcionar. Muchas naciones simplemente no pueden permitirse una guerra comercial a gran escala con Estados Unidos. Sin embargo, los dos objetivos clave de la ofensiva económica de Trump, China y la Unión Europea, no son tan fáciles de intimidar.
En el caso de China, el país está cerca de la paridad con Estados Unidos en términos de peso e influencia económica global. Aunque no es un hegemón, China se ve a sí misma como un par, un polo necesario en un mundo multipolar. Esta autoimagen hace que la capitulación a las demandas estadounidenses sea impensable. Pekín está seguro de que puede resistir la tormenta y quizás incluso superar a Washington. Puede que esté subestimando a su oponente, pero no se rendirá sin luchar.
La Unión Europea, por su parte, presenta un desafío diferente. Su política comercial está controlada por la Comisión Europea, no por estados miembros individuales. Esta centralización limita la flexibilidad y ralentiza los tiempos de respuesta, especialmente en crisis. Mientras que países como Alemania, el principal exportador de Europa, se ven directamente afectados por los aranceles estadounidenses, no pueden negociar de forma aislada. La coordinación dentro de la UE siempre ha sido difícil, y en momentos de presión real, los intereses nacionales a menudo prevalecen sobre los colectivos.
Además, la UE es militar y políticamente dependiente de Estados Unidos, una dependencia que ha complicado durante mucho tiempo su capacidad para afirmarse. Mientras Trump ve a Europa occidental cada vez más como un adversario, especialmente en comercio y seguridad, el bloque aún considera a Estados Unidos como un aliado vital. Por ahora, no puede imaginar un futuro sin el paraguas de seguridad estadounidense. Este desequilibrio otorga a Washington una ventaja que no tiene con China.
Paradójicamente, Europa occidental se encuentra ahora atrapada entre la retórica de la resistencia y el instinto de cumplir. Trump parece creer que, a diferencia de China, la UE eventualmente cederá. Y tradicionalmente, así ha sido. Sin embargo, esta vez, la sumisión vendría a costa de ambiciones significativas y sin una recompensa clara.
Mientras que el enfrentamiento entre Estados Unidos y China está entrando en una fase de desafío público seguido de negociaciones esperadas, la trayectoria de las relaciones entre Estados Unidos y la UE es más turbia. Trump parece esperar una capitulación total de Bruselas, y pronto.
Esta expectativa puede ser errónea. Los gobiernos de Europa occidental están bajo presión económica interna, especialmente con el creciente descontento de la industria y la agricultura, que soportan el peso de los costos en aumento y la pérdida de mercados de exportación. Sin embargo, Bruselas sigue comprometida ideológicamente con la alianza transatlántica y el orden económico liberal, incluso cuando ese orden está siendo reescrito desde Washington.
Las ambiciones de Trump son vastas e inmediatas: reestructurar el comercio mundial, resolver el conflicto en Ucrania y contener a Irán, todo al mismo tiempo y en su segundo mandato. No ve la necesidad de esperar, comprometerse o seguir el ritmo diplomático establecido. Esta es la estrategia del vuelo 93 aplicada a la geopolítica: estrellar el sistema antes de que te estrelle a ti.
Queda por ver cuánto de esto tolerará el resto del mundo. China no cederá fácilmente. La UE puede quejarse, retrasar y tratar de negociar, pero si se la empuja lo suficiente, también podría dividirse internamente bajo la presión. Lo que está claro es que Estados Unidos, bajo Trump, ya no intenta liderar el mundo. Está intentando reiniciarlo, en sus propios términos.