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Las raíces indígenas revelan la historia sísmica de América del Norte

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abril 19, 2025

La historia de los terremotos en América del Norte es un relato que abarca siglos, y que ahora puede enriquecerse gracias al análisis de la cultura y el conocimiento de los pueblos nativos. Un reciente estudio presentado por el sismólogo John Ebel en la Reunión Anual de la Sociedad Sismológica de América ha puesto de manifiesto la importancia de las tradiciones orales y los nombres de lugares indígenas en la comprensión de la actividad sísmica en el noreste de Estados Unidos.

La herencia sísmica en los nombres indígenas

En 1638, colonos en lo que hoy es Nueva Hampshire y Plymouth, Massachusetts, experimentaron un fuerte terremoto que dejó a muchos atónitos. Informes de la época indican que los indígenas, que estaban cocinando a la orilla del río San Lorenzo, también sintieron el fenómeno. Roger Williams, fundador de la colonia de Rhode Island, relató que los jóvenes nativos se mostraron sorprendidos, mientras que los ancianos afirmaron haber experimentado temblores similares en al menos cuatro ocasiones en los 80 años previos.

La labor de Ebel se centra en la recopilación de información a partir de estas historias y nombres de lugares. Por ejemplo, Moodus, en Connecticut, proviene de un dialecto algonquino que significa «lugar de ruidos». Ebel ha documentado que en esta área se han escuchado «bromas», sonidos similares a explosiones, que podrían estar relacionados con la actividad sísmica. Este fenómeno se ha registrado incluso por instrumentos modernos, lo que sugiere que los nativos ya eran conscientes de la actividad sísmica mucho antes de la llegada de los europeos.

Otro ejemplo es Mount Nashoba, ubicado en los suburbios del noroeste de Boston. Su nombre se traduce como «la colina que tiembla», lo que resulta interesante dado el historial de pequeños terremotos en la zona. Ebel descubrió esta conexión a través de una guía de la WPA de los años 30, que incluía referencias sobre la actividad sísmica en la región.

La investigación de Ebel busca asociar las palabras de los pueblos indígenas con la actividad sísmica, lo que podría ampliar el registro de terremotos en el noreste de América del Norte más allá de los últimos 400 años documentados. Al estudiar las tribus Seneca, Cayuga, Natick y Mi’kmaq, algunas de las cuales tienen sus propias palabras para «terremoto», se abre la posibilidad de que existan leyendas que contengan información sobre eventos sísmicos pasados.

La propuesta de Ebel es que la colaboración interdisciplinaria con etnólogos, que poseen un conocimiento más profundo de las lenguas y narrativas indígenas, podría ser fundamental para los sismólogos. Si se logran descifrar las leyendas que preservan información sobre terremotos, esto podría llevar a estimaciones más precisas sobre la intensidad de los mismos a partir de las descripciones contenidas en estas historias.

En un mundo donde la ciencia y la tradición pueden coexistir, el estudio de la actividad sísmica en el noreste de América del Norte se enriquece no solo con datos científicos, sino también con el legado cultural y el profundo conocimiento de los pueblos nativos. Esta sinergia podría ofrecer nuevas perspectivas no solo sobre los terremotos, sino también sobre la historia misma de la región.

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