
Las recientes políticas y discursos de la administración del expresidente Donald Trump han puesto de relieve un fenómeno interesante en la intersección entre religión, raza y política en Estados Unidos. La alegación de una supuesta discriminación contra los cristianos ha sido utilizada como un recurso para movilizar a su base electoral, sugiriendo que las políticas relacionadas con los derechos de la comunidad LGBTQ+ y la oración en las escuelas amenazan la libertad de expresión de los cristianos.
Durante su segundo mandato, Trump firmó una orden ejecutiva titulada «Erradicación del Sesgo Anti-Cristiano», en la que se comprometía a «proteger las libertades religiosas de los estadounidenses y poner fin a la utilización del gobierno como un arma contra los cristianos». Esta orden instaba a los empleados del Departamento de Estado a informar sobre cualquier incidente de sesgo anti-cristiano que hubiera ocurrido durante la administración de Biden.
A pesar de estas afirmaciones, muchos críticos cuestionan la existencia de una discriminación generalizada contra los cristianos en la sociedad estadounidense, dado que constituyen el grupo religioso más grande del país y se benefician de ciertos privilegios, como el reconocimiento de la Navidad como día festivo federal, en comparación con otras festividades de diferentes religiones.
Un cambio demográfico en Estados Unidos
Las estadísticas indican que, aunque los estadounidenses blancos y cristianos siguen siendo los grupos religiosos y raciales más numerosos, su proporción dentro de la población total ha disminuido en las últimas dos décadas. La proporción de estadounidenses que se identifican como cristianos ha caído del 78% al 63%, mientras que el porcentaje de estadounidenses blancos ha disminuido del 69% al 60%. Actualmente, los cristianos blancos representan menos del 50% de la población.
Esta disminución ha llevado a algunos estadounidenses blancos y cristianos a sentirse amenazados por cambios demográficos y culturales, lo que se refleja en estudios que indican que un 55% de los estadounidenses blancos creen que la discriminación contra los blancos es tan problemática como la que enfrentan los grupos minoritarios. Asimismo, un 60% de los evangélicos blancos sostiene que los cristianos en EE.UU. son objeto de discriminación.
El discurso de Trump, reflejado en su orden ejecutiva, se alinea con estas percepciones de amenaza, presentando a los cristianos como un grupo asediado. La orden menciona casos de protestas de grupos pro-vida y critica a la administración Biden por no responder adecuadamente a los ataques contra iglesias, así como por imponer políticas que, según el discurso, obligan a los cristianos a aceptar ideologías en conflicto con sus creencias.
Investigaciones recientes destacan la conexión entre las percepciones de discriminación anti-cristiana y las actitudes raciales. En experimentos realizados por psicólogos sociales, se observó que cuando se planteaba la idea de sesgo anti-cristiano, los cristianos blancos tendían a asociar esa discriminación con la discriminación anti-blanca. Esto sugiere que el discurso sobre el sesgo anti-cristiano puede funcionar como una especie de «código» que expresa solidaridad blanca, sin el estigma asociado a la discusión sobre el racismo.
Los hallazgos sugieren que la preocupación por la discriminación anti-cristiana puede ser interpretada como una señal de apoyo a los estadounidenses blancos que sienten que su identidad está amenazada por una creciente diversidad racial y religiosa. Así, el discurso sobre el sesgo anti-cristiano se convierte en una herramienta política que, voluntaria o involuntariamente, refuerza la cohesión entre los que comparten estas inquietudes.