
En febrero de 2025, el expresidente Donald Trump proclamó a través de una publicación en Truth Social una «Era Dorada en las Artes y la Cultura». Sin embargo, lo que ha seguido a esta declaración ha sido motivo de preocupación para artistas y organizaciones culturales en Estados Unidos. El gobierno de Trump ha emitido una orden ejecutiva que contempla la desmantelación de la agencia federal que financia museos y bibliotecas locales, y ha rescindido la mayoría de las subvenciones existentes. Además, se ha prohibido que los fondos federales vayan a artistas que el gobierno denomina promotores de lo que consideran «ideología de género». Como resultado, muchos se preguntan si esta serie de recortes es el inicio de una nueva guerra contra las artes y la cultura.
Históricamente, la relación entre el gobierno estadounidense y las artes ha sido volátil. Desde el inicio de la historia del país, la financiación gubernamental para el arte no ha sido garantizada ni estable. Tras la Guerra Civil, la Revolución Industrial provocó una concentración masiva de riqueza durante la conocida Era Dorada, donde el financiamiento privado en el arte aumentó considerablemente. Figuras como Andrew Carnegie y John D. Rockefeller se sintieron obligados a construir museos, teatros y bibliotecas para el público. Sin embargo, esta dependencia del financiamiento privado generó inquietudes sobre la influencia de los ricos en las instituciones artísticas.
Un legado de resistencia
A pesar de estos desafíos, el gobierno federal comenzó a mostrar apoyo a las artes en décadas posteriores. En 1965, se establecieron la National Endowment for the Arts (NEA) y la National Endowment for the Humanities para financiar organizaciones artísticas y artistas. Durante los años 80, la moralidad y sexualidad americanas se convirtieron en temas candentes, llevando a una nueva ronda de recortes en la financiación de las artes, especialmente tras la controversia provocada por obras de artistas como Andres Serrano y Robert Mapplethorpe.
Hoy en día, los artistas enfrentan un panorama incierto, ya que la financiación directa ha disminuido drásticamente. Sin embargo, a lo largo de la historia, los artistas y organizaciones culturales han demostrado una notable capacidad de organización y persistencia en tiempos de crisis. A partir de la Revolución Americana, los dramaturgos activistas encontraron formas de seguir creando y difundiendo su mensaje a pesar de la represión. En el periodo de la Abolición, las representaciones clandestinas ayudaron a fomentar la solidaridad en la lucha contra la esclavitud.
Más recientemente, durante la pandemia de COVID-19, los artistas han formado redes de apoyo mutuo y han promovido la sindicalización de los trabajadores de los museos. Modelos filantrópicos emergentes están reconfigurando la financiación artística, priorizando las voces de los artistas por encima de las de los financiadores adinerados. Proyectos como CAST en San Francisco y el Community and Cultural Power Fund están redefiniendo cómo se distribuyen las subvenciones, permitiendo que sean los artistas y las comunidades quienes decidan sobre los recursos disponibles.
A pesar de los recortes en la financiación gubernamental, la historia muestra que el arte tiene la capacidad de adaptarse y florecer. Las lecciones del pasado son valiosas para los artistas de hoy, que continúan buscando formas innovadoras de crear y colaborar, desafiando así las limitaciones impuestas por un entorno político cambiante.