
El concierto de Saüc Ensemble en la iglesia de la Beneficència, dentro del Festival L’ETNO, fue todo menos convencional. El marco, una iglesia neobizantina espectacular, ya des-sacralizada, aportaba una mezcla de solemnidad arquitectónica y libertad escénica que permitió que la música saliera de los márgenes tradicionales de la clásica para convertirse en algo vivo y compartido.
Lejos del silencio rígido que suele rodear este tipo de conciertos, aquí hubo risa, atención, sorpresa y diálogo constante con el público. Desde el principio, el ensemble rompió la cuarta pared: hablaron, contaron, explicaron el origen de las piezas, muchas de ellas con letras que hablaban de amor, burla, deseo o quejas domésticas, como la de una mujer que no se cortaba al hablar de la impotencia de su marido. Todo con naturalidad y humor, sin perder ni un gramo de rigor musical.
Sergio González Prats, director musical del grupo e intérprete de zanfona y arpa, condujo el concierto con cercanía y claridad, acompañado por la flautista Daïna Mateu, que también aportó explicaciones y matices sobre las obras y los instrumentos. La propuesta forma parte del proyecto Mármara, que busca despertar la conexión entre la música del S. XVI y el alma de las danzas tradicionales del mediterraneo
El ensemble, formado por Laura Kmetic (soprano) Héctor Dos Santos (barítono) Daïna Mateu (Flauta renacentista) Sergio González Prats (Zanfona y Arpa) Emma Raventós (viola da gamba) y Alexandre Guitart (percusión), ofreció un sonido sólido, expresivo y teatral. Pero fue la conexión con el público lo que marcó la diferencia.
Como broche final, el bis: Ay, triste que vengo de Juan del Encina. Una interpretación íntima, conmovedora y perfectamente medida, que dejó al público con un nudo dulce en la garganta y una sonrisa amplia en la cara. Se fueron con el corazón lleno y la sensación de haber vivido algo especial.
Al finalizar, muchos asistentes —algunos sin experiencia previa en conciertos de clásica o antigua— no solo aplaudieron: se acercaron, preguntaron, tocaron los instrumentos, conversaron. Ese momento final fue una extensión natural del concierto: una experiencia colectiva donde la música antigua dejó de ser distante para convertirse en algo cercano, comprensible y disfrutable.
Saüc Ensemble no solo dio un concierto. Generó una experiencia. Y eso, en un espacio tan especial como la antigua iglesia de la Beneficència, cobra aún más sentido.