
Los caracoles y las ostras, reconocidos internacionalmente como alimentos de lujo, tienen una historia sorprendente que nos revela cómo estos ingredientes, considerados en su momento como mera comida de clase baja, han evolucionado hasta convertirse en símbolos de distinción gastronómica. A pesar de que hoy en día algunos los ven como plagas o alimentos exóticos, su consumo tiene raíces profundas en la historia de la humanidad.
De la alimentación popular a la alta cocina
El consumo de caracoles se remonta a la época paleolítica, hace aproximadamente 30,000 años, en lo que hoy es España. En la antigua Roma, los caracoles eran parte habitual de la dieta de las clases baja y media, mientras que la élite disfrutaba de ejemplares criados especialmente y alimentados con especias, miel y leche. El naturalista romano Plinio el Viejo documentó cómo se criaban los caracoles en estanques y se les daba vino para engordarlos.
La primera receta francesa para caracoles aparece en 1390 en «Le Ménagier de Paris» (El Manual de la Buena Esposa), aunque no se encuentra en otros recetarios de la época. En 1530, un tratado francés sobre ranas, caracoles, tortugas y alcachofas consideraba estos alimentos como extraños pero sorprendentemente populares. Durante dos siglos, los caracoles solo aparecieron en los recetarios parisinos con una disculpa por incluir un ingrediente tan «repulsivo», aunque continuaron siendo consumidos en las provincias orientales de Francia.
Fue en 1814, tras la entrada de las fuerzas aliadas en París, cuando el diplomático francés Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord organizó una cena para el zar ruso Alejandro I, donde se sirvieron caracoles preparados por el célebre chef Marie-Antoine Carême. Este evento marcó un punto de inflexión, ya que el zar elogió el plato, lo que impulsó la popularidad de los caracoles en la alta cocina francesa. A partir de entonces, los caracoles se convirtieron en un símbolo de la gastronomía gala, con un plato clásico que incluye ajo, perejil y mantequilla.
En la actualidad, los caracoles siguen siendo un manjar en Francia, especialmente durante las festividades navideñas, y el 24 de mayo se celebra el Día Nacional del Escargot.
Las ostras, por su parte, son otro alimento con una historia que se remonta a millones de años. Se han encontrado fósiles de ostras que datan de la Era Triásica, hace 200 millones de años, y su consumo se documenta en textos clásicos griegos, donde eran un manjar apreciado en banquetes. En la antigua Roma, también se consideraban una delicadeza, con Plinio el Viejo describiendo las técnicas de cultivo de ostras que implementó Sergius Orata.
A lo largo de la historia, las ostras han sido un alimento popular entre las clases trabajadoras, pero su transporte a las mesas de los nobles a menudo significaba un precio elevado. En el siglo XVIII, las ostras pequeñas se convirtieron en un aperitivo habitual en las tabernas, mientras que las más grandes se utilizaban en guisos. Sin embargo, la sobreexplotación de las poblaciones de ostras llevó a su escasez en el siglo XIX, lo que a su vez elevó su estatus a producto de lujo.
Hoy en día, la escasez de ostras salvajes, junto con la contaminación y la introducción de especies invasoras, han amenazado sus poblaciones a nivel mundial. A medida que las ostras se vuelven más difíciles de encontrar y más costosas de cultivar de manera sostenible, su valor ha aumentado, consolidándolas como un alimento de lujo en la gastronomía contemporánea.
La historia de los caracoles y las ostras ilustra cómo los alimentos pueden transformarse en símbolos de estatus a lo largo del tiempo, dependiendo de su disponibilidad y de las tendencias culturales. Con la creciente atención hacia la sostenibilidad, surge la pregunta de si los insectos, que han sido consumidos por diversas culturas a lo largo de la historia, podrían ser los próximos en alcanzar este estatus en la alta cocina.