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El sorprendente poder del excremento de pingüino en la lucha contra el cambio climático en la Antártida

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mayo 25, 2025

La Antártida, con su gélido paisaje, se enfrenta a un calentamiento acelerado debido al cambio climático impulsado por la actividad humana. Sin embargo, un estudio reciente sugiere que las excreciones de los pingüinos podrían desempeñar un papel inesperado en la lucha por mantener el continente fresco.

Publicado el jueves en Communications Earth & Environment, la investigación revela que el amoníaco que emana del guano de los pingüinos contribuye a la formación de nubes sobre la costa antártica, lo que potencialmente bloquea la luz solar y ayuda a reducir las temperaturas. Matthew Boyer, autor principal y científico atmosférico de la Universidad de Helsinki, destacó que, aunque estudios de laboratorio habían demostrado que el amoníaco gaseoso puede facilitar la formación de nubes, esta es la primera vez que se cuantifica su influencia en la Antártida.

La Antártida se presenta como un laboratorio natural ideal. Con escasa contaminación humana y vegetación mínima, las colonias de pingüinos se erigen como los principales emisores de amoníaco en la región. No obstante, el futuro de estas aves está amenazado por la reducción del hielo marino, que interfiere en sus rutinas de anidación, alimentación y evasión de depredadores, lo que hace más urgente comprender su papel ecológico en el ecosistema.

Una colaboración entre pingüinos y fitoplancton

Los pingüinos, junto con otras aves marinas como los cormoranes imperiales, expulsan grandes cantidades de amoníaco a través de sus excrementos, una mezcla acre de heces y orina. Cuando este amoníaco se combina con gases que contienen azufre provenientes del fitoplancton—las algas microscópicas que florecen en el océano circundante—se incrementa la formación de pequeñas partículas de aerosol que eventualmente se convierten en nubes.

Para capturar este efecto en condiciones reales, Boyer y su equipo instalaron instrumentos en la Base Marambio de Argentina, situada en la Isla Seymour, al norte de la Península Antártica. Durante tres meses de verano, cuando las colonias de pingüinos están más activas y la fotosíntesis del fitoplancton alcanza su pico, monitorizaron la dirección del viento, los niveles de amoníaco y la formación de aerosoles recién generados.

Cuando el viento soplaba desde una colonia de pingüinos Adelia de 60,000 individuos ubicada a ocho kilómetros de distancia, los niveles de amoníaco en la atmósfera alcanzaban 13.5 partes por mil millones, aproximadamente mil veces más que el nivel de fondo. Incluso un mes después de que las aves partieran para su migración anual, las concentraciones de amoníaco permanecieron alrededor de 100 veces más altas, con el suelo impregnado de guano actuando como un fertilizante de liberación lenta.

Los contadores de partículas confirmaron que los aerosoles que inducen la formación de nubes aumentaban cada vez que llegaban masas de aire desde la colonia, llegando a ser lo suficientemente densos como para generar una niebla espesa. Las huellas químicas en las partículas indicaron que el amoníaco provenía de los pingüinos.

Boyer describe este fenómeno como un «proceso sinérgico» entre los pingüinos y el fitoplancton que potencia la producción de aerosoles en la región. Los investigadores advierten que una disminución en las poblaciones de pingüinos podría provocar un efecto positivo de retroalimentación en el calentamiento climático durante el verano en la atmósfera antártica, aunque enfatizan que se trata de una hipótesis aún no confirmada.

A nivel global, las nubes tienen un efecto de enfriamiento neto al reflejar la radiación solar de vuelta al espacio. Basándose en modelos árticos de emisiones de aves marinas, el equipo sugiere que un mecanismo similar podría estar en juego en la Antártida. Sin embargo, el impacto también depende de lo que se encuentre debajo de las nubes, puesto que las capas de hielo y glaciares reflejan gran parte de la energía solar, lo que podría hacer que el exceso de cobertura nubosa atrape el calor infrarrojo en lugar de enfriarlo.

Estas conclusiones destacan las profundas interconexiones entre la vida y la atmósfera, desde el Gran Evento de Oxigenación impulsado por microbios fotosintéticos hace miles de millones de años hasta la influencia de los pingüinos en la formación de nubes hoy en día. Boyer concluye que este fenómeno es un ejemplo más de la conexión esencial entre los ecosistemas y los procesos atmosféricos, subrayando la importancia de la biodiversidad y la conservación en nuestro mundo actual.

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