Vitali Tretyakov RIA Novosti | Traducido del ruso por Íñigo Aguirre.
¿Se puede hoy, después del holocausto cometido en Odesa y la sangre derramada en el Donbás, invertir el curso de los acontecimientos?
Los creadores del estado ucraniano independiente cometieron en 1991 un error fundamental, que -como me ha tocado escribir en numerosas ocasiones- tarde o temprano debía derivar en una catástrofe tanto para su proyecto, como para el resto, que de una u otra forma estuvieran ligados con Ucrania. Desecharon las características reales de aquel territorio unificado bajo el nombre de República Soviética Socialista de Ucrania e intentaron tirar por el camino de la creación de un Estado nación puro, ucraniano, (en la práctica una Ucrania para los ucranianos) algo para lo que en la práctica no había ninguna premisa objetiva. Unas singularidades reales, evidentes. Pero la élite ucraniana, especialmente su componente nacionalista, intenta convencerse a sí misma y a los demás de que simplemente no existen.
Ucrania es un país binacional en el que tanto los étnicamente ucranianos, como los étnicamente rusos componen la base que da forma al Estado. Los étnicamente rusos, los rusos de mentalidad, los históricamente rusos, en ningún caso suponen menos de la mitad de la población en Ucrania. Y no hay censo oficial, por mucho que pretenda fijar ese descenso poblacional hasta los 8 millones (para el próximo censo prometen llegar a los 4 millones), que pueda variar ese hecho. Como mucho solo consiguen que pensemos en falsificaciones, o -si de verdad el número de rusos está descendiendo de una forma tan acusada y vertiginosa-, en el genocidio del pueblo ruso. Además los rusos en Ucrania no están flotando en el éter. Están diseminados en unas tierras (Novorrusia, pero no exclusivamente) en las que han vivido durante siglos y que habitaron mucho antes de que llegasen los ucranianos y más aún el gobierno ucraniano.
Es decir la fórmula de Ucrania como Estado se compone de dos ecuaciones: “ucranianos más rusos” y “tierras ucranianas más tierras rusas”. Un especial “odio oficial hacia Rusia”, alimentado por el actual gobierno de Ucrania, está dirigido contra la Unión Soviética. Se podría discutir aquí del carácter fructífero de ese odio antirruso y antisoviético para la realización del plan de construcción de un estado ucraniano puro, de no ser porque precisamente fue en el periodo soviético, en el que a Ucrania le fueron entregados aquellos territorios rusos a los que nos hemos referido. Los nacionalistas ucranianos moderados, que dirigieron la salida de Ucrania de la URSS, pensaban por lo visto construir un estado ucraniano en el marco de su nacionalismo moderado: sin embargo no tuvieron en cuenta que en el oeste de Ucrania viven unos nacionalistas nada moderados, mucho más activos e ideológicamente mucho más motivados en su odio antirruso. Y como es natural, la apuesta por un proyecto nacionalista abrió el camino al gobierno precisamente a estos, no a los moderados, algo que terminó de cristalizar tras el “golpe naranja” de 2004 y la llegada al poder de Yúschenko.
Tras el golpe de Estado de febrero de 2014, el nacionalismo ucraniano de destilación racista (banderista) se convirtió definitivamente en la ideología oficial del Estado ucraniano. Finalmente esa dualidad territorial y étnica de Ucrania tiene fronteras geográficas bien delimitadas que dividen este país en un oeste preeminentemente ucraniano y en un este y sur predominantemente ruso. Es decir incluso la realización meditada del plan de construcción de un Estado ucraniano puro (sin una ucranización forzosa ni un desplazamiento artificial de la lengua y cultura rusa) conduce automáticamente a un desdoblamiento o división del país, y en ningún caso a su integración. Algo que ocurrió de golpe en cuanto el “ucranismo banderista” se convirtió en ideología oficial del Estado y al mismo tiempo en práctica del terror político a nivel interno, incluyendo el bandolerismo directo de índole racial. A fin de cuentas lo que les impide a millones de rusos salir huyendo de las tierras rusas de Ucrania, es que esa es su patria y la patria de sus antepasados. Por eso los rusos solo pueden separarse de una Ucrania nacional-racista, junto con sus tierras. Algo que ya está pasando, con el coste de la sangre, en el Donbás, que después de todo solo supone una pequeña parte de Novorrusia.
No cabe duda de que si en 1991 la élite ucraniana hubiera adoptado la decisión de crear un Estado ucraniano como un estado de ucranianos y rusos (una república ucraniano-rusa) como los dos pueblos iguales que componen la columna vertebral del país, la cuestión sobre la integridad territorial del país, no sería ahora un tema tan candente, como no lo hubiera sido todos estos años, empezando desde el mismo 1991. ¿Qué necesitaba Rusia de Ucrania tras su separación? En principio se trataría de cosas tan sencillas pero fundamentales como: la igualdad de derechos de los 15-20 millones de rusos que viven en territorio de Ucrania y de los ucranianos; el mantenimiento de la lealtad histórica de cualquier gobierno oficial de Ucrania hacia Rusia; la observancia de los evidentes intereses de Rusia en el este de Europa, especialmente en la cuenca del Mar Negro. Nada más. Pero ni siquiera esos mínimos pudieron asumir los nacionalistas moderados (la presidencia de Kravchuk y Kuchma) y menos aún los nacionalistas nada moderados que les sustituyeron en las altas instancias (presidencia de Yúschenko). Incluso Yanukovich aparentemente orientado hacia Rusia, moviéndose en ese cauce ya formado en los gobiernos de Kravchuk y Kuchma, de la política del engaño con Moscú y con los ciudadanos rusos de Ucrania, no supo comprender que tarde o temprano la hipocresía de los gobernantes de Kiev se volvería no solo contra ellos mismos, sino contra Ucrania como Estado en las fronteras de 1991.
Rusia recibió de Ucrania una permanente desrusificación dirigida y la conculcación en la práctica de los derechos de los rusos en Ucrania; una propaganda y política antirrusas, con carácter permanente, que se producía tanto dentro de lo propia Ucrania como en la arena internacional; el proyecto de aplicación sistemática de conversión del Mar Negro en un lago interior de la OTAN y los EE.UU. con el consiguiente desplazamiento del mismo de Rusia. Bajo Yúschenko a eso se añadió una permanente actividad que buscaba enemistar a Rusia con sus socios en Europa Occidental y con la UE en general, y un apoyo directo a todos los regímenes antirrusos en el espacio postsoviético (en la repúblicas bálticas, en Polonia, en Georgia), llegando a armar al régimen de Saakashvili, que se aprestaba abiertamente a la guerra contra Rusia, llegando incluso según indican todos los datos, a que militares ucranianos tomaran parte en los combates del lado georgiano. Es decir, si durante Kravchuk o Kuchma no fue demasiado evidente, con Yúschenko, quedó meridianamente claro que la línea general de política tanto a nivel interno como exterior, de los poderes oficiales de Ucrania fue un curso abiertamente hostil hacia Rusia como Estado y hacia los rusos como pueblo. Un curso que escogieron los poderes de Ucrania, puesto que Rusia con su reconocimiento a la integridad territorial de Ucrania en las fronteras de 1991, así como mediante la firma del denominado Gran acuerdo de 1997, demostró una lealtad máxima hacia el joven Estado, a pesar de toda la ambigüedad de la política de Kiev. Yanukovich continuó maniobrando en el triángulo Washington-Bruselas-Moscú, pero finalmente terminó por hacerse un lio, algo en lo que esa estrategia de bordear a los tres debía desembocar tarde o temprano.
La decisión de derrocar a Yanukovich significó el final de las oscilaciones geopolíticas, ya fuese de la propia élite ucraniana, o de aquellos, que estaban políticamente sosteniéndola fuera del territorio de Ucrania, adoptando las decisiones sobre su destino. La elección se hizo a favor de Washington y contra Ucrania como Estado de dos pueblos. Turchinov, Yatseniuk y Poroshenko con sus palabras y sus actos lo han demostrado nítidamente. La consecuencia inevitable de esa elección ha sido la desintegración territorial de Ucrania. ¿Se puede hoy, después del holocausto cometido en Odesa y la sangre derramada en el Donbás, invertir el curso de los acontecimientos? Es difícil pero se puede. Pero solo en el caso de que Ucrania renuncie a su ideología de “Ucrania como Estado para los ucranianos”, y de que todos los que han estado implicados en la aplicación sangrienta de esta ideología en el último año y medio abandonen la escena política. Siempre y cuando la nueva élite política del país declare abiertamente la creación de una República ucraniano-rusa democrática.