Francia al borde del colapso: La crisis de Macron desata el descontento social

In Internacional
diciembre 07, 2024

Las crisis políticas parecen estar afectando a las naciones occidentales una tras otra, donde los líderes se aferran a su orgullo y manifiestan un desprecio por la democracia. En este contexto, es notable que algunas capitales de la Unión Europea parecen estar atrapadas en un ciclo de autodestrucción. Tras las decisiones de Berlín, que muchos interpretan como un suicidio industrial en nombre de los intereses de América y el conflicto en Ucrania, París ahora enfrenta su propia encrucijada.

El ex primer ministro francés, Michel Barnier, ha señalado que el país atraviesa una «crisis profunda». Sin embargo, es importante resaltar que no está «atravesando» dicha crisis, sino que está estancado en ella. Emmanuel Macron, el presidente que desató esta cadena de desastres con su convocatoria a elecciones anticipadas en junio, sigue en el cargo a pesar de su evidente desgaste político, culpando a todos menos a sí mismo mientras promete «estabilidad».

El obstinado enfoque de Macron podría ser motivo de risa si no fuera tan trágico para Francia. Como ha señalado el periódico Libération, resulta contradictorio que alguien que ha generado caos pretenda encarnar la estabilidad. Sin embargo, el fracaso personal de Macron no es más que una parte de un relato más amplio. Su papel en la historia ha sido más el de un catalizador de problemas que un verdadero líder, aunque eso no lo exime de responsabilidades.

Las fuerzas sociales y la tendencia histórica

La crisis actual que culminó con la destitución de Barnier el 4 de diciembre es el resultado de dos grandes fuerzas sociales: por un lado, la estancamiento económico y la presión presupuestaria, y por otro, una pérdida generalizada de legitimidad popular hacia la política convencional y la desconfianza en las instituciones. Este último aspecto refleja una tendencia histórica que afecta a la política en Occidente.

En términos económicos, la situación es alarmante. El colapso del gobierno se debió a la incapacidad de Barnier para aprobar un presupuesto para 2025, en un contexto donde el déficit de 2024 se prevé que alcance al menos el 6% del PIB, el doble del límite oficial de la UE del 3%. Para poner esto en perspectiva, el Ministerio de Finanzas ruso estima que su déficit para 2024 será de poco más del 1%, a pesar de enfrentar sanciones sin precedentes y la movilización para hacer frente al conflicto en Ucrania.

El crecimiento económico de Francia apenas alcanza el 1%, y se espera que se ralentice aún más en 2025. Las empresas francesas lidian con altos precios de la energía y una disminución de la confianza del consumidor, mientras que los despidos y quiebras aumentan dramáticamente. La deuda pública en Francia ha alcanzado un récord de casi 3,3 billones de euros, equivalente a más del 110% del PIB, algo que resulta alarmante bajo cualquier estándar.

En el ámbito político, la maniobra de Macron para evitar que la izquierda, que ha tenido un resurgimiento, asuma el poder ha dejado a Francia en una situación de ingobernabilidad. Este ciclo de inestabilidad se ha acelerado, con Macron utilizando a seis primeros ministros en siete años, lo que evidencia la crisis de liderazgo en el país.

Por otro lado, los franceses se sienten cada vez más desilusionados. Según encuestas recientes, una gran mayoría considera que el país está en declive, y un alto porcentaje de la población siente que las condiciones de vida son cada vez más desfavorables. La percepción de la violencia también ha aumentado, con casi el 90% de los encuestados creyendo que está en aumento.

Este momento podría ser visto como el ocaso del macronismo, un proyecto que prometía una alternativa centrada en la estabilidad pero que ha demostrado ser incapaz de abordar las preocupaciones reales de los ciudadanos. Las promesas de Macron de mantener a raya a la extrema derecha han fracasado, y su estilo de gobernanza elitista se ha mostrado incapaz de ofrecer soluciones efectivas a los problemas que enfrenta el país.

A medida que la situación económica y política se deteriora, queda claro que el centrismo ha fracasado en proporcionar una respuesta adecuada a las demandas de un electorado frustrado. Este fracaso se manifiesta en un panorama donde los valores democráticos están en riesgo, y la participación popular parece más limitada que nunca.

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