La comunidad científica ha comenzado a prestar atención a la inteligencia y el bienestar de los cefalópodos, un grupo de invertebrados que incluye pulpos, calamares y sepias. Estos animales, que habitan en diversos ecosistemas marinos, han demostrado poseer capacidades cognitivas sorprendentes que han llevado a un creciente debate sobre la ética de su cría y tratamiento en cautiverio.
Cefalópodos: un grupo diverso y complejo
Los cefalópodos son una clase de moluscos que varían enormemente en tamaño y comportamiento. Desde el pequeño Idiosepius, que mide solo unos pocos milímetros, hasta el gigantesco calamar Architeuthis, que puede alcanzar más de 12 metros de longitud, estos animales muestran una gran diversidad en sus hábitats y estilos de vida. Algunos viven en la oscuridad de las profundidades marinas, mientras que otros habitan en coloridos arrecifes de coral.
A pesar de esta diversidad, gran parte del conocimiento sobre la cognición de los cefalópodos se basa en el estudio de unas pocas especies, lo que plantea interrogantes sobre la aplicabilidad de los hallazgos a otras especies en cautiverio, como el pulpo común (Octopus vulgaris).
Recientemente, varios estados de EE. UU. han prohibido la cría de pulpos, y se han planteado iniciativas similares en otros lugares, incluidos Hawai y las Islas Canarias. Este tipo de regulaciones surge a partir de la creciente evidencia que sugiere que los cefalópodos pueden poseer niveles de inteligencia comparables a los de algunos vertebrados, lo que plantea la necesidad de establecer estándares de bienestar animal más estrictos para su tratamiento en la industria alimentaria.
La inteligencia de los cefalópodos
Medir la inteligencia en los animales es una tarea compleja. Tradicionalmente, la investigación se ha centrado en si los animales piensan de manera similar a los humanos, obviando las habilidades únicas que poseen. En el caso de los cefalópodos, se ha observado que el Octopus vulgaris tiene alrededor de 500 millones de neuronas, un número considerable para su tamaño corporal, y similar al de aves y mamíferos de pequeño tamaño.
Un aspecto llamativo de su anatomía es que más de la mitad de sus neuronas están distribuidas en «mini-cerebros» ubicados en sus brazos, lo que les otorga una capacidad notable para el aprendizaje y la memoria. Estos animales son capaces de realizar tareas complejas, como camuflarse y comunicarse a través de patrones visuales, lo que sugiere un nivel de cognición significativo.
Los estudios también han demostrado que algunos cefalópodos pueden aprender a asociar imágenes con recompensas, una capacidad que se había considerado exclusiva de los vertebrados hasta hace poco. En experimentos sobre gratificación diferida, se ha observado que los calamares pueden esperar para obtener una recompensa más deseable, lo que demuestra un nivel de autocontrol y planificación.
La creciente atención hacia el bienestar de los cefalópodos y su inteligencia ha llevado a la formulación de nuevas directrices sobre su cuidado en cautiverio. A nivel internacional, se han comenzado a establecer normas que abogan por su tratamiento ético y la consideración de su bienestar psicológico, algo que, hasta ahora, ha sido desatendido en la legislación sobre animales.