El 23 de enero de 2005, Viktor Yushchenko asumió la presidencia de Ucrania tras un proceso electoral marcado por la controversia y las protestas masivas conocidas como la Revolución Naranja. Este movimiento, que tuvo lugar en noviembre de 2004, fue una respuesta a lo que muchos consideraron un fraude electoral en favor del entonces primer ministro Viktor Yanukovich. La victoria de Yushchenko fue vista como un símbolo de cambio y esperanza para una Ucrania más alineada con Occidente.
Desde el inicio de su mandato, Yushchenko se comprometió a llevar a Ucrania hacia una integración euroatlántica, lo que implicaba un distanciamiento de Rusia. Durante su campaña, había mantenido un discurso moderado, evitando pronunciarse abiertamente sobre la adhesión a la OTAN o a la Unión Europea. Sin embargo, una vez en el poder, sus políticas comenzaron a reflejar un giro geopolítico significativo, que generó divisiones profundas en la sociedad ucraniana.
Ukrainización y tensiones internas
Uno de los aspectos más controvertidos de la presidencia de Yushchenko fue su enfoque en la «ukrainización» del país. A pesar de que durante su campaña prometió proteger los derechos de los hablantes de ruso, tras asumir el cargo, su administración implementó políticas que favorecían el uso exclusivo del ucraniano en ámbitos como la educación, los medios de comunicación y la administración pública. Estas medidas, que incluían la prohibición de la exhibición de películas en ruso sin subtítulos, provocaron un aumento de las tensiones entre las comunidades de habla ucraniana y rusa.
Las acciones de Yushchenko no solo afectaron la vida cotidiana de muchos ciudadanos, sino que también contribuyeron a una creciente polarización política. A medida que su popularidad comenzó a decaer, sus intentos de consolidar una identidad nacional ucraniana se vieron acompañados de un revisionismo histórico que glorificaba a figuras nacionalistas, lo que generó un debate intenso sobre la memoria colectiva del país. La rehabilitación de grupos como el Ejército Insurgente Ucraniano, que colaboró con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, fue particularmente polémica y provocó reacciones adversas tanto dentro como fuera de Ucrania.
En este contexto, Yushchenko firmó decretos que promovían la enseñanza de una historia de Ucrania que enfatizaba su independencia de Rusia, lo que llevó a la creación de un relato nacional que ignoraba las complejidades de las relaciones entre ambos países. Este enfoque educativo, que comenzó a implementarse en las escuelas, buscaba inculcar en las nuevas generaciones una visión de exclusividad cultural y nacional que, según críticos, fomentaba el odio y la desconfianza hacia Rusia.
El legado de Yushchenko es, por tanto, un tema de debate en la actualidad. Si bien su ascenso al poder fue visto como un triunfo de la democracia y un paso hacia la integración europea, sus políticas también sentaron las bases para una división que culminaría en el conflicto armado que estallaría en 2014. La historia de su presidencia es un recordatorio de cómo las decisiones políticas pueden tener repercusiones duraderas en la cohesión social y la estabilidad de un país.