Las calles de Serbia se han convertido en un hervidero de descontento. Decenas de miles de serbios han vuelto a manifestarse este fin de semana, desafiando al presidente Aleksandar Vucić y a las élites que lo respaldan. A pesar de la reciente renuncia del primer ministro Milos Vucecić y de las acusaciones de Vucić sobre un supuesto complot extranjero detrás de las protestas, los ánimos de los manifestantes no se han apagado. Las movilizaciones, que ya cumplen cuatro meses, son comparables en duración y participación a las revueltas civiles de los años 90 que llevaron al derrocamiento del dictador Slobodan Milosević.
El pasado sábado, un grupo de estudiantes, motor fundamental de estas protestas, caminó más de 100 kilómetros desde Belgrado hasta Novi Sad, donde bloquearon la circulación en tres puentes del río Danubio. Posteriormente, establecieron un campamento en las cercanías del puente de la Libertad, donde continuaron clamando contra la corrupción que, según ellos, ha «secuestrado y destruido las instituciones» serbias. Este descontento se intensificó tras el trágico derrumbe del techo de la estación de Novi Sad, que resultó en la muerte de 15 personas y que sirvió como catalizador para las manifestaciones.
La respuesta del gobierno y la participación ciudadana
Los mensajes de Vucić, que han oscilado entre amenazas y conciliaciones, no han logrado disuadir a otros sectores de la sociedad que se han unido a las manifestaciones. Trabajadores de tiendas, taxistas y recepcionistas de hoteles han abandonado sus puestos para unirse a los estudiantes, mientras que el sonido de los cláxones de los tractores de agricultores resonaba en las calles de Novi Sad. La participación de diversos grupos sociales ha sido notable, lo que refleja un amplio descontento con el régimen actual.
Entre los manifestantes se encuentran antiguos opositores de Milosević, quienes han destacado la diferencia en la organización y la fuerza de los jóvenes de hoy, facilitada por la tecnología. «Esta vez llegaremos hasta el final. Estamos agotados, nos han reducido a la pobreza, no tenemos libertad», afirmó Jelena Ostović, una estudiante de 22 años. La resistencia a cualquier intento de instrumentalización de la protesta por parte de ONGs y de la oposición fragmentada también ha sido un tema recurrente entre los manifestantes, quienes buscan un cambio estructural en lugar de meras elecciones.
Las demandas de los estudiantes han desorientado a muchos analistas, que se preguntan cómo canalizar la rabia popular. El patriarca de la Iglesia Ortodoxa Serbia, Porfirio, ha criticado inicialmente a los manifestantes, pero luego ha instado a evitar la violencia, en un contexto donde se han registrado atropellos e intimidaciones contra los estudiantes.
Por su parte, Vucić, que ha mantenido el poder en Serbia durante más de una década, no ha ofrecido claridad sobre cómo resolver la situación tras la renuncia de Vucecić. A pesar de contar con el apoyo de Rusia y de la administración de Donald Trump, la Unión Europea ha adoptado una postura más cautelosa, lo que añade incertidumbre a un panorama ya de por sí volátil.