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Hacia un XX Congreso del PCE que debe ser histórico

In Opinión
febrero 02, 2016

En 2015 se cumplieron 100 años de la Conferencia de Zimmerwald, posiblemente la reunión más importante de la historia del Socialismo. La conferencia debatió la postura de los socialistas frente a la guerra mundial, y lo hizo en un contexto en el que la Segunda Internacional se había dividido: la mayoría de los socialistas se habían aliado con la burguesía para apoyar los esfuerzos de guerra de sus países frente a la solidaridad de clase internacional. En aquella conferencia, la llamada “izquierda de Zimmerwald” con Lenin al frente mostró su posición frente a la guerra, indicando que esta era una forma de favorecer al imperialismo y apostando por la Revolución frente a la guerra. Aquella Conferencia fue el germen de la Revolución de Octubre,  de los Partidos Comunistas y la Tercera Internacional

Hoy, a principios de 2016, y a un año de conmemorar el centenario de la Revolución de 1917, el mundo está nuevamente inmerso en la guerra, y en medio de una ofensiva internacional del imperialismo que se está cobrando la vida de millones de personas, y obligando a decenas y decenas de millones a huir de sus países, con un peligroso auge del fascismo y la xenofobia, y con una izquierda que vuelve a dividirse entre la que se alinea con el imperialismo y sus gobiernos y la que se alinea con la clase trabajadora mundial y los gobiernos populares.

En este contexto se plantea cada vez con más urgencia el debate sobre el papel de los revolucionarios del mundo en general y de los Partidos Comunistas en particular, también en nuestro país.

España vive en estos momentos, tras casi nueve años de una de las mayores crisis del capitalismo, un retroceso imparable de derechos y libertades, y una ofensiva total contra las organizaciones de clase.

Nos toca a las y los comunistas españoles hacer una reflexión profunda sobre las razones por las que ante la mayor crisis capitalista de las últimas décadas no hemos sido capaces de incidir decisivamente en ella poniendo a la ofensiva a la clase trabajadora y a las clases populares.

Sin embargo, esa reflexión no puede limitarse únicamente a analizar los acontecimientos de los últimos meses o los últimos años, sino que debemos analizar las razones por las que desde principios de los años 80 no solo no se han producido avances para la clase trabajadora, sino que en el caso de nuestro país ni siquiera se ha podido frenar la ofensiva neoliberal de los sucesivos gobiernos de PSOE y PP.

Las razones van mucho más allá de las que puedan desprenderse de análisis de lo sucedido en España en estas décadas, y tienen mucho que ver con la transformación ideologica y organizativa que sufrieron las organizaciones comunistas a partir de los años 60-70, y de la propia transformación que ha sufrido la propia clase trabajadora.

En este sentido el PCE tiene pendiente aún hacer su propio relato, con sus luces y sus sombras, con sus aciertos y errores, de las decisiones tomadas a lo largo de la llamada “Transición” y la influencia que tuvieron en las décadas sucesivas y en la consolidación de eso que se ha venido a llamar el “Régimen del 78”.

A menudo se habla del llamado “Régimen del 78” sin caracterizarlo y analizarlo de una manera dialéctica, y sin tener en cuenta que éste no era el mismo en el momento en el que se aprobó la Constitución de 1978 que lo es en nuestros días, principios de 2016.

Es incuestionable que los grandes avances democráticos y la conquista de libertades durante la “Transición”, incluso una parte importante de los artículos más sociales y avanzados de aquella Constitución, tienen en el PCE, en su fuerza social y política, y en el movimiento obrero en aquellos años, su principal artífice. Puede ser discutible, y por supuesto criticable, que se asumieran determinados símbolos e instituciones en aquella Constitución, pero lo que es irrefutable es que el poder económico – que también plasmó su fuerza en aquella Constitución – fue mucho más dialéctico que el PCE.

Para el PCE, la aprobación de la Constitución, las nuevas libertades conquistadas, fueron vistas como un fin conseguido de un marco legal y democrático ideal en el que se podría desarrollar plenamente su acción política. Es más, la acción política del PCE se empezó a limitar única y exclusivamente al campo electoral, que además se desarrollaba condicionado por una Ley Electoral diseñada para minimizar la fuerza del propio Partido Comunista.

En lugar de considerar la Constitución del 78 como un paso más en la conquista de libertades que permitieran avanzar en la conquista del poder por parte de la clase trabajadora, y de empezar a trabajar desde el primer día para la superación de aquella Constitución, no sería hasta 1996 cuando el PCE amenazaría con abandonar el pacto constitucional “si continuaba el clima de degradación democrática”.

El poder económico fue mucho más dialéctico desde el primer día y no tardó en poner a su servicio aquel “pacto”. En un primer momento incluso  llegó a aceptar determinados artículos constitucionales que supuestamente garantizaban derechos como la vivienda o el trabajo, o la supeditación de la riqueza nacional al interés general. Sin embargo, el poder económico se puso a trabajar inmediatamente para convertir aquellos artículos en papel mojado.

El Partido Comunista, que durante años de dictadura se había organizado como una organización para el combate en todos los frentes (movimiento obrero, movimiento asociativo, ejército, ámbito cultural…), había dejado de organizarse en los centros de trabajo, había dejado de impulsar y reforzar el frente cultural, había renunciado a símbolos y luchas, y a aspiraciones como la República, y además había limitado prácticamente su lucha a la acción en las urnas, en una decisión que aún pesa sobre nuestros hombros.

Décadas después de aquellas decisiones tenemos un Partido Comunista organizado únicamente de manera territorial, primando la acción electoral, y relegando la organización en el conflicto capital-trabajo y el trabajo en el frente cultural, quedando a merced de los resultados en los sucesivos procesos electorales (con sus crisis consiguientes) y de las ofensivas mediático-culturales.

La muestra del trágico resultado de ser dejar de ser interlocutor directo con la clase trabajadora tuvo consecuencias también en el sindicato CCOO, cuyo inicio de la deriva actual se escenificaría en aquel Congreso de 1987 donde Antonio Gutierrez – miembro entonces del PCE y años más tarde diputado del PSOE – arrebataría la dirección del sindicato a Marcelino Camacho. Se habían producido así dos hechos catastróficos: la renuncia a organizarse en el conflicto, y el enfrentamiento entre miembros (dirigentes) del PCE en el seno del sindicato. Con Antonio Gutierrez al frente de CCOO, y siendo miembro de la dirección del PCE, contribuiría a alejar a CCOO de la influencia del Partido Comunista, llegando a abandonar él mismo la militancia en dicho partido en 1991.

Y de manera simultánea estaba en marcha una profunda transformación en la composición interna de la clase trabajadora que invalidaba una parte importante de los esquemas operativos de la izquierda.

Esta transformación, unida en España a la “desconexión” organizativa del Partido Comunista con la clase trabajadora,  y a la consiguiente deriva sindical de CCOO y UGT y de buena parte de los dirigentes sindicales, hizo que durante las siguientes décadas se produjese un alejamiento de las organizaciones de clase con propia clase trabajadora. Millones de trabajadores y trabajadoras quedaban a merced así de la voluntad de la patronal y los poderes económicos, que a través del aparato mediático-cultural desataban una ofensiva ideológica de gran calibre que dura hasta nuestros días. Como muestra está el hecho de que los dos grandes partidos del régimen, PP y PSOE, artífices de extraordinarios recortes en derechos laborales y sociales, durante décadas se han nutrido fundamentalmente del voto de millones de trabajadores y trabajadoras. La caída de la URSS y del llamado campo socialista también fueron una consecuencia de dicha ofensiva a nivel mundial, y supusieron en sí mismo una pesada losa sobre la clase obrera internacional y sobre sus aspiraciones históricas de tomar el poder.

Hoy un debate similar al de los años 70 recorre la izquierda española,  que se dirime entre quienes defendemos que la contradicción capital-trabajo sigue siendo la contradicción principal y entre quienes creen que es necesario caminar hacia posiciones post-marxistas (yo diría anti-marxistas) donde la clase trabajadora ya no debe ser el sujeto transformador y donde la contradicción principal ya no es la contradicción de clase. El poder económico trabaja nuevamente para la victoria de estas últimas tesis.

Sin embargo este debate ha surgido de nuevo por errores propios, por el hecho de que las organizaciones de clase no hemos sabido adaptarnos a las transformaciones que ha sufrido la clase trabajadora en las últimas décadas, lo que ha derivado en la incapacidad de la clase trabajadora organizada para liderar un proceso de transformación, así como en el descrédito de las organizaciones de clase, fundamentalmente de los sindicatos.

De esto se derivan una serie de interrogantes.

¿Cómo hacer que las organizaciones de clase – fundamentalmente el Partido Comunista – recuperen el terreno perdido? ¿Como organizarse para ser interlocutor directo con la clase trabajadora? ¿Como organizar a los comunistas en el movimiento obrero y cómo organizar a los trabajadores y trabajadoras teniendo en cuenta la nueva composición de clase? ¿Como hacer que la clase trabajadora se sienta parte del mismo sujeto transformador? ¿Como poner la contradicción capital-trabajo en el centro del debate? En definitiva… ¿qué PCE necesita la clase trabajadora?

En el sentido de intentar empezar a resolver esas cuestiones, que requerirá una profunda discusión y análisis, que sirvan estos apuntes como simples reflexiones y aportaciones al debate de los próximos meses que debe abordar el Partido Comunista de España de cara a un XX Congreso que debe ser histórico.

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Informático de profesión, concejal en Paterna de EU y Secretario General del PCPV.