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Aprender de la II República para conquistar la tercera

In Opinión
abril 13, 2016

Dante W. | Cuando el 14 de abril de 1931 se proclamó la II República española, se hizo de forma pacífica, democrática. Esta experiencia tiene un valor permanente para la burguesía y para las masas populares de España. Si las clases dirigentes no provocan la violencia, el pueblo prefiere el camino pacífico para resolver los problemas que el desarrollo social plantea. Y, a su vez, esa vía pacífica, sin violencias destructoras y sin guerra civil, es posible sólo cuando se logra realizar la unidad del pueblo, cuando a través de una lucha diaria y constante van debilitándose y desarticulándose los instrumentos coercitivos de las clases dominantes. Los milagros no existen ni en la vida ni en la Historia.

Sin embargo en aquel momento, la organización que 5 años más tarde se convertiría en la vanguardia de la defensa de la república frente al fascismo, el Partido Comunista de España, adoptó una posición errónea.

En los meses previos a la proclamación de la república  las fuerzas repúblicanas y socialistas establecieron toda una serie de acuerdos, que fueron los que más tarde permitieron la victoria republicana en las elecciones y la proclamación de la república por la vía pacífica. Sin embargo el PCE no se sumó a estos pactos. Está línea errónea fue analizada años después por un comité formado por cuadros del comité central del Partido ya en el exilio  de esta manera:

Esforzándose por diferenciarse de los líderes socialistas, que convertían a la clase obrera en fuerza auxiliar de la burguesía, el Comité Ejecutivo pretendió salvaguardar la independencia política del proletariado con la consigna: «El proletariado debe luchar para sí mismo.» Esta era una consigna izquierdista, errónea, pues para dirigir la revolución democrático-burguesa el proletariado no puede limitarse a luchar «para sí mismo». Debe, por el contrario, formular y defender, de la manera más resuelta, las aspiraciones y los intereses de todas las clases populares; sólo en este caso admitirán éstas su dirección política (…)

(…) el Comité Ejecutivo del Partido Comunista, siguiendo la política errónea que le imprimía el grupo de Bullejos y Trilla, lanzó la consigna de «¡Ningún compromiso!». Esta consigna era una reacción crítica a la táctica de los socialistas, que habían concertado con los partidos republicanos compromisos sin principio, en interés exclusivo de la burguesía. Pero el marxismo revolucionario se diferencia del oportunismo, no por una actitud nihilista hacia todo compromiso, sino por el carácter de los compromisos que contrae con las demás fuerzas, sin exceptuar a los partidos burgueses. La cuestión reside en establecer compromisos que no enajenen la independencia política del Partido ni rebajen la energía y la combatividad revolucionaria de las masas. El proletariado sólo puede obtener la victoria sobre un enemigo poderoso utilizando las menores posibilidades de establecer pactos con otras fuerzas, a fin de obtener aliados de masas, aunque sean temporales e inestables.” (Historia del Partido Comunista de España).

La dirección del PCE en 1931 no había comprendido el carácter de la etapa de la revolución en España en aquel momento, cerraba los ojos ante los vestigios feudales en el país y al peso político que conservaba la aristocracia dentro de la clase dominante, considerando que la revolución debía ser dirigida contra la burguesía y no contra los terratenientes de ahí su consigna extemporánea del 14 de abril: «¡Abajo la República burguesa!»

En resumidas cuentas, la dirección del PCE encabezada por Bullejos no comprendía que el carácter de la revolución española en aquel momento era democrático-burgués y que el proletariado y por lo tanto el Partido, debían trabajar por encabezar, no la lucha del proletariado contra la burguesía, sino la lucha de todas las clases populares contra la monarquía primero y contra la aristocracia terrateniente después, de manera que la incipiente revolución democrático-burguesa que suponía la proclamación de la II República, pudiera dar a luz a una revolución socialista si el Partido y con él el proletariado conseguía encabezarla.

Este error de línea estratégica no sería corregido por el PCE hasta su IV congreso, donde se eligió una nueva dirección encabezada por José Díaz y Pasionaria, quienes supieron aplicar consecuentemente en nuestro país las consignas de la III Internacional Comunista, forjando la unidad con las fuerzas que compondrían el Frente Popular que conduciría al pueblo a la victoria electoral y defendería la república del fascismo internacional durante 3 años.

Hoy, 85 años después de la proclamación de la II República el carácter de la etapa actual de la revolución en España es otro, pero la estrategia a seguir es similar.

El desarrollo del capitalismo en nuestro país no vino de la mano de una revolución burguesa. El franquismo dio al traste con el proyecto de un país independiente que suponía la II República. A cambio durante 40 años de dictadura fascista desarrolló un capitalismo dependiente del capital financiero internacional. Muerto el dictador y con la llegada del actual régimen de monarquía parlamentaria, la dependencia y sumisión de nuestro país con respecto de la grandes potencias imperialistas no ha dejado de profundizarse. Las bases americanas pactadas por Franco dieron paso a la pertenencia a la OTAN. La entrada en la Unión Europea supuso la destrucción de nuestro tejido productivo industrial  y el paso a un modelo completamente dependiente de la financiación exterior. La entrada en el Euro nos trajo la dependencia monetaria.

Y este proceso, que no se ha dado exclusivamente en nuestro país, sino en todos los países de la dependencia de Europa, ha configurado una clase dominante alidada y dependiente del capital financiero internacional, del imperialismo.

Así pues si en 1931 el blanco principal de la revolución en nuestro país era la aristocracia terrateniente, en 2016 lo es el imperialismo y sus aparatos de intervención económica, política y militar en nuestro país. Y de nuevo sería un error para el Partido Comunista y para el proletariado intentar dar la batalla en solitario, contra toda la burguesía. Si en 1931 era necesario encabezar la lucha de todos los sectores del pueblo contra la monarquía y la aristocracia, hoy debemos ponernos a la cabeza de la lucha contra la intervención en nuestro país, del gran capital extranjero, del FMI, del BCE, sus proyectos de saqueo como el TTIP, sus aparatos de intervención militar como la OTAN, y sus aparatos de intervención política, como la monarquía que durante 40 años ha actuado como garante de los intereses de las grandes potencias en nuestro país.

Y en esa lucha, el proletariado y el Partido Comunista debemos trabajar por unir a todos los sectores del pueblo que son saqueados por las políticas de Troika en nuestro país y a todos los pueblos de Europa que están bajo la bota de la Europa de Merkel y EEEU. Solo así podremos vencer, y solo así conquistaremos la III República. Pero esa lucha debemos encabezarla nosotros y nosotras las comunistas y la clase obrera,  y no ir a la cola de partidos y organizaciones burguesas y pequeño-burguesas, porque estos partidos y organizaciones sólo pueden conducirla al fracaso, como ha ocurrido en Grecia. Sólo si esa lucha es encabezada por un partido obrero, por un partido marxista-leninista que tenga por objetivo la toma del poder por parte de la clase obrera podrá triunfar, pues no existe alternativa a esta Europa bajo las relaciones de explotación propias del capitalismo, cualquier lucha que no esté dispuesta a cuestionarlas está condenada al fracaso.

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