La perestroika generó la crisis sistémica de nuestra sociedad, nos explica el investigador jefe el Instituto de investigaciones socio-políticas de la Academia de Ciencias de Rusia, el profesor Serguei Kara-Murza.
A la gente se le dijo que toda la vida que les había precedido había sido un error. Y bajo esas banderas comenzaron a destruir todas las estructuras de la vida anterior. Comenzaron a difamar al ejército, a presentar a los obreros como holgazanes, a los campesinos de los koljoses como borrachos y a los médicos como asesinos con batas blancas.
Las gentes de todas las capas que componen la sociedad, sobre las que se asienta el país, fueron presentadas como material de desecho. En eso trabajaban la prensa y los artistas. Surgió incluso una enfermedad socio-cultural masiva, conocida como irritación. Se produce cuando la gente se desprende en mayor o menor medida de todas las normas morales, sociales y culturales. En consecuencia se rompen las relaciones entre las personas. Esas conmociones tan fulgurantes provocaron una degradación cultural que afectó a todos, a los pobres y a los ricos, a los de derechas y a los de izquierdas. Ya nadie podía llegar a algún acuerdo con nadie, definir algún tipo de proyecto común.
A la pregunta: ¿Adónde queremos ir? comenzaron a responder, “no queremos ir a ningún lado”.
¿Qué enseñanzas extrajo la sociedad de la experiencia de la perestroika?
Por desgracia son pocos los que han comprendido lo ocurrido. La mayoría intenta simplemente no pensar en ello. En lo esencial, la sociedad no ha extraído ninguna lección. Aquellos que intentan abordar aquella experiencia histórica, llegan a la conclusión de que la perestroika fue el motivo del derrumbe de la URSS y condujo a una crisis sistémica de todas las repúblicas postsoviéticas. Y una crisis sistémica implica que está enfermo cada elemento de la sociedad, del aparato estatal, de la economía y cada eslabón entre ellos. Es decir, nos vimos abocados a un estado tal, en el que todo lo que hiciésemos solo terminaba de empeorar la situación.
¿Seguimos estando inmersos en ese estado?
Considero que sí. Nos hablan de cambios positivos, de las olimpiadas que organizamos, del puente que construimos en el Lejano Oriente para la cumbre del Foro de cooperación Económica Asia-Pacífico. Pero todos los indicadores de la actividad del país demuestran que si bien se ha conseguido frenar algo el volante de inercia de la degradación, no se ha conseguido detenerlo. Y no puede sorprendernos que surgiese una crisis bastante grave como la del 2008 y que en el 2013 de nuevo haya crecido el número de desempleados y haya huelgas en algunas empresas. Vemos que la salud de los ciudadanos es mala, el gasto de los principales fondos es grande. Están degradando los recursos laborales, prácticamente ha desaparecido la clase obrera, los trabajadores del campo han perdido su cualificación. La reforma de la sanidad ha supuesto un retroceso para el sector y la calidad de la educación está empeorando. Da la impresión de que estamos dispuestos a salir de ese foso, pero los éxitos en esa empresa brillan por su ausencia. Vemos como la crisis sistémica genera fenómenos bastante particulares. Pongamos por caso, como ahora gracias a internet se pueden unos comunicar fácilmente con los demás, pero nuestra joven generación prácticamente se ha alejado de las demás generaciones. A nuestra juventud le resulta más cercana la juventud de otros países, que también está en internet, escuchando música y viendo películas, mientras que entablar un diálogo con los padres es más difícil. La gente prácticamente ha dejado de leer libros.
Una masa enorme de adolescentes y adultos están frente a la videoconsola, jugando, asimilando modelos ajenos. No podemos sorprendernos de la crisis en Ucrania. Una gran masa de personas allá, comenzaron de repente a odiar a Rusia. Algunos de ellos se convierten en auténticos monstruos, dando muestras de una crueldad inexplicable. Pero no deja de ser resultado precisamente de la crisis sistémica. Ya en la antigua Roma conocían de la aparición de esa extraña crueldad en los momentos de grandes crisis. Y nosotros recordamos la crueldad inimaginable que hubo en el Cáucaso, en Tayikistán, algo que no esperábamos de ningún modo. Todo ello es consecuencia de la perestroika. Por supuesto que ya antes había premisas, pero el estado iba resolviendo las contradicciones, no permitía que desembocasen en guerras fratricidas. Por cierto que la primera guerra intestina se produjo en el Cáucaso en el 88. La situación sigue siendo tensa. No falta gente dispuesta a morir con tal de causar daño al prójimo, algo inimaginable antes de la perestroika.
¿Cómo se puede superar esta crisis sistémica?
De momento la gente ahora resiste, se las apaña. No estamos en condiciones de guerra, pero la gente se ayuda para sobrevivir en las circunstancias de la crisis, aunque sea apoyándose con palabras de ánimo. Podemos decir que el estado ayuda hoy a la gente a mantenerse, al fin y al cabo la situación no es comparable con la que había en los 90. Pero el propio estado está enfermo, y no puede explicar lo que está sucediendo, y menos aún movilizar a la ciudadanía en nombre de una gran causa. La crisis sistémica no es algo que se pueda superar así como así, en un santiamén. Todavía tenemos que terminar de consumir las consecuencias de la perestroika. Hay que trabajar con la juventud, explicarles la historia.
En un artículo reciente, Gorbachov reconocía que no había un plan definido en la perestroika, que todo se hacía sobre la marcha, partiendo de cada situación.
Yo no creería mucho en lo que pueda decir Gorbachov. Sin ir más lejos, Alexánder Yakovlev sí que hablaba de que ese plan existía. Durante la perestroika era él, quien ordenaba las medidas a tomar en cada momento, y decía lo que podía esperar. El concepto de la perestroika fue publicado en 1985, pero entre nuestra élite científica de humanidades, todas esas ideas ya habían tomado cuerpo a principios de los años 60. Simplemente durante cerca de 25 años no se dejó que campasen a sus anchas. Pero todos discutían en los círculos científicos el plan que luego se comenzó a aplicar. Es falso eso que dicen: “queríamos lo mejor, pero simplemente no nos salió”.
A Gorbachov el pueblo lo odiaba ya en 1989. Las encuestas que se hicieron para el 25 aniversario de la perestroika, demostraron que incluso la juventud tiene una visión negativa de Gorbachov. No se trata solo de crítica o desconfianza, sino que despierta una repulsa aún mayor que la que provoca Yeltsin. Eso muestra bien a las claras el modo en que nuestra sociedad percibe la perestroika. Podría decirse que el pueblo experimenta un sentimiento de vergüenza nacional por haber creído en esos personajes.
¿Hasta qué punto podría hablarse de que existe una relación entre la élite actual y los ideólogos de la perestroika?
Los actuales dirigentes en cierto modo continúan con la perestroika, no pueden desprenderse de sus raíces. Todos ellos crecieron en el espíritu de la perestroika. Aunque muchos ya se han distanciado de Gorbachov y de Yeltsin. Se avergüenzan al recordar lo entusiastas que eran de la perestroika, se ven obligados a maniobrar.