Vladimir Lepejin | Russkiy Mir | Traducido del ruso por Íñigo Aguirre.
La postura de Vladímir Putin en relación a que el arreglo de la situación en el Donbás solo es posible mediante la descentralización de Ucrania y la aprobación por parte de Kiev de la ley que reconozca un estatus especial a la región, hecha pública el pasado viernes en Atenas, ha sido percibida por parte de los patriotas rusos como una renuncia de Rusia a la defensa de los intereses de la RPD y RPL.
Refutando las críticas contra el presidente, el autor de estas líneas en un comentario a la publicación “Rusnext” señaló, que “el Donbás no recibiría ese estatus especial hasta el momento en que no hubiera un cambio de gobierno en Kiev, mientras que ese “estatus especial” que la Junta está dispuesta a conceder a la RPD y RPL no lo aceptaría el propio Donbás”.
Por consiguiente, la vuelta de la región a Ucrania es imposible, por el hecho de que el propio Kiev no lo desea.
Rusia no abandonará al Donbás, pero lo puede perder
He de suponer que el presidente comprende perfectamente que Kiev no necesita al actual Donbás prorruso. Solo necesitan una tierra quemada, libre de separatistas, concebida para ser vendida a las compañías del gas de esquisto y ya de paso como “espacio vital conquistado en lucha contra los “moskali” (término despectivo que utilizan los ucranianos para referirse a los rusos. N. de la T.), para poder seguir componiendo la epopeya heroica de la victoria sobre Mordor.
En su momento pronostiqué que Kiev continuaría con su campaña militar en el Donbás, inclusive tras la firma del alto el fuego por los máximos representantes. Sin esto la continuación en el poder del actual régimen criminal es imposible, y por eso cualquier debate sobre la federalización de Ucrania sin su derrocamiento, no deja de ser palabrería para incautos.
Está claro que la crítica a Putin en el sentido de que en Grecia habría abandonado a su suerte al Donbás, carece de base. Sirvan como confirmación las palabras que pronunció en una entrevista en directo para “Komsomolskaya Pravda”, Serguei Lavrov: “No estamos abandonando al sureste de ucrania, no nos olvidamos de él y lo apoyamos muy activamente, y no solo en el plano político”, declaró el ministro de Exteriores ruso este pasado martes. Otra cosa es el grado, carácter y oportunidad de ese apoyo.
Desde mi punto de vista, la fórmula del proceder en política exterior de la gran y pesada Rusia (sus decisiones bastante operativas sobre Crimea, fueron más bien la excepción de la regla) es la siguiente: Al principio confía en exceso en sus socios y amigos, luego se sorprende de que esos mismos “socios” la hayan traicionado, para ponerse entonces a reflexionar sobre qué acciones adoptar para que aquellos que han ofendido a Rusia no la sigan agraviando más.
Es precisamente ese esquema por el que se han construido las relaciones con Ucrania. Al principio las élites rusas lo consideraban un país hermano, entendiendo esa hermandad, como la disposición de Rusia a compartir sin preocuparse de esperar un favor a cambio. Durante el periodo del Maidán estuvieron perplejas: ¿cómo así que los “hermanos” de repente se han puesto a dar botes contra Rusia? Y ahora por desgracia están ocupadas repartiendo sin prisa las propiedades, en un momento en el que se habrían de adoptar las medidas más drásticas en relación a Kiev.
Los errores de unos a menudo generan los crímenes de otros
Pienso que en lo que ha ocurrido en Ucrania hay una gran parte de culpa de los altos cargos y políticos rusos. Cuando menos han resultado estar no preparados para la nueva situación en la que ya no existe ni la URSS, ni el Imperio ruso, y en la que hay que construir unas relaciones distintas a las que había con las repúblicas soviéticas. Las élites de nuestro país han resultado ser demasiado confiadas con respecto a los regímenes de una serie de países del espacio postsoviético, que a menudo demostraban su amor a Rusia cuando necesitaban una rebaja en el precio del gas, pero que se ponían histéricos cuando se trataba de abordar algunas contraprestaciones.
Aunque la palabra “confianza” quizá no sea la más adecuada en este caso. En ese mismo paquete habría que añadir las tradicionales para los funcionarios de cosecha postsoviética, negligencia, presunción infundada (¿dónde van a ir sin nosotros Ucrania, Armenia y demás?), cortedad de miras (“que ellos se las apañen con sus problemas, que para eso son independientes”) y egoísmo, que predetermina la indiferencia hacia el destino de nuestros países limítrofes, amén de otras “cualidades” de la clase política rusa.
Como consecuencia tenemos una serie completa de errores cometidos por la burocracia de nuestro país, que nos han conducido a un mismo resultado: la pérdida por parte de Rusia de las relaciones de buena vecindad con los países cercanos.
Por supuesto no nos estamos refiriendo únicamente a las repúblicas bálticas (Lituania, Letonia, Estonia), en las que el proceso de la rusofobia ha llegado tan lejos, que se antoja imposible revertir la situación en las próximas décadas, pese a la presencia en esos países de importantes diásporas rusófonas. Aludía en primer lugar a los ortodoxos de Moldavia, Georgia y Ucrania, que en su día fueron tan queridas, por la elite rusa y soviética, como provincias del Imperio ruso y repúblicas de la Unión Soviética.
Ya solo en Ucrania, a lo largo del último cuarto de siglo, se ha cometido por parte de Rusia una cantidad record de errores. La diplomacia de nuestro país ha estado cerrando los ojos a la inclusión en el programa escolar ucraniano de libros de texto abiertamente rusófobos, a la reducción de la enseñanza en ruso, al coqueteo del poder con organizaciones ultranacionalistas y la usurpación por los greco-católicos de templos de la iglesia ortodoxa rusa, etc. Como resultado obtenemos una casi completa regeneración de las élites ucranianas, que desprecian a Rusia por su condescendencia y blandenguería.
Por desgracia, incluso la guerra desatada por el criminal régimen de Kiev contra la población rusoparlante del sureste de Ucrania no ha movido a Rusia a revisar su doctrina exterior. La diplomacia rusa sigue guiándose en su funcionamiento por los principios incluidos en el concepto del “poder blando”.
Prácticamente en estos días hemos visto como Rusia ha estado a punto de perder Azerbaiyán, que parecía incluso dispuesto a ingresar en la UEEA (Unión Económica Euroasiática). Y una vez más el motivo del agravamiento de relaciones con dicho país ha sido la banal incompetencia de los funcionarios rusos, que por lo que fuera estaban convencidos de que Azerbaiyán no estaba preparada para pasar a la acción militar contra Nagorno-Karabaj.
Es imprescindible aprender rápidamente de nuestros errores
La experiencia de las numerosas derrotas locales de Rusia nos sugiere que Rusia vence a sus adversarios no cuando aspira a llevar a cabo un presunto astuto plan, sino cuando defiende una postura firme de principio.
Eso fue lo que pasó con Crimea: Rusia perdió Ucrania, pero gracias a su postura de firmeza, defendió con éxito Crimea. Solo esa táctica aportará éxitos a Rusia en el Donbás, en el Cáucaso y donde fuere.
¿Qué tenemos por delante?
La principal dirección para la adopción por parte de Rusia de esa postura de firmeza debe ser Ucrania. Es precisamente aquí donde se decide hoy el destino de todo el espacio postsoviético.
En primer lugar, es necesario llamar a las cosas por su nombre al más alto nivel. Golpe de Estado, elecciones falsificadas, régimen marioneta, genocidio de la población rusófona, rehabilitación del fascismo, ocupación norteamericana y lucha de liberación de los milicianos de la RPD y RPL.
Ante la acritud e intransigencia de la postura de Kiev y los nacionalistas ucranianos con respecto a Rusia, nuestro país debe responder con mayor firmeza si cabe. No me refiero a la fuerza de las armas, sino a una guerra híbrida. Kiev está en guerra contra Rusia, luego debe recibir un golpe de respuesta demoledor en lo económico, político, informativo y demás frentes.
En segundo lugar es necesario priorizar. El criterio principal es que Rusia debe por todos los medios posibles contribuir a la caída del régimen de Kiev, reduciendo al mínimo la comunicación con él. Es inadmisible que en respuesta a la persecución auspiciada por Kiev de veteranos de la Gran Guerra Patria, la demolición de monumentos a los combatientes soviéticos y el nombramiento de calles de ciudades ucranianas con nombres de colaboracionistas nazis, Rusia haya reconocido a este régimen criminal.
Es obvio que los acuerdos de Minsk, no pueden ser el único formato para el avance de las posiciones de Rusia. Considero que como mínimo Rusia está obligada a lanzar en Europa una campaña exigiendo la liberación en Ucrania de los presos políticos, de quienes hoy solo se ocupa casi exclusivamente la ucraniana Larisa Shesler.
En lo que atañe a los acuerdos de Minsk, considero que en su marco, Rusia debe hacer público el plazo, por el que una vez concluido éste (en caso de que Kiev no cumpla las exigencias previstas en el acuerdo) Rusia se arrogará el derecho de reconocer como legales las elecciones en la RPD y RPL.
Vladimir Lepejin es director del Instituto de la Comunidad Económica Euroasiática.
Fuente: http://vremya4e.com/russia/40050-rossiya-nachinaet-ispravlyat-oshibki-sovershennye-na-ukraine.html