News-front.info | Yuri Selivánov | Traducido del ruso por Íñigo Aguirre
Los inexplicables sucesos en torno a Ucrania, desde el punto de vista de la lógica comúnmente aplicada, comienzan a tornarse conformes a la normalidad si les aplicamos un tamiz menos trivial.
Dicen por ejemplo que el régimen ucraniano está muy resentido con Rusia por Crimea y el Donbás. Pienso que eso no es del todo así. En realidad en Kiev están plenamente satisfechos con lo ocurrido. Con la salida de las dos más ajenas regiones para el actual gobierno rusofóbico, Ucrania se libró de golpe de unos cuantos millones de población rusa, incorregiblemente desafecta, y pasó a ser mucho más leal y prooccidental. Este era precisamente el país sumiso y fácilmente manejable que necesitaba este régimen carcelario, que no esperaba contar evidentemente con un completo apoyo popular. Es decir, se produjo esa autopurificación de Ucrania de la población “racialmente inferior” con la que los führer de la Galitzia antes solo podían soñar.
¿Para qué entonces diseñaron la operación de castigo en el Donbás y los actos de sabotaje contra Crimea? Bastaba con que se hubieran olvidado de ellas y asunto resuelto. Pero eso hubiera sido demasiado sencillo e irracional. Estas regiones con su salida crearon una excusa para la guerra y la imagen de enemigo, de vital importancia para el régimen. Algo absolutamente imprescindible para unir aún más al resto de Ucrania y terminar de someterla en torno a un gobierno usurpador. Al fin y al cabo no tienen ningún otro estímulo ni lo tendrán, para consolidar a esta “nación” artificial.
Kiev no necesita una guerra a gran escala, por cuanto comprende que la perdería. Pero esa permanente tensión militar, la exacerbación de la psicosis militarista, ese derramamiento de sangre interminable y dosificado, es justo lo que ha recetado el doctor. Es el instrumento de manipulación psicológica de la población que el régimen utiliza con éxito.
El ir librándose del resto de millones de rusos que quedan en Ucrania, empujándoles gradualmente para que se vayan a Rusia, es también un objetivo positivo que se ha marcado el régimen. Los medios son evidentes. El primero es la destrucción de la base industrial del país, que sirve como medio de supervivencia para la población rusa técnicamente más cualificada. Esa destrucción se lleva a cabo mediante la ruptura de relaciones económicas con Rusia y el bloqueo absoluto a la producción industrial ucraniana por parte de Occidente.
En su conjunto, lo que desde la postura de la lógica más elemental y del sentido común se interpreta como los componentes de la catástrofe ucraniana, desde la óptica del régimen de Kiev representa el principal sumando de su consolidación y fortalecimiento. Algo absolutamente imprescindible e inevitable para cualquier plan semejante.
Pero resulta entonces que las acciones de los oponentes de dicho régimen, incluidos los oponentes externos, dirigidas a alcanzar los resultados anteriormente citados, entre ellos la renuncia de Ucrania a las regiones que más peligro representaban para los actuales gobernantes, de un modo objetivo han acabado sirviendo para que se refuerce y prolongue su existencia ese gobierno. Eso incluiría ese empecinamiento por mantener ese enfrentamiento militar en el Este, en unas posiciones de clara desventaja para la milicia del Donbás, contrariamente al hecho repetidamente constatado de la absoluta incapacidad de las Fuerzas Armadas de la Junta.
En ese mismo sentido habríamos de encuadrar esa disipación dirigida en el espacio y esa anulación final de la poderosa energía de oposición política que existía en un inicio ante el régimen de Kiev, entre el ambiente de los millones de inmigrantes procedentes de Ucrania. Las decenas, cuando no cientos, de organizaciones creadas entre otras partes en Moscú con ese objetivo, son en esencia organizaciones ficticias, movimientos y comités que han estado cumpliendo y lo siguen haciendo a día de hoy un único cometido: servir de válvula de escape de esa olla, no vaya a ser que en un descuido reviente de verdad.
Vale la pena recordar en este sentido aquel extraño juego al “ganapierde” que con suicida insistencia se traía con los potenciales golpistas el anterior gobierno ucraniano, preparando activamente el terreno para un levantamiento armado de sus adversarios nominales y su propio derrocamiento. Un gobierno que en el último momento, por motivos más que misteriosos, renunció categóricamente al gran número de posibilidades legales que tenía a mano para tomar la situación bajo control. Esas citas absurdas de Yanukóvich sobre el miedo a una guerra civil nos parecen ahora balbuceos de niño, pues fue precisamente esa política la que nos condujo a la guerra. Es decir, se puede llegar a la conclusión lógica de que era precisamente ese el objetivo que se perseguía.
¿No podría ser que todo lo hasta ahora recordado fuese una contribución obligada, forzada, ante el régimen de Kiev, o se tratase de una connivencia consciente en el marco de un plan diseñado y coordinado al detalle?
Una respuesta indirecta a esa pregunta es la hasta ahora no explicada como es debido, pero enigmática, desde el punto de vista del sentido común y de las normas del derecho, política de reconocimiento súbito de un gobierno, el de Kiev, a todas luces ilegal y criminal. Unas prisas que no tienen ninguna causa respetable que las respalde. Menos aun cuando el presidente de Rusia en persona, en más de una ocasión reiterase que era inaceptable un levantamiento armado como medio para hacerse con el poder en Ucrania. Sin embargo y a pesar de todo, el punto de vista contrario obtuvo una influencia preponderante, donde la motivación real y los actores que lo respaldaban siguen estando fuera del “encuadre”.
Y aun con todo, las analogías existentes en el mundo nos señalan a un trasfondo racional de un aparentemente tan irracional desarrollo de los acontecimientos. En este sentido vale la pena recordar el régimen denominado de “soberanía limitada”, que utiliza la fuerza hegemónica mundial, el Occidente anglosajón, para con los países que han sufrido una fatal derrota en la confrontación con ellos. Se trata de Alemania y Japón. Estos estados, pese a su aparente soberanía formal, siguen controlados en la esfera geopolítica de un modo directo y extremadamente inflexible. Principalmente mediante las palancas de presión económica y financiera.
Exactamente la misma soberanía limitada se le impuso a Rusia tras la derrota de la URSS. Y se valía principalmente de esos círculos del oligarcado que viven de la extracción de materias primas, vendepatrias, completamente subordinados a Occidente y que en realidad ejercen como su top manager en territorio ruso. Teniendo en cuenta esa dependencia continuada de la economía rusa del sector de la extracción y su orientación a Occidente, es lógico presuponer, que son precisamente esos círculos, con el objetivo de reforzar su dominio sobre los pueblos de la extinta URSS y guiándose por el principio de “divide y vencerás”, los que supieron imponer su juego geopolítico al resto de estructuras del poder económico y estatal, incluida la Federación de Rusia.
Y todas esas inconsistencias y contradicciones que observamos hoy en esas relaciones ruso-ucranianas, no son otra cosa que la manifestación de la permanente confrontación entre la oligarquía prooccidental y las estructuras de orientación nacional que se le enfrentan en las cuestiones clave del destino venidero de la civilización euroasiática.
De modo que como mínimo, no deberíamos excluir que el guion de esta combinatoria ucraniana fuera escrito, acordado y ejecutado por determinados círculos interesados en los EE.UU., la Federación de Rusia y Ucrania, persiguiendo un objetivo común para estos círculos: la creación de un abismo insuperable dentro del “mundo ruso” y la cimentación de esa escisión para varias décadas en adelante. El interés de Rusia, de la civilización rusa y de todos los rusos no se tiene en absoluto en cuenta. Pero parece que no son ellos los que comandan este “desfile”.