Esta semana quedó inaugurado en Moscú un nuevo templo, integrado en el monasterio Sretinski, dedicado a las “víctimas del comunismo”.
El obispo y precepto del monasterio, Tijón Shevnukov es además, casualidades de la vida, el “confesor” del presidente ruso.
También es casualidad que el nuevo templo, construido en apenas tres años y que supera en dimensiones a la catedral Uspenski del interior del Kremlin, se haya santificado en el año del centenario de la revolución.
Putin en su discurso conminó a “salvaguardar la unidad de la nación”. Cuánta bajeza y cuánta hipocresía en las palabras de Putin. Ya solo la utilización de la expresión “víctimas del comunismo” lo dice todo. Ni Goebbels lo hubiera dicho mejor.
Da la sensación de que el Maidán de 2014 se hubiera producido en Moscú y no en Kiev, donde están desovietizando y decomunistizando a toda máquina, aquello que no han podido destruir en los 20 años anteriores.
Un espectáculo triste que deja un sabor amargo en el alma.Eso sí. En el año de la “reconciliación”, el presidente llama a evitar por todos los medios la “fractura social”. Lo que no cuenta es que esa fractura hace mucho que se produjo y que con cada año que pasa se va haciendo cada vez más abismal e insufrible.
La brecha entre los más pobres y los más ricos supera en Rusia los indicadores de muchos países africanos. Pero todos tranquilos. Ahora por lo menos ya tendremos un sitio donde ir a orar y pedir por las “víctimas del comunismo”.
Así al menos, todos aquellos que han estado más de dos décadas saqueando y desvalijando el país, dejando a millones de compatriotas sin apenas medios de subsistencia, con pensiones y salarios de miseria, tendrán un lugar donde ser recordados con cariño y admiración, cuando pasen a engrosar la ominosa lista de “víctimas del comunismo”.
Recemos para que así sea.
Fuentes: Burckina-new, MK