En verano hacía mucho calor y a Pedro Sánchez le entró el sofoco al pensar que tenía que formar una coalición con Pablo Iglesias. Un sofoco que duró todo el verano, de junio a julio, de agosto a septiembre, y de allí al 10 de noviembre. El caudillo y estratega más arribista y variable al viento que mejor puede soplar para sus intereses personales y de partido, consideró que desenterrando la momia de Franco a toda televisión antes de las elecciones y potenciando a VOX con esto y otras cosas, levantando de nuevo el peligro fascista como en abril pasado y presentándose como la única alternativa democrática, y de izquierdas claro, para evitarlo y acabar con el caos de los últimos años, pegaría un gran salto electoral y tendría mucho más margen de maniobra que con sus 123 diputados para imponer lo que considerase oportuno. Eso sí, sin pasarse nunca los estrechos márgenes en políticas socioeconómicas, laborales, internacionales y de bases sí y guerras también, que le marcan los llamados poderes fácticos, los de aquí y los de allá.
Lo que pasa es que cuando la prepotencia caudillista, sea cual sea el signo político con que se presenta, y especialmente si es de la “izquierda”, moderada o más radical, en el caso del PSOE centro-izquierda, actúa sin tener en cuenta que la realidad es más compleja que estos ejercicios de primero de política, el fracaso está garantizado. La realidad laboral y social en la actualidad, y cómo esta afecta a las clases trabajadoras, es algo concreto que exige alternativas que contribuyan a mejorar, o a no empeorar, las condiciones de vida de la gente, el trabajo y las condiciones en que se practica, especialmente el de la juventud que, o no lo tiene o lo tiene en condiciones precarias, temporales, sin relación con sus estudios y totalmente abusivas; o incluso el de las personas mayores que lo pierden y no vuelven a encontrarlo. Y en esa misma línea clara y concreta de actuación política intervenir para buscar alternativas para acabar con una situación como la que han creado los nazional-separatistas catalanes, corrompiendo la vida ciudadana en Catalunya y en España y evitar la continuación de la degradación de la política y la entrada masiva en escena del otro matonismo, el de la extrema derecha españolaza que impregna toda la sociedad y que consigue votos hasta de sectores de trabajadores que se tragan sus mentiras. Si no hay una política clara y los caudillos y partidos se bambolean de un lado a otro como una veleta, bloqueando salidas políticas imprescindibles, sin buscar acuerdos generales en cosas de funcionamiento democrático del Estado, independientemente de que se tenga en cuenta la dialéctica de la correlación de fuerzas en todas las cuestiones que afectan a las ideas, programas y propuestas de cada organización, difícilmente se saldrá del caos social. El batacazo y fracaso de Ciudadanos, y de Albert Rivera en particular, es el más claro ejemplo de a dónde conducen los caudillismos de dirigentes que surgiendo de la nada consolidaron una organización como una alternativa política más, un partido que progresivamente deja de actuar como un colectivo con ideas coherentes y coordinadas, y va al albur de las decisiones y cambios espontáneos y contradictorios diarios que se le ocurren al caudillo y a su círculo cerrado de compadres. Cs nació como un partido de centro con algunas propuestas socialdemócratas y acabó compitiendo, y gobernando, con el PP y con VOX de tanto marchar a la derecha. Sin el dramatismo del proceso de Cs, ningún partido, y más si se declara de izquierdas, moderada o radical, está exento de un final parecido.
Por todo lo dicho, está claro que los dos partidos, PSOE y UP, después de pasar todo un verano mareando la perdiz y con un Pedro Sánchez y un PSOE que lo querían todo sin dar nada a cambio, creyendo que tenían la sartén política por el mango y que iba a arrasar en las urnas, han tenido que sufrir una pérdida de más de 700.000 votos y tres diputados uno, el PSOE, y más de 600.000 y siete diputados el otro, UP. Y llegó en menos de 24 horas aquel acuerdo que no dejaría dormir a Pedro Sánchez en verano y que ahora le reconforta y permite a este y a Pablo Iglesias darse el gran abrazo de amistad eterna. Llegan a un acuerdo de 10 puntos genéricos para formar un gobierno de coalición, para el que ya han repartido sillones como medida previa, sin antes entrar a fondo en qué hacer y cómo hacerlo.
Diez puntos anunciados en titular sin concretar cómo se aplicarán, con qué presupuestos se financiarán, en qué partidos se apoyarán habida cuenta de que los socios PSOE-UP son minoría en el espectro político. Y si realmente los 10 puntos son acuerdos para que la izquierda progresivamente actúe de verdad como izquierda y vaya recuperando el espacio que progresivamente ha ido cediendo a la derecha y a la ultraderecha, cuando rimbombantes promesas sociales y laborales del gobierno de Pedro Sánchez ni siquiera se intentaron poner en práctica.
Ya sé que yo soy una persona cada vez más escéptica ante las retóricas, o palabras, que no van acompañadas de un principio de intento de realizar lo que se dice que es necesario o imprescindible para mejorar la vida de las personas que viven de su fuerza de trabajo manual e intelectual. No puedo ni quiero evitarlo. Y digo, no más, pruebas son amores. En cualquier tarea de gobierno, incluso en los momentos complejos o difíciles para llevar a cabo unas políticas más sociales que las que está dispuesta a permitir la derecha política, económica y mediática, debe quedar la impronta de la voluntad de hacer lo que se promete o acuerde, buscando el concurso, la colaboración, la organización y la movilización de las mayorías que van a recibir y gozar de las mejoras que se consigan. De nuevo, lucha de clases en estado primario. No hay más vías.