Este titular no tiene pretensión de inventar nada sobre la política pero mucho menos reducirla a algo simple que funciona mecánicamente como las cuatro reglas: aprendidas y cantadas. La política no son las ilusiones falsas y los objetivos fáciles que tantos políticos prometen a la ciudadanía si les votan. La política es una dialéctica contradictoria que analiza, entiende y actúa sobre las cuestiones económicas y sociales, sobre las relaciones humanas y de los diversos sectores organizados de la sociedad, conformando diversas propuestas y alternativas a los problemas basadas en los intereses diferentes y en las ideologías que los sustentan. Simplificando, es, entre otras cosas, una forma de defender los intereses de clase entre los poseedores del poder económico y los trabajadores que ofrecen sus servicios a este poder por unas condiciones laborales y por un salario, más o menos bajo, o alto, según los momentos y las situaciones.
A mi entender lo que pasa actualmente en la política española, y más allá de ella, es la degradación de lo mejor de ella. O sea, desaparece, se mezcla y se amalgama la claridad con que se expresan y se entienden las diversas ideologías , con sus diferentes y contradictorios programas, proclamas, discursos y propuestas ante los asuntos de la sociedad. Es sencillo calificar a la derecha por sus políticas conservadoras, reaccionarias y hasta autoritarias en el plano económico y social, fundamentalmente, y en la defensa muchas veces de posturas y leyes anacrónicas en las costumbres; y a la extrema derecha por acentuar todos estos rasgos e introducir elementos de eliminación política del adversario, o de las libertades colectivas cuando no son favorables a sus concepciones reaccionarias. Ya es más complejo calificar al liberalismo, ya que depende de las circunstancias que se mueva hacia un centro derecha cerrado o hacia un centro socialdemócrata. Y también es complejo hablar de una socialdemocracia que, siempre bajo el cartel de izquierdas, ha servido para defender las políticas socioeconómicas más neoliberales, argumentando con énfasis frente a sus adversarios de la izquierda alternativa que eran las únicas posibles; de la misma forma que han aceptado la OTAN, las bases militares norteamericanas, las guerras enmascaradas en el pretexto de la defensa de la libertad y los derechos humanos. Y para completar el panorama político partidario, que ya no ideológico, está, mejor dicho estaba, la izquierda alternativa, que se ha convertido en un amago o ficción de si misma, aceptando en gran parte los programas liberales de la socialdemocracia, y reduciéndose en España y en toda Europa hasta la insignificancia en la mayoría de casos.
Dicho esto, y cuando desaparece del debate político cotidiano y del horizonte la lucha de clases, considerada una antigualla hasta para los que la defendieron históricamente como el instrumento para hacer frente a la explotación y a la servidumbre social a los intereses de las clases poseedoras dominantes, aparecen para sustituirla las identidades étnicas, los nacionalismos, las confrontaciones por fronteras y no por intereses de clase contrapuestos o enfrentados. Nacionalismos, reaccionarios siempre, por voluntad de los interesados en que se desarrollen y por la inercia, la aceptación y la complicidad de los que deberían alejarse de ellos como de los peores enemigos de las clases trabajadoras.
En España ha sucedido, y se está desarrollando así. Controlado y difuminado el nazionalismo español en los más de 40 años de democracia parlamentaria, ha venido el nazionalismo catalán, muchos de cuyos impulsores fueron antes franquistas por intereses de clase, a resucitar lo peor del nazionalismo, tanto en Catalunya, como, por reacción visceral, en toda España, con la aparición, sobre todo, de VOX. Y la socialdemocracia y la izquierda que ya no sabe quién es y qué quiere, hacen de auxiliares y palanganeros, contribuyendo a crear una situación de contradicción, enfrentamiento y potencial peligro en la convivencia, y evitando que los problemas básicos y recortes que afectan a las clases trabajadoras, a los jóvenes, a los servicios públicos esenciales para toda la población, a la construcción de una Europa democrática alejada del neoliberalismo y la guerra, continúe encharcada en las políticas más conservadoras y más proclives a potenciar nuevas etapas de nazionalismos enfrentados. Sin ir más lejos, y para hablar de un hecho acabado de producir, parece que los acuerdos del PSC en su Congreso, con Iceta a la cabeza, y bendecidos por el PSOE, van más en esa línea y en los acuerdos a tres (PSOE, Podemos, ERC) que nadie sabe qué son y a dónde conducen. Que ahora un asunto político capital sea que la región catalana y otras, en la Constitución «nacionalidades», se convierta en una batallita para que sean naciones, da qué pensar sobre el caletre de la «izquierda».
Es por todo ello que desde hace tiempo considero que estamos en una charca politiquera que crea procesos ficticios que inventan la realidad, compitiendo en la mentira. Luego, cuando se huela el peligro de la inutilidad o del enfrentamiento, a correr todos, incluidos los inútiles de la política, los aventureros de la tribuna, y las masas horneadas.