Veinte años después del devastador tsunami que asoló la costa sur de India, la memoria de la tragedia sigue viva en la mente de aquellos que la vivieron. El 26 de diciembre de 2004, un terremoto de magnitud 9.1 frente a la costa de Sumatra, Indonesia, desencadenó olas gigantes que se llevaron consigo más de 220,000 vidas en toda la cuenca del Índico, de las cuales 16,389 correspondieron a India. La recuperación ha sido un proceso largo y doloroso, y los ecos de aquel día fatídico resuenan en la actualidad, especialmente ante la creciente intensidad de las tormentas y ciclones.
El legado del miedo
Maragathavel Lakshmi, una residente de Akkaraipettai en Tamil Nadu, recuerda vívidamente cómo el tsunami se llevó a su hija. Aunque las alertas meteorológicas han mejorado, el temor persiste. “El miedo a lo que puede traer una lluvia intensa o un viento fuerte sigue ahí”, confiesa. Este miedo es compartido por muchos en la región, que han visto cómo el cambio climático ha intensificado los fenómenos meteorológicos extremos, generando una ansiedad palpable cada vez que las condiciones climáticas se deterioran.
La población de la costa de Tamil Nadu ha aprendido a vivir con esta dualidad: por un lado, la tecnología ha permitido una mejor predicción y planificación de evacuaciones, lo que ha reducido significativamente las muertes en comparación con el pasado; por otro, el clima se comporta de manera errática y más destructiva. “Los veranos son más duros y las lluvias son más intensas”, explica Lakshmi, reflejando la realidad de muchos que aún sienten el impacto del desastre de 2004.
P. Mohan, otro superviviente y pescador de la misma localidad, también se muestra reacio a salir de casa cuando hay alertas meteorológicas. “Cada vez que veo un aviso sobre el clima, no me atrevo a salir”, dice con visible preocupación. Su historia es un recordatorio de que la naturaleza, aunque se pueda prever en parte, sigue siendo un enemigo formidable e impredecible.
La tragedia de 2004 dejó a numerosos hogares destruidos y a comunidades enteras desplazadas. En el caso de Mohan, la pérdida fue doble: no solo sobrevivió al desastre, sino que también perdió a su madre, cuyo cuerpo nunca pudo identificar. “Pasé una década aceptando su pérdida”, confiesa, añadiendo que la falta de control sobre la naturaleza es una realidad que ha aprendido a aceptar. “Dios no puede controlar la naturaleza”, asegura, reflejando una resignación que muchos en la región comparten.
A pesar de los esfuerzos de reconstrucción y las medidas de prevención, el legado del tsunami sigue presente en la vida cotidiana de los habitantes de esta zona. Las oraciones diarias en templos y la construcción de barreras contra el mar son intentos de proteger a las comunidades, pero el miedo a lo desconocido permanece, recordándoles constantemente que el próximo desastre podría estar a la vuelta de la esquina.