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Un estudio internacional, coautorizado por investigadores de la Universidad de Auckland, pone de relieve cómo las empresas pueden fomentar comportamientos cotidianos que contribuyan a la sostenibilidad energética, a menudo pasados por alto en los planes corporativos de sostenibilidad. Publicado en la revista Renewable and Sustainable Energy Reviews, el análisis abarca 70 investigaciones sobre comportamientos de ahorro energético entre empleados y revela que una combinación de actitudes personales, normas sociales, hábitos, cultura organizacional y retroalimentación entre pares influye en la disposición de los trabajadores para ahorrar energía.
Un enfoque en el compromiso
El estudio sugiere que las empresas que desean reducir su consumo energético deben centrarse en el compromiso de los empleados en lugar de en la imposición de normas. Aquellos que se sienten alentados, en lugar de vigilados o penalizados, tienen más probabilidades de desarrollar hábitos de ahorro energético a largo plazo. Como señala la profesora de la Escuela de Negocios Sholeh Maani, «un entorno laboral que reconoce el valor del comportamiento de ahorro energético y empleados con intenciones de conservar energía son muy efectivos».
La investigación indica que las empresas que integran comportamientos de ahorro energético en sus políticas y cultura organizacional observan un mayor compromiso por parte de su personal. Por ejemplo, ofrecer a los empleados control sobre la iluminación y la temperatura, así como recibir retroalimentación regular sobre el uso de energía, combinado con refuerzos positivos, puede motivarles a actuar en favor del ahorro energético.
Asimismo, herramientas digitales como sensores de Internet de las Cosas (IoT) y aplicaciones gamificadas pueden facilitar a los empleados el seguimiento de su uso energético, fomentando así la autonomía y la responsabilidad. Sin embargo, muchas empresas suelen depender de campañas de educación para incentivar la conservación de energía, y la investigación indica que proporcionar información por sí sola no es suficiente; en algunos casos, puede incluso tener un efecto contraproducente si se percibe como una vigilancia personal.
Un estudio realizado en una universidad canadiense, que encuestó a 595 empleados en 24 edificios, mostró que la retroalimentación y la educación entre pares redujeron el consumo energético en un 7% y un 4% respectivamente, mientras que el uso de energía aumentó en un 4% en aquellos edificios que educaron a los empleados sobre cómo y por qué ahorrar energía. Otro estudio en los Países Bajos examinó una iniciativa de ahorro energético de 13 semanas en una consultora ambiental con 83 empleados. Los trabajadores recibieron recompensas semanales por ahorrar energía, con algunos recibiendo incentivos monetarios y otros reconocimiento público. Los resultados fueron claros: la retroalimentación pública resultó más efectiva que los incentivos financieros.
Estos hallazgos subrayan que la mera conciencia no impulsa el cambio; los empleados necesitan intervenciones prácticas que refuercen su comportamiento, como incentivos sociales y retroalimentación. Según Maani y el coautor Dr. Le Wen, si las empresas desean reducir el desperdicio energético, deben centrarse en construir una cultura laboral que apoye y normalice los comportamientos de ahorro energético.
Los empleados son más propensos a conservar energía cuando observan a sus colegas haciendo lo mismo, reciben retroalimentación regular sobre el uso energético en el lugar de trabajo y sienten que tienen el apoyo para realizar cambios y tomar el control. Cuando los gerentes y compañeros participan activamente en iniciativas de ahorro energético, es mucho más probable que otros empleados sigan su ejemplo.
Con el aumento de los costos de electricidad y la creciente presión para reducir las emisiones de carbono, las empresas en Nueva Zelanda tienen mucho que ganar al empoderar a sus empleados para que formen parte de la solución. En un país donde la sostenibilidad es una prioridad, reducir el desperdicio energético en el lugar de trabajo representa una forma de bajo costo y alto impacto para que las empresas alcancen sus objetivos medioambientales.