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Clyde Tombaugh no tenía la intención de descubrir Plutón cuando envió sus bocetos del cielo nocturno al Observatorio Lowell en Flagstaff, Arizona, en 1929. En realidad, su deseo era abandonar la granja en Kansas donde pasaba sus días trabajando la tierra. Con solo 23 años, Tombaugh envió sus dibujos, sin que nadie se lo pidiera, a varias instituciones y observatorios en los Estados Unidos, esperando que alguien, en cualquier parte, le diera una respuesta sobre su trabajo. La respuesta del Observatorio Lowell fue una sorpresa: no solo recibió una crítica a sus dibujos por parte de astrónomos profesionales, sino una oferta de empleo, lo que en un par de años lo llevaría a un selecto grupo de astrónomos que podrían reclamar lo que solo los antiguos habían podido presumir: el descubrimiento de un nuevo planeta.
La búsqueda del Planeta X
Es justo reconocer que la búsqueda de Plutón no comenzó con Clyde Tombaugh. Ese honor pertenece al visionario astrónomo Percival Lowell, quien en 1894 fundó el Observatorio Lowell en el territorio de Arizona. Lowell, proveniente de una familia elite de Boston, se sintió fascinado por el estudio de Marte y sus supuestos canales. Con la riqueza familiar como respaldo, estableció un observatorio en el desierto de cielos oscuros de Estados Unidos y se dedicó a desentrañar los misterios del Planeta Rojo. Sin embargo, pronto se interesó por otro enigma cósmico más relevante: los planetas Urano y Neptuno, que presentaban órbitas que no se ajustaban a los cálculos matemáticos de la época. Lowell estaba convencido de que había un planeta aún no descubierto en los confines del sistema solar que estaba alterando sus trayectorias.
Lowell dedicó años a calcular la ubicación de este planeta esquivo, al que llamó «Planeta X». A pesar de su insistencia y de los esfuerzos de su equipo, al morir en 1916, el planeta no había sido encontrado. Muchos en la comunidad científica comenzaron a creer que ya no había más planetas por descubrir y la búsqueda del Planeta X se abandonó poco después de su fallecimiento. Sin embargo, el destino tenía otros planes. La historia de Clyde Tombaugh, quien llegó al Observatorio Lowell con la esperanza de probar su valía, se entrelaza con la de Plutón y su eventual descubrimiento en 1930, un hallazgo que, aunque impulsado por la casualidad, cambiaría para siempre el entendimiento de la astronomía.
A pesar de que Plutón fue descubierto casi por azar, su hallazgo tuvo un impacto cultural significativo. En 1930, el mundo se encontraba sumido en la Gran Depresión, y los avances científicos ofrecían una fuente de inspiración muy necesaria. La noticia de la detección de un nuevo planeta fue celebrada como un rayo de esperanza en tiempos oscuros. Sin embargo, a medida que avanzaba la comprensión científica, la clasificación de Plutón se vio envuelta en polémica y en 2006, la Unión Astronómica Internacional decidió reclasificarlo como un «planeta enano», argumentando que no cumplía con los criterios necesarios para ser considerado un planeta, pues su órbita se solapa con otros objetos en el Cinturón de Kuiper. Esta decisión avivó un intenso debate tanto en la comunidad científica como entre el público en general, quienes aún se sienten profundamente conectados con este enigmático cuerpo celeste.