
Los arcoíris han fascinado a la humanidad durante siglos, inspirando leyendas y mitos, como la famosa historia del pote de oro al final del arcoíris. Sin embargo, lo que muchos no saben es que un arcoíris no tiene un «fin» tangible y es, en realidad, un fenómeno óptico que puede ser descrito más como un círculo que como un arco. Cuando observamos un arcoíris, la tierra oculta la mitad inferior del círculo, lo que limita nuestra percepción a un arco. Sin embargo, si se está en una posición elevada, como en una montaña, y las condiciones son adecuadas, es posible vislumbrar más de este círculo de colores.
Formación y percepción del arcoíris
El arcoíris se forma cuando la luz solar entra en gotas de agua suspendidas en la atmósfera, como las que se encuentran en la lluvia o en la niebla. Al entrar en contacto con estas gotas, la luz se refracta, es decir, se curva y se separa en un espectro de colores. Este fenómeno ocurre porque cada color de luz se desplaza a diferentes velocidades en el agua. Al rebotar en la parte trasera de la gota, la luz se refleja y vuelve a salir, alcanzando nuestros ojos en ángulos específicos. Como resultado, cada persona que observa un arcoíris ve el suyo propio, ya que los colores que llegan a su vista provienen de gotas específicas de agua.
Para observar un arcoíris completo es necesario estar en un avión o en un lugar elevado, donde se puedan ver las gotas de agua desde un ángulo adecuado. Además, es posible crear un arcoíris personal utilizando un aspersor en un día soleado, asegurándose de que el sol esté detrás de uno. La práctica y la paciencia son esenciales para captar la belleza de este fenómeno natural. A pesar de que los arcoíris son un espectáculo visual impresionante, su esencia es efímera y no se puede alcanzar físicamente, tal como una imagen en un espejo. Por tanto, los mitos sobre los tesoros al final del arcoíris permanecen en el ámbito de la fantasía.