
En un contexto de cambio climático acelerado, las ciudades costeras se enfrentan al reto de proteger sus infraestructuras ante el aumento del nivel del mar. Tradicionalmente, estas localidades han recurrido a la construcción de barreras como muros de contención, basándose en proyecciones climáticas que, según advierten expertos, pueden no ser del todo fiables.
Un estudio reciente, publicado en Nature Communications por un equipo interdisciplinario de investigadores de la Universidad Estatal de Pensilvania y la Universidad de Pittsburgh, revela las limitaciones de estos enfoques convencionales. Según Ashmita Bhattacharya, autora principal del estudio y estudiante de doctorado en ingeniería civil, el problema radica en que las condiciones climáticas futuras pueden diferir significativamente de las proyecciones actuales.
El uso de infraestructuras costosas no solo implica un riesgo financiero, sino que también contribuye a la emisión de dióxido de carbono, agravando aún más el cambio climático. Chris Forest, profesor de dinámica climática en la Universidad Estatal de Pensilvania, señala que “la adaptación climática actual se enfrenta a una gran incertidumbre respecto a cómo evolucionarán las demandas climáticas en el futuro.” En este sentido, las temperaturas globales han batido récords en 2023 y 2024, lo que hace aún más urgente la necesidad de encontrar soluciones adecuadas.
Un modelo de adaptación dinámica
Para abordar estas inquietudes, el equipo de investigación ha desarrollado un modelo que facilita la toma de decisiones a lo largo del tiempo, adaptándose a la nueva información que se genera. Gordon Warn, profesor en la misma universidad y coautor, explica que este enfoque permite realizar acciones dinámicas a medida que evoluciona el clima, optimizando así los costos. Esta estrategia no solo tiene el potencial de reducir significativamente los gastos de los municipios, sino que también evita el compromiso de recursos para sistemas de protección integral desde el inicio.
El modelo, que se basó en escenarios inspirados en Manhattan y Staten Island, demostró que su enfoque estratégico a largo plazo resultó en menores costos en comparación con un análisis de costo-beneficio estático. Además, utiliza técnicas avanzadas de matemáticas y computación, como los Procesos de Decisión de Markov (MDP), que permiten representar la imprevisibilidad de la naturaleza a través de “creencias” que cuantifican la incertidumbre sobre los futuros estados climáticos.
Este modelo no solo se enfoca en la infraestructura tradicional, como muros de contención de concreto, sino que también evalúa soluciones basadas en la naturaleza, que pueden ser implementadas solas o en combinación con las estructuras convencionales. Por ejemplo, la adición de arrecifes de ostras o marismas salinas puede mitigar el impacto de las olas con una huella de carbono mucho menor, lo que contribuye a la sostenibilidad ambiental.
Los investigadores también han incorporado el costo social del carbono en sus simulaciones, lo que llevó a que se realicen acciones de adaptación de manera más temprana y frecuente. Según Warn, “si ignoramos las emisiones de carbono, estamos subestimando el costo total de los daños relacionados con inundaciones.” Este enfoque integral podría ser clave para que las ciudades costeras adapten sus estrategias de manera más efectiva.
Las próximas etapas de este trabajo se centran en escalar el modelo y probarlo en escenarios más complejos y variados. Dado que ocho de las diez ciudades más grandes del mundo se encuentran en zonas costeras, la relevancia de esta investigación no puede ser subestimada. Kostas Papakonstantinou, otro de los coautores, señala que el modelo podría ser utilizado por gobiernos e incluso compañías de seguros para incentivar acciones de adaptación, similar a cómo se han reducido las tasas de seguro para vehículos equipados con sistemas de frenos antibloqueo.