
En las remotas regiones subárticas y árticas de los Territorios del Noroeste (NWT) de Canadá, el cambio climático avanza a un ritmo alarmante. Decenas de años antes de que científicos y gobiernos comenzaran a reconocer la magnitud de las amenazas que suponen las temperaturas en aumento, los Pueblos Indígenas de la región ya estaban sonando la alarma. Nicole Redvers, miembro de la Nación Denı́nu Kų́ę́ y directora de Salud Planetaria Indígena en la Schulich School of Medicine & Dentistry, señala que «desde los años 90, nuestros Ancianos estaban observando cambios y aprendiendo sobre las consecuencias graves que estaban por venir».
Redvers explica que las alteraciones en los patrones de temperatura, la nieve y el flujo de agua han hecho que el clima sea impredecible, mientras que especies de plantas, animales e insectos, como las garrapatas, han comenzado a aparecer en áreas donde antes no existían. El deshielo del permafrost ha provocado el colapso de lagos enteros, y las temporadas de incendios forestales son ahora no solo más largas, sino también más intensas. Todo esto está provocando la pérdida de fuentes tradicionales de alimento y la contaminación del aire y las aguas.
Desplazamientos Indígenas por Políticas Climáticas
El equipo de Redvers ha completado recientemente un proyecto que mapea los impactos relacionados con el clima en comunidades indígenas de todo el mundo, desde el pueblo Ogiek del bosque Mau en Kenia hasta comunidades en Uganda, Tailandia, India y Europa del Norte. Su investigación ha revelado un lado oscuro de las políticas climáticas: el desalojo de Pueblos Indígenas de sus tierras ancestrales en nombre de la conservación o la compensación de carbono.
En Kenia, el pueblo Ogiek obtuvo una sentencia judicial que afirmaba sus derechos sobre la tierra, solo para ser desalojados poco después. Activistas alertan que las tierras indígenas en varios países están siendo concedidas a otras naciones que compran los derechos sobre esos terrenos para obtener créditos de carbono. Redvers critica la contradicción de las agencias que desalojan a quienes han cuidado de la tierra durante generaciones, al mismo tiempo que afirman que los conocimientos indígenas son una prioridad: «Pero esos conocimientos no existen sin las personas, y las personas no pueden estar separadas de los derechos sobre las tierras indígenas».
La investigadora también advierte sobre la cautela que deben tener las comunidades indígenas al compartir sus conocimientos, dado que hay una larga historia de explotación donde estos saberes son tomados sin consentimiento y utilizados en beneficio ajeno, sin que las comunidades obtengan ninguna ventaja.
Redvers atribuye a una visión eurocéntrica la noción de que la conservación de la tierra significa que no debe haber personas viviendo en ella, una idea que choca con la realidad de la gestión de tierras por parte de los pueblos indígenas. «Las tierras gestionadas por indígenas demuestran ser más efectivas en el almacenamiento de carbono y en la sostenibilidad de la biodiversidad que aquellas administradas por gobiernos o corporaciones», asegura.
Finalmente, Redvers sostiene que la próxima ola de cambio en las políticas ambientales no vendrá de los gobiernos o las comunidades, sino del sector privado. «Las compañías de seguros tienen mucho que perder. Ya están calculando los costos de inundaciones, incendios y desastres. Cuando no puedan asegurar la mayor parte de la infraestructura en Norteamérica, no tendremos más remedio que abordar seriamente la salud del planeta», concluye.