Dmitri Agranovski | Soviétskaya Rossía | Traducido del ruso por Iñigo Aguirre.
Se cumplen ahora justo 25 años desde aquel agosto de 1991, cuando un grupo de altos cargos del Estado emprendió un intento tímido, inconsecuente, y por ello el último, de salvar el país.
Un país con un enorme potencial industrial, humano, científico y militar, que controlaba medio mundo, y que había soportado en su por desgracia corta historia de 70 años, los mayores retos de la historia de la humanidad. Un país que había demostrado los mayores logros en la historia de la humanidad, construido sobre unos principios completamente nuevos y que había aportado al mundo algo capaz de dotar su existencia de sentido.
¿Se podía haber salvado la Unión Soviética entonces? Como ha demostrado la experiencia de los últimos 25 años, sin género de dudas se hubiera podido. Y además se hubiera podido sin demasiadas complicaciones; Hubiera sido suficiente un poco de determinación y arrojo. En agosto de 1991 llevaba ya cinco años reptando esa “revolución naranja” conocida como perestroika, cuando comenzaron a zarandear y recalentar cual reactor de Chernóbil, a un país completamente tranquilo, seguro de sus fuerzas y sin el menor síntoma de degradación o descomposición, con unos tiempos de crecimiento mayores que los de cualquier país desarrollado de Occidente.
En agosto de 1991, la absoluta mayoría del pueblo, y no digamos el ejército, odiaba a los “perestroishiki” y hubiera respaldado cualquier acción decidida. No se requería que hubiese derramamiento de sangre, ni siquiera la determinación de los chinos, cuando en la plaza de Tiananmén fue sofocada la intervención de la red de agentes norteamericanos, lo que garantizó al país un desarrollo estable y tranquilo, que ha conducido a China a alcanzar con paso firme el primer lugar del mundo.
Hubiera bastado con aislar por un tiempo a unas cuantas de las más odiosas figuras de entre aquellos que en el 93 se dejaron de ceremonias con sus adversarios, llenando Moscú de sangre, disparando desde los tanques contra el parlamento legítimo.
Posiblemente el “GKChP” (Comité Estatal para el Estado de Emergencia, por sus siglas en ruso), no tenía una visión muy clara de a quién se estaba enfrentando y no tuvieron el suficiente convencimiento de lo justificado de su proceder. Mucho de los miembros del GKChP no eran veteranos de guerra y no habían visto al fascismo cara a cara. Ellos, lógicamente, no podían prever lo que iba a pasar después; no se podían imaginar que la Casa de los Soviets (parlamento) fuese cañoneado desde tanques, los criminales bombardeos y el asesinato de Yugoslavia, el terrible por su crueldad genocidio y ataque contra el Donbás, el que fueran a quemar vivos a la gente en Odesa y muchas otras cosas más.
Ahora ya está claro, quién tenía delante el GKChP en aquellos días de agosto, está claro que cualquier acción en relación con este terrible y desalmado enemigo hubiera estado justificada y el país se hubiera podido salvar: Como quedó demostrado, todas esas cacareadas “reformas de mercado” y todas esas “estanterías llenas en las tiendas” se hubieran conseguido sin mayores problemas, sin especial esfuerzo y lo que es seguro, sin la destrucción del país en 15 pedazos, cuya “soberanía” nos obliga ahora Occidente a respetar, azuzando entre sí a pueblos hermanos.
Decir que el “golpe naranja” de 1991-1993 aportó al país algo positivo es un ejercicio de cinismo. Después de atravesar los siete círculos del infierno, hemos vuelto a la misma confrontación con Occidente, solo que en una posición mucho peor; no hay terceros países, no tenemos ni la mitad del potencial económico ni científico y lo que queda depende en gran medida de Occidente. Tampoco tenemos aliados, pues para algo los traicionó Gorbachov.
A menudo elevamos pretensiones contra países como Bulgaria. Pero díganme ¿dónde podían ir después de que Gorbachov los abandonase a su suerte? No hay lugares sagrados que queden vacíos. Allí de donde nosotros nos vamos, llegan los norteamericanos. Nos fuimos de aquella Bulgaria y ahora tenemos allí un gobierno proamericano. Nos fuimos de Georgia y Ucrania y ahora está allí los estadounidenses. Por poco no nos vamos incluso de Moscú, diluyéndonos en la nada, pero los terribles y sangrientos acontecimientos de los últimos años nos han hecho volver en sí.
Esa frase, de la que entonces de carcajeaban y mofaban los liberales y quintacolumnistas de entonces (cuando los llamaban demócratas), “Con tal de que no haya guerra”, ya no tiene nada de graciosa. La guerra está ya a las puertas, y en algunos sitios en pleno desarrollo. Estando como estábamos en nuestra fortaleza inexpugnable de la URSS, no podíamos ni imaginar que una guerra, como no ha conocido Europa desde Hitler, fuese a desatarse en el pleno corazón de nuestro país, en Donetsk y que además Occidente nos iba a asegurar que ese no es para nada nuestro país, sino un Estado distinto. Es evidente que para sobrevivir en el mundo real, la URSS estaba mucho mejor preparada que la actual Rusia capitalista.
No hay ningún momento a decir verdad, n uno solo, que pueda justificar la falta de decisión del GKChP. Del mismo modo que nada obtuvo ni obtendrá el pueblo de la victoria de las fuerzas proamericanas, que tomaron abiertamente las riendas del poder en 1991. Estuvieron yendo hacia ese objetivo durante los cinco años de la perestroika, despreciando y ridiculizando todo aquello que nos era más querido y sagrado. Les invito a leer las revistas “liberales” de finales de los 80, empezando por “Ogoniok”, a escuchar los grupos de rock, vean si pueden encontrarlas, las grabaciones de un programa olvidado como “Vzglyad”. Quedarán pasmados de hasta qué punto se caldeaba el antisovietismo y la rusofobia. Y todo sucedía con la aquiescencia, cuando no colaboración directa de los Gorbachov, Yakovlev y demás principales “perestroischiki”. Mucho de lo que se hablaba abiertamente en los medios de información principales a finales de la perestroika, sería por suerte inimaginable poder oír hoy.
Hoy suena ridículo recordar las exigencias de aquellos años: “Salir libremente del país”. Bueno, ya hemos salido y hemos visto ese Occidente, por no hablar de otros países del tipo de Turquía o Malasia. ¿Nos ha gustado lo que hemos visto? Como que no mucho, sobre todo si miramos de cerca. Más bien lo que apetece ahora es encerrarnos de nuevo frente a toda esa porquería que inundó nuestro país después del 91. De la economía de mercado mejor no hablo: no es más que el aumento de los precios y el saqueo del pueblo, el derecho del fuerte a arrebatarle todo a los demás y amontonarlo. Nuestro país en el 91 fabricaba prácticamente de todo y muchos artículos eran incluso de mayor calidad que en el resto del mundo. Mientras que ahora, pese a los dos años que llevamos de “sustitución de las importaciones”, intenten en su vivienda o en la calle, encontrar algo que sea de fabricación propia.
El caso es que aquel agosto del 91 no supuso únicamente la derrota del GKChP. Supuso la derrota de nuestro país, sin que hubiese para ello causas objetivas. Fue una traición, como en Roma, cuando los esclavos abrieron a los bárbaros las puestas de las murallas de Roma. Del mismo modo, los esclavos (al menos en lo que a su modo de entender el mundo) abrieron las puertas de nuestra fortaleza inexpugnable a los bárbaros. Y es una derrota de todo el mundo, que sin la Unión Soviética, sin ese poderoso polo de fuerza, centro de gravedad del Bien, se está adentrando en el medievo en la barbarie y el salvajismo, solo que reforzado por todos los logros de las nuevas tecnologías, con todos sus “internetes y smartphones”.
Todo el mundo tiene claro qué fue lo que sucedió aquel agosto del 91. Yo diría que en lo que atañe a esta cuestión hay en la sociedad un consenso total, a excepción puede ser, de esa pequeña pero influyente capa que representa el mundo de los negocios, los bancos y los medios de comunicación controlados por ellos. Es mucho más importante entender ahora qué hacer. Teniendo en cuenta que nos han estado 25 pegando a la cola de Occidente en calidad de suministrador de materias primas y destruyendo todos los puntos de crecimiento, no es tan sencillo darse la vuelta 180º.
No es fácil, pero es necesario. No hay otro camino: Como ha demostrado la experiencia de estos 25 años, absolutamente todos los países que no quisieron entregarse a Occidente, se han mantenido y siguen desarrollándose. A los países que están encabezados por patriotas, no hay nada que los amenace. No es tan terrible Occidente como lo pintan, no tiene tantas palancas de influencia como parece. El surtido es pequeño: avaricia, traición, ruindad. No dejar participar a los deportistas en la Olimpiadas. Es una pena por ellos, pero en la escala de una superpotencia es una pequeña cochinada. Bastaría con que el gobierno demostrase entereza y toda esa enorme maquinaria ya no puede apañárselas con la orgullosa Cuba o la pequeña RDPC. Ni siquiera con la Siria a la que están desangrando. Qué decir de Rusia, por mucho que estemos muy lejos de poder compararnos con la URSS, nuestras posibilidades son enormes, como nuestros recursos.
Díganme de verdad, ¿les afectan las sanciones de Occidente? Yo no lo noto. A esa caída total de los precios del petróleo ya nos hemos adaptado todos. En el terreno militar somos impenetrables. Gracias por ello a la URSS. Y además todas nuestras relaciones con Occidente siempre han estado plagadas de sanciones. ¿Cuándo no las habido? Incluso a finales de los 80, comienzos de los 90, cuando Gorbachov y Yeltsin estaban dispuestos a entregar a Occidente hasta la última de nuestras camisas, para Rusia seguía habiendo limitaciones.
No hay que sobrevalorar las posibilidades intelectuales de los EE.UU. Todas sus acciones de los últimos años no han hecho más que obtener el resultado opuesto al deseado. Esas mismas sanciones, presiones e intimidaciones, solo han servido para unir más al país. Nuestro país está ahora sometido a una auténtica terapia de choque, cuando el enfermo, a diferencia de las reformas de Gaidar, empieza a volver en sí y se comienza a sentir mejor. Hay que reconocer que Occidente no tiene como aplastarnos, ni vencernos en el terreno militar ni en el económico.
Lo que necesitamos ahora son grandes reformas, o mejor dicho contrarreformas, para renunciar a la pesada herencia gaidaro-yeltsinista en lo económico y al pensamiento gorbachoviano en lo político. Y da la impresión de que esto es algo que todos parecen entender en el pueblo e incluso en el poder. Cualquier debate político en cualquier canal de televisión acaba con una derrota aplastante de los liberales. Hasta los más redomados antisoviéticos van de patriotas.
Todos comprenden que no se puede seguir viviendo así, que si no tenemos nuestra propia industria, educación, ciencia, cultura, simplemente nos aplastarán. Incluso en las altas instancias parecen asumir que nos aplastarán y no nos compadecerán, porque nuestros “socios” nunca sienten lástima por nadie, no perdonan y no olvidan. Simplemente se comen al débil. Es el hilo rojo que atraviesa toda su “cultura”: “The weak are meat and strong do eat!”.
Todo el mundo parece tenerlo claro, pero en la práctica inauguran el “Centro Yeltsin”, se plantean rehabilitar al ejército de Vlasov y se colocan placas en homenaje a Mannerheim.
Por eso aquí es de crucial importancia la experiencia de la perestroika, que concluyó con el golpe del1991-1993. Sí, Occidente no puede aplastarnos por la fuerza, le viene muy ancho. Pero al igual que hace 25 años debemos temer la traición. Aquellos mismos “esclavos” que abrieron las puertas de “Roma” no se han ido a ningún lado. Se subieron a nuestras espaldas, se convirtieron en señores, sus voces se siguen oyendo, al igual que hace dos años, siguen siendo influyentes y disponen de grandes recursos.
Los que salieron ganando con la catástrofe rusa de los años 90, no tienen pensando entregarse ni marcharse. Al contrario, estoy convencido de que están acumulando fuerzas para la revancha, duermen y ven como desprenderse de las tan odiadas para ellos Crimea, Donbás, Siria y del orden del día patriótico. Y volver a vivir como antes. Aunque todo el mundo entiende que ya nada será como antes. Si nos entregamos ahora, nos exterminarán por completo. Es lo que ellos denominan “eliminación de amenazas potenciales”.
Por eso es tan actual la experiencia de aquellos días de agosto del 91. La traición y destrucción del país no pueden repetirse. Rusia es grande y de verdad que ya no tenemos dónde retroceder, tras nosotros solo queda Moscú.
Dmitri Agranovski es un conocido abogado, miembro del PCFR, columnista habitual en el periódico Soviétskaya Rossía y conductor de programas de debate en el canal televisivo del PCFR, «Krasnaya Liniya» (Línea Roja).