El comunismo es nuestra tradición, la única esperanza de avanzar hacia el futuro | Zajar Prilepin | Svobódnaya Pressa | Traducido del ruso por Íñigo Aguirre
Los cambios que se han producido durante las tres últimas décadas con los pueblos de Rusia, y en primer lugar con el pueblo ruso, son sorprendentes.
El pueblo ha resultado ser más fuerte e inteligente que la propaganda.
A lo largo de estos años el país ha sobrellevado la carga de toneladas y toneladas de producción impresa, dedicada a denigrar todo lo relacionado con la URSS y con el socialismo como tal.
En la televisión reinaba ese “Svanidze colectivo”, la programación estaba repleta de infinitas series antisoviéticas, que dicho sea de paso, se siguen rodando.
Declararse antisoviético todos estos años, este enorme periodo de tiempo, significaba estar en la onda, ser moderno, molar.
Los reyes del discurso, los hombres más ricos del país, los actores más de moda, los y las cantantes, los cómicos y conductores de programas de debate, consideraban su deber, a la menor oportunidad que tuvieran, con motivo y sin él, de dejar caer aquello de: “…ya sabemos en qué acabó todo aquello…”
En realidad no sabían nada. Y lo más importante: nada ha terminado todavía.
Mencionaré algunos ejemplos elementales, así sin rebuscar mucho.
Si en 1995 el 48% de los rusos tenía una percepción negativa de Lenin, pasados 25 años la situación es ahora justamente la inversa: ahora más de la mitad de la población adulta del país tiene una imagen positiva de Lenin. (Negativa poco más del 20%; el resto no se define).
La explicación es sencilla. No creo que se necesite cavilar demasiado.
En primer lugar Lenin se percibe como defensor de todos los humillados y agraviados: como la persona que lanzó el mayor y más terrible desafío al capitalismo como tal o si se quiere, al sistema financiero mundial.
Lenin es el antónimo del oligarcado y del glamour.
No importa que relación real guarda esto con el Lenin histórico, lo importante es que el mito sobre el “espía alemán” y el “maníaco” no ha arraigado en la conciencia de la mayoría de los habitantes de Rusia.
Lenin, eso sí, es un fanático entregado plenamente a su idea.
Es esa ya una raza extinguida.
Pero la gente está cansada de “lo demasiado humano” en nuestros dirigentes, en ocasiones apetece volver a tener que ver con un “superhombre”. Lenin es sin duda uno de esos superhombres: un tipo de frente amplia de Simbirsk, que transformó la historia de la humanidad, convirtiendo a Rusia en personaje central de la historia mundial del siglo XX y objeto de esperanzas y aspiraciones para millones o miles de millones de representantes del “tercer mundo”: Viendo a la Rusia soviética, creían que el “orden mundial” no era para siempre, que alguna vez podría aparecer un líder ruso, terco, invencible y terminar de un modo implacable con todo ese sistema colonial en sus diferentes variantes, con el sistema de las manipulaciones financieras internacionales.
Un giro aún mayor en la conciencia de la población de nuestro país está relacionado con el nombre de Stalin.
Según datos de los expertos, si en 1989 el índice de popularidad de Stalin en la lista de gobernantes que habían ejercido mayor influencia en la historia patria, era apenas del 12%, en el 2012 pasó a estar ya en el primer lugar con el 42%, mientras que en el 2015 el 52% de los rusos declaraban que Stalin había jugado un papel en la historia de Rusia “sin duda positivo” o “preeminentemente positivo”. Menos de un 30% defienden el punto de vista opuesto. Hay datos razonables que indican que el “rating” de Stalin se acerca en realidad al 70%: pero reconocer algo así públicamente es algo a lo que los sociólogos se resisten).
La percepción, o mejor dicho, aceptación de Stalin, no es síntoma como gustan afirmar nuestros queridos liberal demócratas de la “conciencia de esclavos” de la población del país, y desde luego no lo es del deseo de la restauración de la represión y las purgas.
En primer lugar, Stalin es el símbolo de la victoria en la más terrible de las guerras, el símbolo de la industrialización y modernización.
Y finalmente, Stalin, al igual que Lenin, es un asceta. Esto es algo importante, Una cualidad que en la política rusa actual y en la internacional, brilla por su ausencia.
Pero los rusos valoran especialmente la modestia y el altruismo.
Todas esas deliberaciones sobre que “a Lenin le gustaba beber cerveza en Suiza” o que “Stalin tenía una ración especial durante la guerra”, sobre todo cuando salen de la boca de personas que andan comprando barrios enteros en todas las europas y asias imaginables, más que a broma suenan a estupidez. Mejor harían en cerrar la boca.
“Stalin es el único que puede despertar pavor en el rostro usurero del tendero” dijo en cierta ocasión un profesor. Entendiendo como “tendero” naturalmente no al simple representante de la pequeña y mediana empresa (a los que deseamos suerte y fuerza), sino a aquella persona para la que todo se compra o se vende, y el precio en una u otra divisa, es la única medida de todas las cosas.
Ese tipo de “tenderos” han ocupado demasiado sitio en nuestras vidas, un sitio que no les corresponde.
En esa búsqueda de la justicia, la gente no entiende el motivo por el que los comerciantes hayan pasado a ser la aristocracia nacional: han ocupado el lugar, que por derecho correspondería a los soldados y filósofos (los comerciantes de éxito y fabricantes, también está obligados a representar la aristocracia, pero no pueden ser solo ellos).
Y finalmente llegamos al punto en que esas mismas transformaciones también se han dado con respecto al pasado soviético como tal. Actualmente más del 40% de los rusos valoran la experiencia de la URSS como positiva y solo un 9% como negativa.
Por comparar; el 52% de los rusos no puede mencionar ningún logro de Borís Yeltsin; mientras que más de 2/3 partes de esos mismos encuestados mencionan los numerosos resultados negativos de su mandato.
Solo un 11% de los rusos está convencido de la “utilidad” de Yeltsin.
Y llegamos aquí a la pregunta más sencilla: ¿tenemos o no tenemos democracia?
No vale la pena poner en cuestión, que la aplastante mayoría de las élites rusas que detentan la totalidad del poder ejecutivo, salieron de aquellos años 90.
Son en esencia, la generación liberal burguesa, los hijos de “Borís Niloláyevich”.
¿Pero alguien debe representar a la mayoría de la población?
Volvamos a repetirlo para fijar conceptos: según diversos estudios, entre el 40 y el 60% de los rusos se definen de izquierdas, esperan que la economía gire a la izquierda y sienten en distinta medida simpatía o interés por las figuras de la izquierda nacional o de la historia mundial.
No hay ninguna ideología en Rusia, ni la liberal ni la nacionalista de derechas, que goce de un apoyo tan evidente y real.
Más de la mitad de los rusos, de acuerdo con la estadística oficial, desea una revisión de la época de la perestroika y de las reformas de Yeltsin, y sin duda no quiere vivir en ese sistema, con todos sus evidentes costes, ─como mínimo, en forma de injusticia social y la clara dependencia de los institutos financieros mundiales y como máximo en una sociedad construida sobre los principios del conformismo y la codicia.
¿Cómo se explica entonces que sigamos viviendo en una sociedad que no responde a las aspiraciones de la mayoría?
¿Porque alguien nos haya dicho que el comunismo es cosa del pasado? ¿acaso no es el liberalismo también pasado? y el nacionalismo? ¿lo acaban de inventar?
El comunismo es a la vez nuestra tradición y nuestra única esperanza de avanzar hacia el futuro.
Pero no solo eso. El comunismo es además el ansia por la libertad, la manifestación más auténtica de nuestros anhelos, de los rasgos más furibundos y osados de nuestro carácter nacional.
La rebeldía de un cosaco del Don como Stepan Razin, la audacia de un atamán bashkirio como Salavat Yulayev, el idealismo de los decembristas, la poesía de Mayakovski, los partisanos de Sidor Kovpak, la sonrisa de Gagarin, eso también es comunismo.
El comunismo es la elección popular. Nos ha tocado ver estos últimos años, dónde se congrega la gente en defensa de su identidad rusa: Se reúnen junto a los monumentos a Lenin.
Los que defienden el monumento, preservan su derecho a seguir hablando en ruso, seguir viviendo en el espacio de la historia nacional, sintiéndose orgullosos de sus victorias sin tener que ver desfiles de antorchas.
La bandera roja sobre Rusia, es algo inevitable.
Si tomamos el Reichstag, también aquí lo conseguiremos.
Zajar Prilepin, es un escritor contemporáneo ruso de gran éxito, galardonado con numerosos premios, entre los que destaca el premio al mejor bestseller nacional en 2008 por “Pecado”.