El hecho de haber puesto durante años el centro de la acción política en el campo electoral, ha significado que el PCE se haya vuelto tremendamente vulnerable – también económicamente – ante los resultados de las elecciones. Esto ha hecho que la capacidad de mejorar la organización, abrir sedes, etc. normalmente ha crecido en función de que crecían las aportaciones y donaciones de los cargos públicos a la organización, y que en los momentos de crisis electorales y malos resultados – con su correspondiente pérdida de ingresos a través de los cargos públicos – la organización se haya visto profundamente afectada. Por tanto, con la misma facilidad con la que en los buenos tiempos se abren nuevas sedes y se dispone de más recursos para hacer política, en los malos tiempos se cierran sedes y se dispone de menos recursos para la organización.
Además, el hecho de que los ingresos hayan ido desde 1986 a Izquierda Unida y no al PCE, sumado a las deudas contraídas para afrontar los procesos electorales – que luego no cumplían las expectativas – o para mantener estructuras organizativas, han hecho cada vez más dependiente al PCE de la presencia de IU en las instituciones.
Debemos tener en cuenta que todo Partido revolucionario que aspire a enfrentarse al Estado para tomarlo en sus manos y transformarlo debe ser capaz de mantener y reforzar sus estructuras de manera autónoma, y hacerlo independientemente de los resultados electorales. Eso implica empezar a priorizar la construcción de un entorno económico, absolutamente independiente y alejado de todas las instituciones del Estado, basado en el cooperativismo, y que garantice la actividad política revolucionaria de cada vez más trabajadores y trabajadoras.
Por su complejidad esta es una cuestión que escapa a un análisis en profundidad en estas reflexiones, pero es algo a tener en cuenta de cara al futuro, la independencia económica del Estado, si queremos construir una organización realmente revolucionaria.