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26 de junio: continúa el ciclo y la restauración cristaliza

In Opinión
agosto 18, 2016

Diego Farpon | 26 de junio: continúa el ciclo y la restauración cristaliza

Señalar lo que le ocurrió el 26 de junio a la izquierda socialdemócrata no se revela como un ejercicio fácil. Basta ver los numerosos artículos que buscan alguna respuesta para observarlo: unos cuantos parten de las premisas anteriores a las elecciones para reafirmarlas mediante un nuevo enfoque y decir que si se hubiese hecho de otra manera el resultado hubiese sido distinto. No hay ninguna autocrítica. Otros echan la culpa a la gente de no entender esto o aquello. Otros son condescendientes: dicen que no es un mal resultado el obtenido por Unidos Podemos. Mientras se lamen la herida dicen que no hay herida alguna. Otros textos simplemente son un puñado de letras incapaces de señalar ningún elemento de análisis, pero hay quienes sienten la necesidad de escribir para intentar extraer alguna enseñanza de lo ocurrido. En las organizaciones los debates no sirven para nada: cada una suelta su rollo y no escucha a las demás, repitiendo el mensaje hegemónico muchas veces, y no se sacan conclusiones, y el debate marxista, ¿de qué sirve si no para corregir el camino y seguir intentando comprender la realidad para intentar transformarla? Ni siquiera los análisis de las organizaciones dicen gran cosa: defienden su decisión política, la de la confluencia, así como su trabajo, de forma acrítica. La “valoración resultados elecciones generales de 2016[1]” de Izquierda Unida es la de cualquier organización política que forma parte del sistema –como corresponde-: ahí no hay nada de lucha de clases, como si lo electoral tuviese vida por sí mismo: “el 26 de junio de 2016 se cerró el intenso ciclo electoral que comenzó en mayo de 2014 (…)”: así comienza el informe, equivocado desde la primera frase porque no hay nada material, nada real, sólo la apariencia: las elecciones han revelado la actual correlación de fuerzas del trágico ciclo político y social que se cerró el 20 de diciembre del 2016. Lo que hemos vivido estas últimas semanas ha sido la farsa.

Las posiciones de Podemos no son mejores que las de Izquierda Unida. El esperpento de artículo de Juan Carlos Monedero habla claro: “no es que Unidos Podemos se haya equivocado. Es que hay un país real que sigue rehén del pasado y deprime”, y es que “mucha gente no ha entendido la firmeza a la hora de no ceder a un gobierno de Rivera presidido por Sánchez”. Llega a afirmar que Izquierda Unida tiene nostalgia por el pasado, por “un mundo del trabajo que ya no existe”[2]. Monedero, asesor de Gaspar Llamazares durante la época más triste y ruin de Izquierda Unida, no entiende qué es la hegemonía, aunque al postmodernismo tanto le guste tergiversar y edulcorar a Gramsci, porque la ideología de una época es la ideología de la clase dominante, y lo que no ha entendido –no la gente, sino Monedero- son los tiempos de la historia y la posibilidad que existía, en diciembre, de haber quebrado el bipartidismo. Eso es lo que no entendió la gente, cómo entre Izquierda Unida y Podemos tiraron por la borda los esfuerzos de tantos años, y cómo, después, los segundos, con Pablo Iglesias como principal personaje, se imaginaban al frente de un gobierno que no merecían. La clase trabajadora y el mundo del trabajo han estado en primera línea combatiendo el stato quo ante la crisis orgánica del capital, a pesar de personas como Monedero, que la desprecian profundamente.

Nosotras vamos a lo largo de las próximas líneas a señalar someramente algunos elementos que a nuestro juicio se deberían corregir desde la base, para hacer protagonista a la clase trabajadora, la única que puede ser el actor fundamental en un proceso de transformación socialista: la ausencia de la autocrítica; la falta de análisis materialista; el electoralismo; el retroceso en la subjetividad de la clase; la renuncia a ser alternativa histórica y el burocratismo. Consideramos que la suma de todos estos elementos puede explicar la diferencia no sólo entre las expectativas y la realidad, sino entre diciembre y junio: los cambios que han operado en la lucha de clases, elemento material y real sobre el cual se construyó la unidad reformista y se crearon las ilusiones.

 

La ausencia de la autocrítica: la negación de la derrota

Quizás, un segmento de la clase trabajadora está esperando una organización humilde que sea capaz de asumir sus errores y construir su proyecto, no para la mayoría, sino con la mayoría.

La izquierda del Estado español tiene un enorme problema: se autojustifica constantemente, en lo interno y en lo externo. Todo aquello que hace mal o da malos resultados es culpa de la otra, aunque la otra sea una militante de dilatada trayectoria; o es culpa de los medios de comunicación –no parecen comprender que detrás de ellos están la defensa y el interés del gran capital, que es el poseedor de esas empresas, fundamentales para el correcto funcionamiento de la dictadura de clase de la burguesía-; o es que hubo un mensaje del miedo… no recuerdo –quizá lo haya, sólo digo que no lo recuerdo- un análisis de una organización que diga: hemos medido mal el tiempo histórico: creíamos que estábamos en una fase y estábamos más atrás; no supimos influir sobre la vanguardia del movimiento; pensábamos que este mensaje podía calar y no lo hizo porque no supimos conectar con las aspiraciones de la masa; no supimos calibrar nuestras fuerzas y hemos dirigido a la clase trabajadora a una nueva derrota…

Esos análisis no existen en la izquierda española. Y claro, cuando alguien no se equivoca porque nada hizo mal, nada tiene que corregir, nada puede aprender, nada puede enseñar. La historia lo lleva, entonces, de un lugar a otro, pero en nada influye en la historia y no puede cambiar su rumbo ni un milímetro.

Durante muchos años un análisis se repitió constantemente, fuesen elecciones municipales, autonómicas o generales: la ley electoral no es justa. ¡Claro que la ley electoral no es justa! ¿Es que la izquierda no sabe que la ley electoral es una ley? ¿Y no sabe que las leyes no surgen de la nada, que no son una abstracción, sino la concreción legislativa del poder real –el hegemónico, el que tiene la capacidad de ejercer la violencia cuando le es necesario para defender sus intereses de clase-? Lo más gracioso era que al tiempo se pedía una reforma de la ley electoral –consecuentemente con el pensamiento de que la ley electoral estaba mal hecha y había que mejorarla, como si fuese neutra-. Como si el problema de la clase trabajadora hubiese sido una ley electoral. Ese problema queda para quienes tienen la necesidad de engrasar el actual sistema de dominación, y quienes les hacen el juego. Con esa misma ley electoral el bipartidismo ha retrocedido y se podía haber quebrado: el problema no era la ley electoral, sino la insignificancia y la incapacidad de la izquierda para romper el entramado jurídico-legal de la burguesía. Entramado jurídico-legal que se ha endurecido en los últimos años –con la Ley Orgánica 2/2011, aprobada para obstaculizar que nuevos partidos o partidos sin representación puedan presentarse a las elecciones, pidiéndoles de forma previa un mínimo de firmas-avales del censo. Aprobada, no es casual, cuando aparecen las consecuencias de la crisis y se erosiona la capacidad de dominación de la burguesía-. No negamos, decíamos, que se haya endurecido la ley electoral, es decir, que se haya retrocedido en democracia, pero ese no es el problema, sino la consecuencia del problema: el carácter de clase del estado.

Desde que comenzó a corroerse la hegemonía ideológica de la burguesía y se puso en marcha el enfrentamiento interno en el bloque dominante, como expresiones de la crisis orgánica del capitalismo, y se trasladaron al terreno de lo electoral y lo ideológico los cambios que tenían lugar en lo material, en la economía. Al menos el discurso de la derrota ha tenido que rejuvenecerse, aunque fuese para seguir reafirmándose y decir que la poca representación no es fruto de la incapacidad de la izquierda y del momento histórico.

En junio, como en diciembre, la izquierda pensaba en una victoria, por más que ahora lo nieguen: sólo así se puede explicar que la producción material que ha tenido lugar desde el 26 de junio sea en esa clave. Negarlo es tomarnos por estúpidas, aunque tanto como desde Izquierda Unida como desde Podemos lo nieguen.

 

La falta de análisis materialista: la historia ha frenado

Quizás, un segmento de la clase trabajadora aún se pregunta para qué sirvieron las marchas de la dignidad y si hay vida más allá de la llamada política real. El movimiento popular fue enterrado en Madrid el 22 de marzo de 2014, al no haber organización con la que articularse en un estadio superior.

No sólo Unidos Podemos ha sufrido una enorme caída. Otras fuerzas del espectro de la izquierda también han retrocedido como EH Bildu o el Partido Comunista de los Pueblos de España. También otras organizaciones con menor presencia como el Partido Comunista Obrero Español.

Así pues, si miramos un poco más allá de Unidos Podemos, ¿podemos pensar que es casualidad que retrocedan las fuerzas de la izquierda? ¿Es que todas plantearon mal las elecciones? Nos encontramos no ante ciclos electorales, sino sociales. ¿Cuándo se quebró el bipartidismo? Preguntado de otra manera: ¿cuándo se corroyó lo suficiente la hegemonía dominante como para que el movimiento obrero y popular avanzase? ¿Y cuándo, ante la incapacidad de la dirección del sector oligárquico del capital de resolver la crisis y el consecuente enfrentamiento interburgués, y ante la movilización del movimiento popular y obrero hubo una cristalización de la nueva correlación de fuerzas en el terreno electoral? Este es un proceso dialéctico y social, y como tal, no tiene una fecha, una hora y un lugar, pero tiene su origen en la crisis orgánica del capitalismo: de ahí surge Unión Progreso y Democracia. Aquel proyecto del bloque dominante que anunció, aunque de forma prematura, la ruptura del Partido Socialista a la hora de encarar la nueva época histórica, y que no fue capaz de consolidarse como lo haría más tarde Ciudadanos. Sin embargo, sí mostró el conflicto que tendría el PSOE, y que todavía hoy no ha resuelto: optar por fundirse con los intereses de la clase dominante y perder su influencia sobre la masa que lo considera en muchos casos de izquierda, o ponerse del lado de esta última.

El avance de la descomposición del capitalismo, de las condiciones de vida, hizo que el movimiento obrero y popular se pusiera en marcha: la historia la hacen los pueblos, y por primera vez para una generación esa frase se convertiría en realidad y dejaría de sonar vacía. El número de movilizaciones, diarias, fue enorme durante muchos meses. Hasta las elecciones europeas de 2014. Ahí, de golpe, se frena el movimiento. Desde entonces cabían las coaliciones, la estrategia, ganar un puñado de votos aquí o allá, y obtener alguna representante más, quizás incluso ganar en lo electoral, pero la izquierda se diluye si no hay movimiento popular y se diluyó y retrocedió hasta sobrepasar cualquier posible línea roja que tuviese.

La actual fase del movimiento, iniciada en 2007 y que tuvo su punto álgido en las Marchas de la Dignidad está detenida desde 2014. Entre medias miles de movilizaciones y cuatro huelgas generales, dos de ellas en 2012.

 

El electoralismo: la negación de la confluencia

Quizás, un segmento de la clase trabajadora quería una confluencia real, y no un esperpento electoralista en el que primaron los intereses personalistas y partidistas sobre la elaboración y el proyecto colectivo.

No hubo ninguna confluencia entre Podemos e Izquierda Unida. Las palabras de Cayo Lara, que pueden o no gustar, son muy esclarecedoras: “Alberto, has sido y eres mi candidato a la Presidencia del Gobierno. Me va a costar votar estas elecciones. Pero votaré como si fueras tú quien encabeza la lista de Madrid, porque aunque vayas en el número cinco tú sigues siendo mi candidato a la Presidencia del Gobierno”[3].

Si a Cayo Lara le iba a costar votar a Alberto Garzón, ¿cuánto no le costaría a otras miles de personas? Cuando algunas/os amigas/os me preguntaron a quién votar, ¿no era sensato remitirlas a las palabras de Cayo Lara, hasta hace muy poquito coordinador de Izquierda Unida? Entonces, ¿a quién votar? Ahí no había respuesta: no hay una alternativa a la izquierda socialdemócrata. En la voz de un militante de Izquierda Unida: “hemos repetido una y otra vez en esta campaña que tenemos un proyecto de país, pero yo sinceramente no lo creo. Y si diese un voto de confianza y lo creyese, no lo veo. Y lo que veo no es creíble”[4].

El ególatra de Pablo Iglesias, que fue causa desde antes de las elecciones europeas de división en Izquierda Unida, entre quienes querían la unidad y quienes prefirieron defender sus intereses burocrático-partidistas, dejaba lugar a Podemos como problemática para Izquierda Unida. Ahora el eje del debate en Izquierda Unida viraría ciento ochenta grados: desde después de aquellas elecciones europeas las dos configuraciones mayoritarias fueron entre quienes querían plegarse al oportunismo y sacar rédito electoral y quienes querían enfrentar al oportunismo desde el sectarismo y el dogmatismo para hacerse con las riendas de la organización y sacar rédito electoral. Quienes querían la unidad de forma franca como herramienta de transformación social se vieron superados por las luchas cainitas y perdieron influencia. Ante la posibilidad del éxito electoral el conflicto entre el viejo aparato de Izquierda Unida, encabezado por el sector menos dogmático y más pragmático a la hora de vivir de la política- y quienes querían constituirse en nuevo aparato –el sector más dogmático y con posiciones de clase más retrógradas- cristalizó. Al final, el viejo aparato –mucho más hábil- se disfrazó ante el avance de las/os postmodernistas y ahí están, Centella y Garzón al frente de la organización. La oposición prácticamente no existe.

Pero el problema estaba dado. Pablo Iglesias, quien había despreciado abiertamente a Izquierda Unida ahora iba a encabezar la lista de Podemos e Izquierda Unida por Madrid. Y no sólo eso, sino que el proceso no iba a tener nada de democrático. La llamada confluencia, negada meses antes, no existió: fue la fusión del aparato de Podemos con el nuevo aparato de Izquierda Unida, encabezado por Garzón, y en un contexto de reflujo del movimiento obrero y popular, que ya ha abandonado las calles. Las condiciones difícilmente podían ser peores.

Cayo Lara exponía de manera pública una contradicción interna. Que quede constancia, porque quienes lo aplaudieron son habitualmente los adalides del sectarismo, frente a quienes propugnamos un debate de ideas abierto, ciñendo lo que debe quedar en el seno de la organización al mínimo necesario e imprescindible.

 

El retroceso en la subjetividad de la clase: del régimen de la democracia al catálogo de IKEA

Quizás, un segmento de la clase trabajadora cuando vio el programa de Podemos hizo lo que hace con los catálogos de IKEA: tirarlo a la basura. Contra las multinacionales, contra la ausencia de calidad, contra la precariedad, contra los grandes símbolos del mercado global: contra IKEA.

No sé en qué cabeza se gestó el programa electoral de Podemos –porque, estaremos de acuerdo, era mucho más importante lo que hacía Podemos que lo que hacía Izquierda Unida, que al fin y al cabo asumió una posición subordinada y lo que hizo fue claudicar y aceptar las migajas que Podemos le ofreció-, lo que sí sé es que buena parte de la clase trabajadora de este país está contra la precariedad y contra las multinacionales: está contra IKEA. Supongo que parte de esa clase trabajadora haría con el programa electoral de Unidos Podemos lo que yo hago cada vez que me encuentro con un catálogo de propaganda de IKEA: tirarlo a la basura. Algunas tirando el programa tirarían la papeleta. Habrá que decirlo, y entre otras personas habrá que decírselo a Monedero: no se puede combatir la ideología dominante reproduciendo la ideología dominante. Combatir la hegemonía es otra cosa: es construir una ideología frente a la hegemonía dominante, no subordinada a la misma. A menos, claro, que lo que quieras no sea combatir la hegemonía, sino ser el nuevo representante de la vieja hegemonía.

Muchas gustan de decir que Garzón ganó en las elecciones de diciembre un debate en el que estuvo ausente, fruto del impacto de un tuit[5]: ¿cuántos debates ganó en esta ocasión? No sé si habrá estudio alguno, pero a un observador superficial, como yo, le parece que la presencia de Izquierda Unida, y de Alberto Garzón, fue mucho mayor en las elecciones de diciembre que en las de junio. Entonces hubo un mayor contenido de clase y se denunció la invisibilidad de la izquierda, como invisibilidad de miles y miles de personas a las que se dejaba sin voz. En esta ocasión, sin embargo, ya no habría denuncias a la forma en la que funciona el sistema: los asientos parecían asegurados.

La llamada izquierda, cada vez que tiene la ocasión de acercarse al poder, o de hecho consigue poder, considera la política como algo técnico, y pone al frente de ella a personas técnicas sin ideología: personas con fabulosas ideas, como crear un programa electoral a lo IKEA: fabulosa idea, sí, pero de personas que son hijas de la técnica e ideología burguesa.

Cuatro días antes de las elecciones, el 22 de junio publicaba Daniel Bernabé: “(…) quien les escribe, de natural político, ha visto todo desde la distancia y el desapasionamiento, justo, extrañamente, en la ocasión en que por primera vez el sentido de mi voto puede coincidir con la candidatura ganadora, que es algo así como irse del concierto cuando va a sonar tu canción preferida en los bises”[6]. Días antes Pablo Iglesias renegaba de haber sido comunista y lo atribuía a una etapa de la juventud, mientras afirmaba cosas como  “creo que Zapatero es el mejor presidente que ha tenido nuestra democracia”[7]. Algo que, por cierto, no encontró tampoco una respuesta contundente por parte de Alberto Garzón. Ahora, lo destacable sobre el partido de los GAL no era que tuviese un expresidente con “el pasado manchado de cal viva” –en palabras de Pablo Iglesias en la sesión de investidura de diciembre-, sino que había tenido “el mejor presidente”.

Sobre esto reflexiona el militante de Podemos Andreu Tobarra, escribiéndolo de la siguiente manera: “discursos contradictorios que se vuelven en nuestra contra, como la impugnación del bipartidismo mientras se emiten referencias admirativas hacia Zapatero, como el proponer al PSOE un gobierno compartido al mismo tiempo que se le critica y se grita a los cuatro vientos que somos socialdemócratas. La apariencia de un oportunismo electoral se abre paso por encima de otras consideraciones, y entre los sectores con más conciencia se muestran las dudas y cierto desencanto, cuando anteriormente parecía que solo había sitio para las ilusiones y la confianza”[8].

Y hemos de subrayar algo que, a nuestro juicio, da en la diana: “entre los sectores con más conciencia”. Si la organización –que se supone pretende transformar la realidad- se aleja de “los sectores con más conciencia” lo que quedan son los sectores con menos conciencia, es decir, aquellos cuya conciencia está subordinada en mayor o menor medida al interés de la clase dominante. Sólo la conexión de la organización política con su vanguardia –o sector con más conciencia- puede movilizar a esta para que esta movilice al conjunto de la clase. Los partidos que pretenden transformar la realidad tienen que influir, en primer lugar, sobre los sectores determinantes de la clase, aquellos que pueden dirigir el movimiento, aquellos que tienen más conciencia. Si no son capaces de estar conectados con esos sectores no podrán influir entre las capas más atrasadas de la clase trabajadora.

 

La renuncia a ser alternativa histórica: gestionando el capitalismo

Quizás, un segmento de la clase trabajadora cuando vota a la izquierda no vota para que no gobierne el PP, ni para gobernar con el PSOE, sino para que gobierne la izquierda.

Mientras se llevan a cabo elecciones Sol Sánchez –diputada electa en diciembre junto a Alberto Garzón- pide cobrar un sueldo[9], al igual que otras/os 202 diputadas/os. Vivir sin trabajar, como la oligarquía. ¿Pero en Izquierda Unida no estaban contra los privilegios con los que el estado burgués coopta conciencias? Supongo que parte de la izquierda madrileña se debe alegrar de que Sol, que apuntaba a parásita de la política, no reeditara su escaño en el Congreso en las elecciones de junio.

Mientras, los ayuntamientos del cambio han tenido dificultades desde un primer momento. El País Valencià es esclarecedor a este respecto: aparente enchufismo por parte de Izquierda Unida con el nombramiento de Esther López Barceló como directora de Gabinete de la Concejalía de Hacienda en el Ayuntamiento de Madrid[10], así como de Podemos por parte de Jordi Peris, concejal del Ayuntamiento de Valencia[11] y hasta transfuguismo de esta organización con el caso de Nerea Belmonte en el Ayuntamiento de Alicante, que se suma a Covadonga Peremarch, tránsfuga en Les Corts.

A estos bochornosos hechos se pueden sumar muchos otros. Por ejemplo que en Alicante Ortiz no deje de recibir millones[12]. Hay multitud de problemas en los llamados ayuntamientos del cambio, que no han cambiado la realidad material de la mayoría social: “i ací caldria reconèixer un fet que no per lamentable deixa de ser real: després d’un any de governs del canvi, la majoria de la gent no vivim millor, sinó que continuen lliscant a pitjor, i el País Valencià tampoc millora. És veritat que no anem a pitjor pels nous governs, només caldria, però també ho és que amb la doble percepció de la gent, la ideològica o com a forma de pensament i la material, en funció del dia a dia de cadascun/a, els nous governs no han segut capaços de capgirar la direcció ni de transmetre la idea que millorarem. Entre d’altres raons perquè les autonomies concebudes com una  simple descentralització administrativa del govern espanyol no donen per a molt més”[13].

En las dos grandes capitales del Estado las cosas no son muy distintas. En Madrid ni siquiera tuvieron claro que había que defender la libertad de expresión, que había que defender a Zapata y a los titiriteros[14]. Cada pocas semanas tienen que enfrentar algún problema, como los que tuvieron lugar alrededor de la memoria histórica[15]. El actor Willy Toledo –es de los nuestros, ¿o ya no?- se lo explicó a Carmena muy bien: “tú te cagas en nuestros muertos, yo me cago en los tuyos”, ante “la repugnante e intolerable Comisión de la Des-memoria Histórica que ha montado la señora alcaldesa de Madrid, Doña Manuela Carmena”[16]. No es distinto en Barcelona, donde los desahucios no han sido parados con Ada Colau y distintos problemas afloran con asiduidad. La PAH hace tiempo que rompió con Ada Colau.

Los llamados ayuntamientos del cambio, cortados por el mismo patrón, tienen un problema que ya hemos señalado: la visión técnica de la política. Consideran que aplicando las leyes correctamente se pueden cambiar las cosas, y lo que hacen es velar por el correcto cumplimiento del orden burgués. Cuando alcanzan una mínima cuota de poder les entra el tecnicismo, el academicismo, la responsabilidad y todo aquello que es propio del sistema hegemónico y se olvidan de la posición política. Y es cierto que la corrupción del Partido Popular –aunque tarjetas black no sólo tenía el Partido Popular, también tenían Izquierda Unida, PSOE y Comisiones Obreras y UGT, porque en el capitalismo, y más en un capitalismo desarrollado bajo la excepción de una dictadura y no bajo la teórica libre competencia, la corrupción es parte del sistema- y su gestión del capitalismo ha sido muy deficiente, pero participar de la gestión en las grandes ciudades, bajo coordenadas capitalistas, no significa construir una alternativa, sino influir en el proceso de reproducción del capital. Eso, y no otra cosa, es lo que está al alcance de los ayuntamientos del cambio: hacer que el capitalismo funcione mejor de lo que funcionaba hasta ahora.

La masa debe estar aprendiendo de esta experiencia.

 

El burocratismo: dirección y dirigidas

Quizás, un segmento de la clase trabajadora adquirió conciencia durante el anterior ciclo de movilizaciones y ahora, quien quiera su apoyo, tendrá que contar con ella, es decir, democratizarse.

Desde un inicio el partido de Pablo Iglesias fue el partido de Pablo Iglesias. Pablo hace y deshace, quita y pone: aprendió en Izquierda Unida muy bien cómo funciona la burocracia, y a su antojo, aunque sea en nombre de la nueva política, la utiliza. Podemos e Izquierda Unida alcanzaron un pacto por la cúpula, todo disfrazado de democracia y preguntando a la militancia si se quería un pacto Podemos – Izquierda Unida: no era un voto en blanco. Sin embargo, desde ese momento todo se hará de espaldas a las bases, que no pudieron opinar ni sobre el triste nombre de la coalición, no ya sobre el programa o las listas electorales o la campaña electoral.

“Nos hemos desgañitado, prácticamente desde la fundación de Podemos, afirmando que no íbamos a ser como la vieja política, nuestros acuerdos no aceptaban la sopa de letras ni el pacto de cúpulas y eso es precisamente lo que hemos hecho”, señala Andreu Tobarra. El constituido ya como nuevo aparato de Izquierda Unida –la asamblea tuvo lugar a principios de junio, entre ambas citas electorales- tampoco tenía interés en la democracia, a pesar de que, en las anteriores elecciones de diciembre llegó incluso a crear una plataforma fantasma –Unidad Popular- para presionar a Podemos, donde si hubo primarias. Plataforma fantasma, por cierto, que sirvió para que la gente que se acercó por aquel entonces a Izquierda Unida viese como se hacía en esta ocasión el pacto entre Podemos e Izquierda Unida, y Unidad Popular, y todas ellas y todos ellos, no importaban a Izquierda Unida: pudieron ver cómo fueron instrumentalizadas en diciembre para forzar a Podemos. No había cambio real en Izquierda Unida, no había Unidad Popular, había puro electoralismo.

Galiza, Catalunya y el País Valencià quedarán fuera del acuerdo estatal entre Podemos e Izquierda Unida, pero en nada difiere lo que ocurre con estos territorios a lo que ha tenido lugar a nivel estatal.

La campaña electoral de junio se hizo al margen de la militancia de Esquerra Unida del País Valencià: no se contó con ella para nada. En el caso del País Valencià la situación adquiere tintes grotescos: la unidad con Compromís y Podemos la gestiona Valencia sin contar con Alicante ni con Castellón. A Esquerra Unida del País Valencià le llegan a ofrecer el número seis por Valencia y los números tres por Alicante y Castellón, pero el objetivo de Valencia es que Ricardo Sixto siga viviendo de la política: EUPV se quedará con el número seis por Alicante para que Ricardo Sixto sea el número cinco por Valencia. No hay primarias ni nada parecido: la lista de Alicante, con paracaidista de Podemos incluido[17], es una vergüenza.

Además, la campaña electoral también se hace de espaldas a la militancia, a la que ni siquiera se le informa de varias actividades. El caso del País Valencià no será único. Como recoge Ana Encinas en su valoración global “una estrategia de campaña que no ha integrado ni motivado. No sólo para contribuir de forma activa a la campaña, tampoco para acudir el domingo a votar”. Además, deja la pregunta hecha a quienes cobran por hacer las campañas electorales: “está claro que la notoriedad pública que da la televisión facilita la labor comunicativa, pero ¿hasta qué punto participan los y las votantes o simpatizantes de Unidos Podemos de esta mediatización?”[18]. Si tenemos quebrada –o no es la adecuada- la relación dirección-vanguardia, esta pregunta sobre la mediatización se torna clave.

 

La restauración ha cristalizado

Quizás, un segmento de la clase trabajadora, ante la falta de dirección revolucionaria en el movimiento obrero y popular, ha retrocedido en su movilización y reivindicaciones.

De momento, eso que el postmodernismo llama ventana de oportunidad –esa abstracción les sirve para muchas cosas, entre ellas para negar el carácter de clase que tiene la lucha de clases, pues este elemento que muchas parecen haber descubierto ahora vendría a ser para las leninistas la coyuntura revolucionaria: de revolución, de transformación social- está cerrada, y así permanecerá hasta que vuelvan a estallar las contradicciones del capital. Las posibilidades de transformación social fueron grandes: ante la crisis orgánica del capitalismo se quebró la hegemonía burguesa, que todavía hoy está reorganizándose y cuyo momento más importante fue la abdicación y el relevo en la monarquía en junio de 2014.

El relevo en la cúspide del sistema de dominación fue la respuesta a la movilización social, visibilizada en mayo de 2011 con el movimiento 15-M, pero que no fue una espontaneidad, sino la explosión cualitativa del malestar que se estaba produciendo en la sociedad. En 2012 las/os mineras/os protagonizaron una larga marcha hasta Madrid, y todo ese movimiento popular y obrero dio un nuevo salto ese mismo año, cuando se convocó el 14 de noviembre una huelga general europea.

El movimiento, superando las débiles y burocratizadas organizaciones, siguió elevándose y en 2014 se había convertido en un enorme movimiento popular y obrero que… nunca sabremos qué cosas podría haber hecho, qué retos podría haber resuelto.

Pero aquel 22 de marzo de 2014, cuando ninguna organización política ni sindical supo, quiso o pudo encauzar el movimiento y situarlo en el siguiente estadio de la lucha miles y miles y miles de personas hicieron un esfuerzo que no les condujo a ningún sitio más que de vuelta a casa.

Pero las elecciones estaban a la vuelta de la esquina, de forma que el eje gravitacional de la lucha de clases se movió al campo electoral. Las elecciones europeas mostraron la fuerza que había acumulado el movimiento popular y obrero. Sin embargo, las direcciones de Podemos y de Izquierda Unida minimizaron la potencia del movimiento al acudir por separado a las elecciones. Un año después las elecciones municipales mostraron la potencia electoral del movimiento, que acabó de ser destruido el 20 de diciembre del pasado año, cuando, nuevamente, las direcciones de Podemos y de Izquierda Unida acabaron de tirar por la borda lo conseguido. Ya no había cancha para disputar la prórroga del partido que tuvo lugar en junio, y puede que, fruto de que el resultado es otro empate, aunque esta vez la posesión y los puntos sean del Partido Popular, haya que acabar tirando unos cuántos penaltis: ¿pero qué importa una diputada más o menos? Las expectativas de transformación social han finalizado.

¿Y cuál es el problema de todo esto, si afirmamos que lo necesario es una revolución socialista y el capitalismo no es reformable? Que la clase trabajadora podría haber tenido la experiencia de sufrir un gobierno de la socialdemocracia. Quizás, en el futuro sea necesario dar ese paso que podríamos estar viviendo en la actualidad.

La restauración camina. Muchas oportunidades se dejaron pasar. ¿Alguien pensaba que la revolución pasiva no iba a tener lugar? ¿Tanto parlotear citando a Gramsci y ahí nadie se paró? El poder se reorganiza tras la movilización de la clase trabajadora que no se supo llevar a un estadio superior y la negación de la unidad en las elecciones de diciembre, que aún podría haber llevado un poquito más allá el movimiento, consolidando en la superestructura un mayor avance de los cambios operados en el terreno de la lucha de clases. La imagen de la restauración, de la revolución pasiva, es la de las votantes populares gritando sí se puede la noche de las elecciones. Es muy esclarecedora: la burguesía comienza a recomponer a parte de su base social, y lo hace, no podía ser de otra manera, a la contra del movimiento popular y la clase trabajadora –muestra, también, de que estaba a la ofensiva- recuperando parte de la influencia sobre el bloque subordinado, sobre el pueblo.

A este respecto, Ciudadanos parece tener una lección clara, aunque la llevan a cabo de muy mala manera: la necesidad de que haya gobierno cuanto antes, bien sea con el PSOE, bien sea con el PP. La prioridad del capital es la formación de un gobierno que ponga en marcha las medidas de la Troika y los recortes que esperan. Ciudadanos, su hijo que se reclama también de la nueva política, tiene muy claro su papel como organización para que tenga lugar la revolución pasiva: integrar, cuanto antes, la nueva política –otrora reivindicativa y tirada por la borda por Pablo Iglesias y Alberto Garzón- como un elemento más del bloque dominante.

El movimiento popular tiene etapas de flujo y de reflujo, y ahora toca retroceder a los cuarteles: preparar cuadros, el programa para la clase trabajadora. El próximo reto tiene que ser el programa de la transición al socialismo. Ese será el próximo paso al que tendremos que aspirar cuando el movimiento vuelva a resurgir: tendrá que luchar por constituirse en poder. Sea como sea, lo que es claro es que no volverá a repetir una marcha hasta Madrid para, una vez allí, dar unas vueltas gritando unas cuantas consignas y nada más. La crisis orgánica del capitalismo, no resuelta, de momento parece una garantía de que el poder no tendrá fácil entrar en una nueva época de dominación y la experiencia histórica no se perderá.

 

La contradicción principal

Quizás, un segmento de la clase trabajadora lucha por la transformación de la sociedad, y es el elemento vertebral sobre el cual organizar la movilización y la transformación social.

Mientras las y los postintelectuales buscan un nuevo sujeto histórico que emancipar la clase trabajadora se reivindica una y otra vez. Intentaron desde distintos frentes dejar a la clase trabajadora a un lado. El miedo al socialismo entre la burguesía es atroz, de forma que destinan miles de millones a proyectos, ONG, pseudointelectuales y publicaciones… para señalar problemas que, siendo problemas, no son el problema central.

Más allá del adecuado desarrollo de Cuba –atendiendo al índice de desarrollo humano y la huella ecológica-, estos días se ha dado a conocer que el agujero de la capa de ozono, otrora tan problemático, está disminuyendo y se estima que para mitad de siglo habrá desaparecido[19]. Mientras, y aunque mucho le ha costado, un avión solar ya ha sido capaz de dar la vuelta al mundo[20].

El capital, cuya contradicción principal es con el trabajo, se esfuerza y se adapta a las distintas necesidades y al resto de contradicciones, como ha hecho históricamente, para ser hegemónico y seguir reproduciéndose. Incluso comenzaron a hablar –no en África, sino aquí- de decrecimiento: ¿tenía que decrecer la multinacional o quien tiene una colección de yates? ¡No! El problema del decrecimiento era un problema de todas y de todos. Absurdo, pero caló incluso entre sesudas mentes de la izquierda. ¿Quieren acabar con el calentamiento global? Parece sencillo: planifiquen la economía mundial y produzcan lo necesario atendiendo a necesidades sociales, criterios ecológicos y posibilidades de los distintos territorios. Ya. Claro, eso se llama socialismo y no cabe.

Algo parecido le pasa al postmodernismo con el sujeto histórico: necesitan uno pero le tienen miedo al socialismo, de forma que se pasan las noches en vela intentando encontrar aquello que no existe. Así que lo inventan. Y lo llaman ciudadanía. Pero la ciudadanía, en Europa, tiene más de dos siglos así que esta es ya la sociedad de la ciudadanía, en la que toda la población se reconoce como tal. No cabe la ciudadanía como sujeto histórico para ninguna transformación, porque en nuestra realidad europea –frente a Latinoamérica, por ejemplo- no supone ningún elemento no ya revolucionario, sino de progreso, pues es la reivindicación del pasado: lo cual, si lo llevamos más lejos, significa en última instancia reivindicar el capitalismo que funcionaba, el capitalismo de antes de 2006. Eso, y no otra cosa, es el postmodernismo y el significado histórico del surgimiento de la ciudadanía: la negación de la revolución y del socialismo y la crítica abstracta dentro del capitalismo intentando que este funcione. Pero el problema de la ciudadanía –si la admitiésemos como elemento de transformación- es el problema de la dictadura de la burguesía, que de facto es la única ciudadana: la única que tiene derechos porque los puede pagar. Así pues, el problema para la ciudadanía sería que tiene que aniquilar a la burguesía. No, por aquí no vamos bien: esto se llama socialismo y no cabe.

El reformismo, hermano mayor del postmodernismo, tampoco quiere ni oír ni hablar de lucha de clases y tiene que estar buscando eufemismos, como aquel “poder de la gente” de Izquierda Unida en las pasadas elecciones europeas. Poder de la gente: poder de las y los banqueros, que son gente, y de franquistas y torturadores, que son gente –y que, dicho sea de paso, no sólo han tenido sino que tienen poder-… puestos a jugar a la gente aparecieron “los de abajo” en lucha contra “los de arriba” y la antigua organización de izquierdas se quedó perpleja. No entendió nada. Y la consigna electoral la estaba ofreciendo el movimiento: “pan, trabajo, techo, dignidad”. Era demasiado para Izquierda Unida. Podemos, con su “sí se puede”, sí se hacía eco de una consigna del movimiento popular: la más abstracta y asumible.

La movilización social como respuesta a la crisis fue la respuesta de la clase trabajadora, y no de ningún otro sector social. En Euskal Herria la huelga general del 29 de junio del 2010 propició la huelga general estatal de septiembre, y la huelga general de Eukal Herria, Galiza y otras provincias de enero de 2011 tuvo apoyos en el resto del estado. Unos meses después, ante la falta de organizaciones de clase se visibilizaba el conflicto social: el 15M aparecía. La respuesta no fue por parte del estado y la clase dominante, sino por parte de Comisiones Obreras y UGT, que convocaron en el siguiente año, 2012, dos huelgas generales, para no quedarse al margen de la lucha de clases y ser superadas por la historia. Entre las dos tuvo lugar la marcha negra, la marcha de la minería: movimiento obrero en pie.

El siguiente paso del movimiento popular y obrero fue superar aquello que no le había servido. Y aunque le llevo un año se organizó al margen de lo existente y el 22 de marzo de 2014 llegó a Madrid. Sin dirección política real, la clase trabajadora optó por lo más práctico: elevó, un par de meses más tarde en las elecciones europeas a un nuevo partido: Podemos.

Podemos fue resultado, sí, de la lucha de clases, fue la alternativa política frente al reformismo de Izquierda Unida y su propuesta limitada y las organizaciones políticas que no son capaces de influir en la lucha de clases, fue la articulación frente al poder, frente al Partido Popular y el Partido Socialista. Pero es también la negación, Podemos es la lucha de clases contenida: Podemos no era el 15M, ni la lucha minera, ni eran las enormes incontables movilizaciones que tuvieron lugar desde 2010, sino su negación, la incapacidad de las organizaciones existentes y la incapacidad del movimiento para transformar la sociedad: era la institucionalización.

¿Contradictorio? Como contradictoria es la revolución. Que nadie espere un proceso puro, sino una sucesión de contradicciones a las que hay que hacerles frente. Por eso en aquellas elecciones europeas era necesaria la unidad de la izquierda con Podemos: porque representaba al movimiento, y en su contradicción de representar al movimiento que se encontraba en un callejón había que buscar una salida. Junio era tarde: Podemos ya no era una contradicción porque sin la movilización del movimiento popular y obrero ya era sólo la negación.

 

Algunas conclusiones

Las fronteras se han ampliado hasta desaparecer: mercantilizadas la desaparecida URSS y China las crisis adquieren una dimensión histórica desconocida hasta ahora. Circunscribir la problemática de la crisis económica en el Estado español a las fronteras políticas es estúpido, como es estúpido ceñir las soluciones a los históricos estados-nación, aunque, incluso desde la izquierda, se hagan esas propuestas.

La burguesía lo sabe. No hay salidas en clave nacional. Ni Grecia ni Reino Unido han logrado una solución para su crisis: la burguesía sigue gobernando en el país heleno frente a una posición reformista que ha claudicado desde el primer día ante la Troika; mientras en las islas el Brexit se revela como la incapacidad del gran capital para salir de la crisis: el Brexit significa la destrucción de fuerzas productivas, el cierre y el quiebre del pequeño capital, la agudización de las tendencias del capital. Han ganado quienes más tienen. Todo lo que hay en el Brexit es reaccionario: bien rápido han aclarado las autoridades que de la OTAN no saldrán. Y la izquierda no puede hacer un Brexit de otra manera: las razones materialistas del Brexit no pueden ser otras por creencias ni ideologías. La única apuesta pasa por destruir la Europa del capital, no para volver a los antiguos estados-nación, sino para superarlos y construir una Europa socialista.

En nuestra realidad, el PSOE muestra que ha aprendido de Grecia. Una parte del PSOE, al menos. No se quieren inmolar en un pacto PP-PSOE. Por el momento. Y bien pudiera, Unidos Podemos, haber obtenido un número mayor de diputadas y diputados en las pasadas elecciones, pero el programa del capital, como en Grecia, está elaborado y a la espera de quien lo ejecute. En la transformación social hay una dialéctica calle-institución que, por el momento, está quebrada: la clase trabajadora tiene que construir órganos de poder paralelos a los del estado en el mismo momento en que pone ahí dentro sus representantes. Si no, estos de poco le sirven.

De toda esta experiencia histórica la clase trabajadora logrará extraer importantes conclusiones que, con la organización adecuada, la pueden hacer caminar por la senda de la revolución. La huelga general europea de 2012 queda como un espejismo de lo que la clase trabajadora fue capaz de hacer, así como las movilizaciones del 2014, y que no son más que el preludio de lo que más temprano o más tarde tendrá que retomar. Como en Grecia contra las políticas de Syriza.

Ocurra lo que ocurra y se forme el gobierno que se forme, sea con el PSOE y Unidos Podemos, sea con el Partido Popular –con o sin Ciudadanos-, o haya unas nuevas elecciones que cambien ligeramente el número de diputadas de este o aquel partido, las contradicciones del capitalismo no van a desaparecer y la clase trabajadora tendrá que impugnar la historia en las calles.

 

[1] http://agarzon.net/valoracion-resultados-26-j/

[2] http://www.comiendotierra.es/2016/06/27/a-la-primera-no-va-la-vencida/

[3] http://www.publico.es/politica/cayo-lara-alberto-me-costar.html

[4] https://18brumario.wordpress.com/2016/06/27/26j-lecciones-y-rumbos-a-tomar/

[5] http://politica.elpais.com/politica/2015/12/08/actualidad/1449569869_184647.html?id_externo_rsoc=TW_CM

[6] http://www.lamarea.com/2016/06/22/ficciones-electorales/

[7] http://cadenaser.com/programa/2016/06/16/hoy_por_hoy/1466061958_318669.html

[8] http://vientosur.info/spip.php?article11539

[9] http://www.eldiario.es/politica/ciento-diputados-Congreso-sueldo-elecciones_0_524597941.html

[10] http://www.estrelladigital.es/articulo/madrid/esther-lopez-barcelo-paradigma-enchufismo/20160225194350273894.html

[11] http://www.levante-emv.com/valencia/2016/02/24/ribo-calabuig-dejan-peris-denuncias/1383378.html

[12] http://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/2016/06/29/5772bb64268e3e5f278b45d5.html

[13] http://opinions.laveupv.com/antoni-infante/blog/7786/resultats-electorals-del-26j-lequidistancia-ja-no-funciona

[14] http://ccaa.elpais.com/ccaa/2016/02/08/madrid/1454921025_794226.html

[15] http://www.eldiario.es/sociedad/Malestar-Memoria-Historica-Comisionado-Madrid_0_516548728.html

[16] En entrada de Facebook el 8 de mayo de 2016.

[17] http://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/2016/05/21/573f553ce5fdea35468b45fb.html

[18] http://www.elsalmoncontracorriente.es/?Campana-electoral-focos-y-platos

[19] http://www.telesurtv.net/news/Cientificos-anuncian-reduccion-del-agujero-en-la-capa-de-ozono-20160701-0017.html

[20] http://www.elmundo.es/ciencia/2016/07/26/5796b40fe2704e3d478b4645.html

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