Han asesinado a Andrei Karlov – embajador ruso en Ankara – y casi al mismo tiempo un camión se ha estrellado contra un mercadillo navideño en Berlín atropellando a los transeúntes que por allí pasaban. A estas horas se habla de nueve muertos y un número indeterminado de heridos.
Todo apunta a que en ambos casos se trata de atentados terroristas de grupos relacionados con el ISIS. No importa el nombre que se les ponga a esos grupos. Son terroristas que ya sembraron el horror en otras ocasiones en Europa, pero que cuando lo ejercen en Siria se les llama “rebeldes moderados”.
Son los mismos que llevan casi seis años actuando en Siria, financiados y protegidos por occidente y en dónde han provocado más de trescientos mil muertos y seis millones de desplazados. Son los mismos que asediaron Alepo durante cuatro años y a los que – tras la liberación de la ciudad – en Europa se les lloró, apagando luces y haciendo concentraciones en su nombre.
Son los mismos que decapitaron a un adolescente palestino de 12 años – imágenes durísimas que hemos podido ver en las RRSS – o los que pegaron un tiro en la nuca a los soldados que custodiaban en hospital de al Kindi en Alepo, el mayor hospital oncológico del país y que daba tratamiento gratuito a sus pacientes.
Algo le ocurre a esta sociedad para calificar de “rebeldes” a los que asesinan, violan y destrozan un país como Siria y como por arte de magia se transforman en terroristas cuando lo hacen en Europa.
Algo le ocurre a esta sociedad cuando lamenta las consecuencias – léase los refugiados – de las falsas primaveras árabes que ellos mismos han financiado y defendido.
En realidad, esta sociedad, absolutamente manejada y dirigida por los medios de comunicación que a su vez sirven a los intereses del capital, no se entera de nada, o prefiere no enterarse.
Hasta que acaba ocurriendo en la plaza de al lado.