Este viernes 20 de enero tomó posesión Donald Trump como Presidente de Estados Unidos. Con el discurso que pronunció tras jurar el cargo sobre dos Biblias comienza un periodo que cambiará sin duda la política internacional, y empieza materializarse algo que lleva años germinando y que ya ha mostrado sus fauces en Europa en los últimos tiempos.
El discurso es tremendo y recomiendo leerlo detenidamente, porque me atrevo a decir – no con poca preocupación – que seducirá a millones de personas en todo el mundo, y especialmente en Europa. El discurso es una declaración abierta de que no estamos ante un periodo más en la historia de EEUU y utiliza no pocos argumentos y recursos de caracter populista, con numerosas referencias a Dios, con un extremo carácter chovinista y racista, y donde se vincula a sí mismo y a su gobierno directamente con el pueblo norteamericano, sin intermediarios, quizá protegiéndose así de posibles conjuras que incluso pudieran producirse contra este desde el Partido Republicano:
«Hoy no estamos simplemente transfiriendo el poder de una administración a otra, o de un partido a otro, sino que estamos transfiriendo el poder de Washington, D.C. y devolviéndoselo a ustedes, el pueblo estadounidense. Durante demasiado tiempo, un pequeño grupo en la capital de nuestra nación ha cosechado los frutos del gobierno mientras el pueblo ha sufragado los costos. Washington floreció – pero el pueblo no se benefició de esa riqueza. Los políticos prosperaron – pero los empleos desaparecieron, y las fábricas cerraron. El sistema se protegió a sí mismo, pero no protegió a los ciudadanos de nuestro país».
[…]
«Sus victorias no han sido las victorias de ustedes; sus triunfos no han sido los triunfos de ustedes; y mientras ellos celebraban en la capital de nuestra nación, las familias que luchan en todo nuestro país tenían muy poco que celebrar. Todo eso cambiará – a partir de aquí y ahora mismo, porque este momento es el momento de ustedes: les pertenece a ustedes».
[…]
Lo que realmente importa no es qué partido controla nuestro gobierno, sino si nuestro gobierno está controlado por el pueblo.
[…]
«Los hombres y mujeres olvidados de nuestro país ya no serán olvidados [] Llegaron en decenas de millones para formar parte de un movimiento histórico que el mundo nunca antes había visto» […] «No trataremos de imponer nuestro modo de vida a nadie, sino dejaremos que brille como un ejemplo a seguir para todos.
[…]
Cada decisión sobre comercio, impuestos, inmigración, asuntos exteriores, se hará para beneficiar a los trabajadores estadounidenses y a las familias estadounidenses.
[…]
Seguiremos dos reglas sencillas: Comprar productos estadounidenses y contratar trabajadores estadounidenses.
[…]
Estaremos protegidos por los grandes hombres y mujeres de nuestro ejército y nuestras fuerzas policiales y, lo que es más importante, estamos protegidos por Dios.
Coincide – no por casualidad – que el día después de la toma de posesión de Trump, en Alemania se reúnen principales líderes de la ultraderecha europea, desde la francesa Marine Le Pen a la alemana Petry, bajo el lema «Libertad para Europa», y lo hacen a las puertas de elecciones clave este año en Holanda, Francia y Alemania. Se hacen llamar «los líderes políticos de la nueva Europa, que están cerca de asumir responsabilidades de gobierno en sus respectivos países».
Ante esta nueva situación que se abre en el mundo no puedo evitar referirme al Informe de Jorge Dimitrov ante el Congreso de la Internacional Comunista, en 1935, en el que se caracteriza perfectamente al fascismo de la época.
En el informe de Dimitrov (que recomiendo leer íntegro) nos recuerda que:
«El fascismo logra atraerse las masas porque especula de forma demagógica con sus necesidades y exigencias más candentes. El fascismo no sólo azuza los prejuicios hondamente arraigados en las masas, sino que especula también con los mejores sentimientos de éstas, con su sentimiento de justicia y, a veces, incluso con sus tradiciones revolucionarias.
[…]
El fascismo aspira a la más desenfrenada explotación de las masas, pero se acerca a ellas con una demagogia anticapitalista, muy hábil, explotando el profundo odio de los trabajadores contra la burguesía rapaz, contra los bancos, los trusts y los magnates financieros y lanzando las consignas más seductoras para el momento dado, para las masas que no han alcanzado una madurez política; en Alemania: «Nuestro Estado no es un Estado capitalista, sino un Estado corporativo»; en el Japón: «por un Japón sin explotadores»; en los Estados Unidos: «por el reparto de las riquezas», etc…»
Pues bien, la amenaza del fascismo cada vez es menos una amenaza y más una realidad. Un fascismo actualizado en sus formas pero idéntico en el fondo, y que igualmente gana sus apoyos entre las clases más afectadas por la globalización y las políticas neoliberales, especialmente tras el estallido de la crisis financiera de 2008.
Tras el estallido de la crisis, el tándem Clinton-Obama como máximos representantes de los intereses del capital financiero recrudece su ofensiva, redoblando los esfuerzos para romper la soberanía de los países a través de cualquier mecanismo, ya sea a través de la guerra (Obama ha sido el único presidente en la historia de Estados Unidos en ejercer su mandato de ocho años con el país en guerra), la desestabilización de países como Venezuela, Golpes de Estado como en Ucrania, o el impulso de tratados de libre comercio como el TTIP-TTP-TISA…con el fin de abrir paso a más privatizaciones, el saqueo de recursos, etc. Y además tratando de aislar y debilitar a Rusia, un país que (aún siendo capitalista y siendo gobernado por un partido y un presidente conservador) juega un papel fundamental en la conformación de un bloque opuesto a la lógica imperialista del capital financiero.
Se da la paradójica circunstancia de que algunos de los mecanismos de dominación contra los que la izquierda ha tratado de organizar una respuesta, como los tratados de libre comercio, puede que sean derrotados por las políticas proteccionistas de Trump, pero puede que también otros como la OTAN se debiliten o se reconfiguren, aunque no por la acción de la izquierda. En la Unión Europea son los partidos de ultraderecha los que están capitalizando el descontento de millones de trabajadoras y trabajadores víctimas de la crisis y de las políticas impuestas por las las instituciones financieras internacionales y la Troika.
Mientras tanto, buena parte de la izquierda sigue acomplejada, dividida y confundida, y además incapaz de tejer un discurso de ruptura contra el poder financiero, la UE, las instituciones financieras, sus gobiernos y sus medios de comunicación. La ideología socialdemócrata presente en el movimiento obrero y sus organizaciones las hacen rehenes en muchos casos del discurso posmoderno, e incluso en no pocas ocasiones cómplice de las agresiones del imperialismo (Siria es el mejor ejemplo).
Estamos pues, ante una perspectiva que obliga a la izquierda por un lado a frenar el avance de la ultraderecha y el fascismo, y por otro a confrontar con las instituciones, los gobiernos y las políticas al servicio del neoliberalismo y la globalización. No hacerlo supondrá que la izquierda transformadora y revolucionaria occidental será una mera espectadora en la reconfiguración del mundo en favor de las mismas clases dominantes que viven del saqueo, la explotación y el sufrimiento de la clase trabajadora.
Es por eso, que frente a la incapacidad (y la complicidad) de la socialdemocracia ante esta situación, es fundamental el papel de las organizaciones de clase y de los Partidos Comunistas en especial, y es urgente concentrar grandes esfuerzos en su fortalecimiento y su mayor coordinación a nivel internacional.
También a ello se referiría aquel informe:
«Los Partidos Comunistas sólo pueden asegurar la movilización de las amplias masas trabajadoras para luchar unidas contra el fascismo y la ofensiva del capital, si fortalecen sus propias filas en todos los aspectos, si despliegan su iniciativa, si llevan a cabo una política marxista-leninista y una táctica justa y flexible, que tenga en cuenta la situación concreta y la distribución de las fuerzas de clase.
La unidad, la cohesión revolucionaria y la presteza combativa de los Partidos Comunistas son el más precioso capital, que no nos pertenece solamente a nosotros, sino a toda la clase obrera. Hemos asociado y seguiremos asociando la lucha contra el fascismo, con la lucha irreconciliable contra el socialdemocratismo, como ideología y como práctica de la conciliación con la burguesía, y también, por consiguiente, contra toda penetración de esta ideología en nuestras propias filas».
Trump, como el auge de la ultraderecha europea, son un producto de la globalización financiera y el neoliberalismo, y la crisis financiera de 2008, y su auge lo han hecho posible con sus políticas tanto Republicanos y Demócratas en EEUU, pero también Populares y Socialdemócratas en Europa, todos ellos padres de la arquitectura económica y política que ha generado estos monstruos.
Hoy la izquierda norteamericana tiene una oportunidad de organizarse contra el fascismo de Trump y sobre las ruinas de Obama y Clinton, y la izquierda europea tiene el deber de desprenderse de la ideología socialdemócrata y frenar a una ultraderecha que avanza sobre la UE en descomposición, para construir una alternativa fuera de esta.
Cualquier otra opción, ya sea permanecer impasibles, impotentes y agazapados, o volver la mirada una vez más hacia la socialdemocracia es un pasaje seguro para la derrota.