El nacionalismo es uno de los principales fenómenos sociales y políticos que crea las bases del fascismo. El nacionalismo elimina y diluye la lucha de clases, sustituyendo el sentido de clase por un sentido identitario excluyente y hostil que, entre otras barbaridades, convierte a los trabajadores de un país en adversarios, cuando no enemigos, de los de otros países. Impide, desvertebra o reduce, por tanto, el sentido internacionalista de la solidaridad de clase entre todos/as los que venden su fuerza de trabajo en el mercado capitalista.
El nacionalismo forma una identidad nazional con retazos de historia falseados o manipulados. Convierte los naturales procesos históricos en un memorial de agravios para la reafirmación de una personalidad colectiva singular y única formada por lo mejor y más ejemplar de la humanidad. Sirve, en resumen, a los intereses de las diversas clases dominantes, o burguesías. Los procesos históricos que hemos vivido en el pasado siglo, y en éste aún con menos volumen de tragedia, representan, por poco sensibles que seamos, los ejemplos definitivos de lo que no tienen que hacer nunca los trabajadores de los diversos estados y naciones. Cito sólo dos ejemplos, entre otros muchos que hay: Primera Gran Guerra (1914-1918), y Yugoslavia. En el primer caso, la marcha triunfalista, ciega e irresponsable de las naciones europeas, conducidas por sus gobernantes y con la aceptación activa o pasiva de las mayorías populares hacia el precipicio de la guerra; en el segundo caso, la insensatez criminal de todos los responsables de la destrucción del Estado de Yugoslavia y de la violencia nacionalista que se instalo en cada porción de lo destruido, empezando por los inductores, Alemania y EEUU en primer lugar.
En la Europa actual el auge de los nacionalismos marcha parejo al desmembramiento de la izquierda en todas sus expresiones y a la degradación de la democracia y de la política. Ello ha producido ya en los niveles de democracia liberal existentes una pérdida del sentido real de los principios, valores, experiencias y proyectos basados en las más positivas experiencias democráticas colectivas de la historia europea. En Francia se producen de una manera, siendo sustituido el voto a los partidos de origen obrero, Partido Socialista y Partido Comunista, por el voto al Frente Nacional, en las zonas de tradición más obrera, popular y de izquierdas; En Alemania sube Alternativa para Alemania, con propuestas social populistas y contra la inmigración, abriéndose paso en las zonas populares; En la socialmente avanzada Dinamarca el Partido Popular Danés ya alcanza el 21 % de los votos; en el Reino Unido de aquel Brexit que tanto entusiasmaba a la extrema derecha como a la “izquierda de salón”, el Partido por la Independencia (UKIP) se instala; En la post moderna Suecia los Demócratas Suecos ya alcanzan el 17.6 %; en Austria el Partido Liberal con un 26% es ya una opción de gobierno; En Suiza, el Partido del Pueblo Suizo 29,4%; La Liga Norte en Italia un 17,4; Holanda, el Partido de la Libertad 13%; en los ex países socialistas, Ley y Justicia en Polonia con un 37.6%; Eslovenia, el Partido Demócrata de Eslovenia, un 24,9%. También amplia representación de la ultraderecha en Noruega, Finlandia, Letonia, Eslovaquia y Bulgaria.
Esta escueta realidad refleja como los nacionalismos europeos que conducen a diversos tipos de fascismo se han instalado y avanzan en el conjunto de Europa. Y no confundir nunca fascismo como únicamente una expresión brutal y grosera de violencia y reclusión, sino tener en cuenta también el sentido primario de éste: anular la participación crítica y democrática e imponer el caudillismo. Construir, en definitiva, una estructura mental de arriba abajo, que empieza en la escuela, continúa en el trabajo y en la calle, hasta anular la conciencia colectiva diversa y libre.
En España, en la llamada transición democrática, se pasó de la dictadura nazionalista del franquismo a una democracia burguesa de carácter liberal representativo, fruto del cambio político que en aquel momento imponía la relación de fuerzas entre los amplios sectores netamente franquistas, que no querían ningún cambio y amenazaban, y en algunos casos mataban, para que no se produjese, y los partidarios de la ruptura democrática, sin suficiente fuerza para imponerla. La izquierda sindical y política más alternativa o radical, organizadora de las luchas y acciones por los derechos sociales durante la dictadura, fue la impulsora de este proceso hasta alcanzar todas las reivindicaciones históricas posibles: las libertades sindicales y políticas, las instituciones de la democracia parlamentaria y la aceptación de diversas exigencias autonómicas que dieron paso a la España autonómica de carácter federal que hay ahora.
Quiero hablar de lo referente a este Estado de las autonomías que tenemos, que en su desarrollo legal y práctico tiene rasgos y características federales más amplias que en muchos estados que así se califican. Un Estado de las autonomías que debería concluir en un Estado federal formal, con una profunda revisión de las competencias unitarias colectivas y las de las partes para corregir los desequilibrios y contradicciones que se han producido en este largo proceso de casi 40 años de autonomía. Esto exige de nuevo el debate y la búsqueda de acuerdos políticos, reformas constitucionales y recomponer a fondo el viejo sentido de unidad democrática que se impuso en la transición.
Y para ello debemos abordar la situación creada por la deriva de los diversos nacionalismos identitarios, de forma especial el catalán. En Catalunya se une un proceso de creación de una identidad histórica falseada, la utilización por el secesionismo conservador de la crisis del capital, para reducir derechos sociales y condiciones de vida y culpar a España y a los españoles por ser los ladrones de las riquezas “patrias”, y conducir a través de la demagogia a una parte amplia de la población a una locura dogmática narcotizante en la que se vende que con la independencia se recuperará el paraíso perdido a causa del saqueo de la pérfida España. Esto se paró en octubre de 2017 con la salida a la calle de centenares de miles de catalanes, hasta el momento invisibles, que hartos de tanta mentira dijeron basta de silencio. Y la aplicación del artículo 155 de la Constitución y la detención de los principales dirigentes del golpe institucional hizo el resto, poniendo en evidencia, además, la inutilidad e incapacidad política y técnica de los golpistas, que no tenían nada serio preparado ni organizado, salvo armar el follón en las instituciones y en las calles.
En todo este proceso la llamada “izquierda alternativa”, la catalana y la de toda España, ha jugado un papel de palanganera subalterna de los nacionalistas. Una izquierda que todavía mantiene “tesis” caducadas, y nunca existentes en España, como el “derecho de autodeterminación”, que en la práctica, aquí y fuera de aquí, se han demostrado como el “derecho a la destrucción”. España no es ni el Sahara usurpado por Marruecos, ni la Palestina ocupada por el sionismo de Israel.
¿Y ahora, qué? En primer lugar dejar que la política y el derecho cumplan su función. Hacer una propuesta política de fondo que signifique aceptar plenamente la actuación desde la legalidad constitucional y estatutaria por parte de los gobernantes y dirigentes encarcelados y huídos que, hasta el momento, salvo acusar al Estado de represivo, dictatorial, o franquista, todavía no han hecho un gesto de autocrítica, ni han cesado en sus proyectos de reincidir en lo mismo que ha fracasado creando la situación actual. Que la justicia haga su proceso y la política el suyo. Exigir a la izquierda sindical y política que recupere su historia y su camino. Potenciar un acuerdo político en Catalunya y en toda España de carácter constitucional, con las reformas que se vean necesarias en la Constitución en la línea de lo apuntado antes. Leyes y normas que se cumplan.
Todo lo expresado aquí necesitaría de una izquierda real fuerte para impulsarlo y realizarlo. Deberemos trabajar para que sea posible, a pesar de la ausencia, o carencias, de la izquierda actual.