El movimiento feminista tiene muchos frentes abiertos, como muchas son las formas en que las mujeres somos sistemáticamente oprimidas en la sociedad patriarcal. Una de sus principales preocupaciones es la violencia machista, ya que no cesa el goteo constante de asesinatos y violaciones de mujeres a manos de hombres maltratadores, asesinos y agresores sexuales. A través de la violencia vicaria, la descendencia en común también puede ser víctima de la violencia machista, como desgraciadamente hemos vuelto a comprobar este último mes. Además, el feminismo lucha contra las viejas formas de explotación de las mujeres, como la explotación laboral y la sexual; y también contra las nuevas, como la explotación reproductiva de las mujeres que suponen la ovodonación y los vientres de alquiler. La agenda feminista es clara, y tiene bien claros sus objetivos principales, que comparte a nivel internacional.
Pero el actual Ministerio de Igualdad no comparte los objetivos del feminismo. ¿A qué ha dedicado la ministra de Igualdad, Irene Montero, su labor al frente de un ministerio que debería escuchar a las feministas? No hemos visto que se haya ocupado de la violencia machista más allá de tuits sentimentales de cara a la galería de las redes sociales. No ha intentado promulgar ninguna ley para proteger a mujeres y menores de un maltratador o un asesino machista. No hemos visto ningún intento de abordar la abolición de la prostitución o de perseguir a las clínicas que ofertan vientres de alquiler. Nada de eso. La ministra Irene Montero se ha centrado única y exclusivamente en aprobar la llamada Ley para la Igualdad Real y Efectiva de las Personas Trans, convirtiéndola en el buque insignia de su exiguo trabajo en el ministerio de Igualdad.
Hace tiempo que este tipo de leyes se están aprobando en varios países con la oposición del movimiento feminista, oposición que mucha gente no comprende. ¿Cómo puede el movimiento feminista oponerse a los derechos de una minoría tan discriminada como las personas trans? ¿Puede llegar a ser tan mezquino el movimiento feminista? La respuesta es que no, claro que no. El movimiento feminista no tiene nada en contra de quienes sufren disforia de género. Al contrario. Y si se opone a las leyes trans es por motivos muy bien fundamentados que las autoridades políticas como la ministra Montero se niegan a escuchar, porque estropearían sus planes de erigirse como defensora de alguna causa popular y mediática que justifique su actividad en el Ministerio de Igualdad y la relevancia de su partido en el gobierno.
Para empezar, las leyes trans atentan gravemente contra la atención médica de las personas que sufren disforia de género, un trastorno reconocido por la psicología y la psiquiatría, y que puede tener una causa subyacente, como la depresión, la ansiedad o incluso el autismo. También puede ser consecuencia de una parafilia como la autoginefilia, cuando un hombre experimenta placer sexual al vestirse o actuar como socialmente se espera de las mujeres. Se trata, pues, de un fenómeno psicosocial complejo. Pero la ley trans no reconoce este hecho, y se limita a legislar partiendo de la base de que si un hombre dice que es una mujer, entonces es que es una mujer, o viceversa. Fin de la cuestión. Es más, tratar de indagar en las causas psicosociales que llevan a una persona a querer ser del otro sexo se considera transfobia, y debe ser perseguido. Así, la ley priva a las personas con disforia de género de la ayuda necesaria para abordar realmente su problema, les da una palmadita en la espalda, les dice “claro, lo que tú digas”, y obliga a que profesionales médicos que no son especialistas en la cuestión les receten bloqueadores de la pubertad u hormonas cruzadas, o bien se les plantean cirugías extremas que harán que su cuerpo aparente ser del otro sexo. Y todo esto tiene consecuencias graves e irreversibles para la salud física y mental.
Pero la cosa no acaba aquí, y no afecta únicamente al derecho a la salud de las personas con disforia de género. Si la ley asume que un hombre que diga que es una mujer es incuestionablemente una mujer, esto deberá reflejarse en sus documentos oficiales, en su DNI, es decir, en su sexo registral. ¿Y cómo determinar quién puede cambiar su sexo registral, si depende únicamente de la voluntad expresa del individuo? Pues, sencillamente, no se determina, y la ley establece que cualquier persona, en cualquier momento, puede cambiar su sexo registral, por lo que se le considerará como alguien del otro sexo a todos los efectos. ¿Qué pasa, entonces, con las leyes hechas para paliar la opresión por razón de sexo que sufrimos las mujeres? Esto también es muy simple: si el sexo es algo que cada persona puede escoger, las leyes que protegen a las mujeres quedan neutralizadas, inservibles. Así es como una ley que pretende proteger a menos del 0’5% de la población socava los derechos del 50% de la misma, los de las mujeres, después de tanto tiempo luchando por conseguirlos.
Basar leyes en una irracionalidad absoluta que niega la realidad más básica del sexo como hecho biológico inmutable genera el caos. Si un hombre es considerado una mujer sólo por así expresarlo, los agresores sexuales y asesinos machistas pueden alegar que son “mujeres trans”, ir a cárceles de mujeres y pedir en el juicio que se dirijan a él en femenino. Esto ya ha pasado en España, para humillación de la familia de la víctima y de todas las mujeres. Cualquier hombre puede exigir entrar en vestuarios y aseos femeninos sólo con decir que es mujer, con el riesgo que esto conlleva. Los deportes femeninos son puestos en entredicho, ya que hombres competirán contra mujeres en aquellos deportes en los que ellos tienen una ventaja física. Seguramente no veremos a “mujeres trans” competir contra mujeres en gimnasia artística, pero sí en otras competiciones deportivas. ¿Y qué pasa con las listas electorales paritarias, o los estudios sociales, si el sexo deja de considerarse un hecho biológico dado para pasa a ser una elección individual? Pueden ustedes imaginarse muchas otras consecuencias derivadas de este sinsentido.
Pero nada de esto importa a Montero ni a quienes defienden su ley, ya que consideran que las personas trans son las más oprimidas de entre las oprimidas, y que se las debe resarcir cueste lo que cueste. Creen absurdamente que un hombre que se declara mujer pasa automáticamente a ser la más oprimida de las mujeres, en tanto que mujer y en tanto que persona trans. Y es que, según la lógica machista de una sociedad patriarcal como la nuestra, si los hombres pueden ser considerados mujeres, entonces serán las más todo: las más oprimidas, las más valientes, las más admiradas, las más auténticas, las más femeninas, las más bellas, sin celulitis y con una figura perfecta esculpida en una mesa de quirófano. Incluso, para colmo del cinismo, las más feministas. Hasta el término “mujer” es considerado transfóbico para referirse a las mujeres y no a los hombres que dicen ser mujer, por lo que entidades como la ONU o Amnistía Internacional han empezado a referirse a nosotras como “seres gestantes”, “seres menstruantes”, “personas sin próstata” o “útero-portantes”. Así, las mujeres pasamos a ser mujeres de segunda, mucho menos interesantes e importantes que una “mujer trans”, es decir, un hombre. Estamos ante la misoginia definitiva. No se puede despreciar más a las mujeres ni ser más misógino que lo expresado por el hombre transfemenino Carla Antonelli hace años: “la mejor mujer, un varón”. Antonelli es, por cierto, un firme defensor de la explotación reproductiva de mujeres a través de los vientres de alquiler.
Hay otro gran grupo social damnificado por la irracionalidad y la misoginia inherente a las leyes trans, que hace años ya empezaron a colarse en el ordenamiento jurídico a través de los gobiernos autonómicos españoles. Desde hace tiempo, transactivistas adscritos al movimiento LGTB han llevado a las escuelas e institutos una sarta de ideas anticientíficas que inducen al alumnado a pensar que si un niño expresa comportamientos socialmente asociados a la feminidad, entonces puede que sea una niña. O si una niña expresa comportamientos socialmente asociados a la masculinidad, puede que sea un niño. Reforzando de esta manera los estereotipos sexistas, se induce al alumnado a desarrollar disforia de género y a someterse a medicación y cirugía para volver a encajar en los roles y estereotipos sexistas, alterando su cuerpo y arriesgando su salud física y mental.
Pero la juventud más susceptible a caer en la trampa son los chicos y chicas homosexuales, que al sentir atracción hacia personas de su mismo sexo, en vez de asumir su homosexualidad como perfectamente sana y normal, pueden acabar concluyendo que son personas trans. Así sienten que vuelven, virtualmente, al redil de la sexualidad heteronormativa. Esto constituye, probablemente, la terapia de conversión de homosexuales más cínica y macabra de la Historia, y ya está ocurriendo. Ni en nuestras peores pesadillas habríamos podido imaginar que el mayor ataque contra menores gays y lesbianas no vendría de la homofobia de la extrema derecha, sino por parte del mismo movimiento LGTB.
Ahora sabemos que el movimiento LGTB, y mucha otra gente que se hacía llamar feminista, en realidad no había comprendido absolutamente nada de las bases teóricas más elementales de pensamiento feminista. El género es el conjunto de roles y estereotipos sexistas que el patriarcado nos impone a mujeres y hombres, y que además sitúan a las mujeres en una posición subalterna respecto de los hombres. El género no es una identidad, y menos una identidad individual innata que brota de forma pura e incuestionable del interior de las personas. Sin embargo, la ley de Montero impone esta segunda concepción falseada y anticientífica del género para mayor gloria de la industria farmacéutica y el gran capital, que riegan generosamente al transactivismo y a sus voceros internacionales con centenares de millones de dólares, como pueden comprobar aquí.
Habiendo analizado la cuestión y alertado por lo ocurrido en otros países, el feminismo español se ha movilizado para poner freno a este despropósito que atenta contra los derechos de las mujeres, contra el libre desarrollo de la infancia y que pone en peligro la salud física y mental de menores homosexuales. Colectivos feministas de toda España que llevan mucho tiempo trabajando han unido esfuerzos para convocar concentraciones en muchas ciudades de nuestro país el próximo sábado 26 de junio. En manifestaciones de los últimos tiempos, mujeres feministas han sido increpadas e incluso agredidas por parte de transactivistas, no sólo por ser críticas con la ley trans, sino también por ser abolicionistas de la prostitución. El próximo 26 de junio las feministas nos exponemos a estos mismos ataques. La mejor forma de pararles los pies es desbordar las plazas y las calles para señalar el delirio antifeminista e irracional al que nos conduce Montero y otros representantes políticos que adolecen de su misma indigencia intelectual y desconocimiento del feminismo. Es por esto que las feministas llamamos a todas las mujeres y hombres que comprendan la magnitud del desastre a unirse a nosotras el 26 de junio. Por recuperar la agenda feminista y contra las leyes trans, que suponen un ataque sin precedentes contra las mujeres, la infancia, la adolescencia, la juventud homosexual y el pensamiento racional. Nos vemos en las calles.