
De las 8,7 millones de especies que habitan la Tierra, los seres humanos son los únicos que realizan autorretratos, caminan sobre la Luna y rinden culto a deidades. A lo largo de las décadas, numerosos estudiosos han sostenido que esta singularidad se debe a nuestra capacidad para aprender unos de otros. A través de técnicas como la enseñanza y la imitación, los humanos pueden crear y transmitir información compleja a lo largo de muchas generaciones. Por ejemplo, si una persona descubre una forma mejor pero más compleja de fabricar un cuchillo, puede compartir esas instrucciones con otros, quienes a su vez podrían encontrar sus propias mejoras.
La evolución cultural acumulativa
Este proceso genera lo que se conoce como el efecto de rueda de ratchet, donde pequeños cambios pueden acumularse con el tiempo para dar lugar a comportamientos y tecnologías cada vez más complejas. Este fenómeno se traduce en las culturas humanas, que los científicos denominan evolución cultural acumulativa. Sin embargo, investigaciones recientes sugieren que otros animales, como las abejas, los chimpancés y los cuervos, también pueden generar complejidad cultural a través del aprendizaje social, lo que ha llevado a replantear el debate sobre la singularidad humana.
Además de la acumulación cultural, los antropólogos están empezando a considerar otro aspecto de la cultura humana: la diversidad de nuestras tradiciones. Mientras que las culturas animales afectan comportamientos cruciales como el cortejo y la alimentación, las culturas humanas abarcan un conjunto masivo y en constante expansión de actividades, desde la vestimenta hasta la narración de historias. Este nuevo enfoque sugiere que la cultura humana no solo es acumulativa, sino que también es intrínsecamente abierta y flexible, lo que permite una diversidad sin igual en comparación con la de otras especies.