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El chicle: un dulce que contamina como el plástico

In Sin categoría
marzo 18, 2025

La contaminación plástica es un problema que ha cobrado gran relevancia en los debates ambientales contemporáneos. Sin embargo, un aspecto que a menudo se pasa por alto es la contribución de productos cotidianos, como el chicle, a esta crisis. La mayoría de los chicles que se comercializan están elaborados con una base sintética, compuesta por rubbers derivados del petróleo, similares a los materiales que se utilizan en la fabricación de neumáticos de automóviles.

A pesar de que esta información puede resultar sorprendente y desagradable para muchos, es fundamental profundizar en el tema. La falta de transparencia por parte de los fabricantes es evidente, ya que en los ingredientes se limita a mencionarse «base de goma», sin detallar su composición real. Esto genera confusión y desinformación entre los consumidores.

La industria del chicle es un negocio significativo, con un valor estimado de 48.68 mil millones de dólares en 2025. Tres empresas controlan el 75% del mercado, siendo Wrigley la más prominente con un 35% de participación. Aunque hay muy pocas estadísticas confiables sobre la producción de chicles, un estudio global estima que se fabrican 1.74 billones de piezas al año. Esto equivale a aproximadamente 2.436 millones de toneladas de chicle anualmente, de las cuales más de 730,000 toneladas son base sintética.

El impacto ambiental del chicle no termina una vez que se escupe. La mayoría de las personas ha visto chicles desechados en bancos, escritorios escolares y pavimentos. Al igual que otros plásticos, el chicle sintético no se biodegrada y puede persistir en el medio ambiente durante décadas, convirtiéndose eventualmente en microplásticos. La limpieza de estos residuos resulta costosa y laboriosa, con un coste promedio que ronda las £1.50 por metro cuadrado, lo que lleva a que las autoridades británicas gasten alrededor de 7 millones de libras anuales en la limpieza de esta contaminación.

Iniciativas y soluciones a un problema creciente

En Reino Unido, se han implementado algunas iniciativas para abordar esta problemática. Se han instalado recipientes de recolección de chicles en lugares públicos, promovidos por la empresa holandesa Gumdrop Ltd., y algunas localidades han comenzado a fomentar la correcta disposición de este residuo. Además, la organización benéfica Keep Britain Tidy lanzó en 2021 una fuerza de tarea centrada en el chicle, en colaboración con los principales fabricantes, buscando invertir hasta 10 millones de libras para limpiar las manchas históricas de chicle y modificar comportamientos en la disposición del mismo.

No obstante, es fundamental entender que la limpieza no es una solución real al problema de la contaminación plástica. La responsabilidad no debe recaer únicamente en el consumidor, sino también en los productores. La narrativa debe cambiar, enfatizando que la contaminación del chicle es un problema corporativo que requiere un enfoque integral. Es necesario implementar políticas que promuevan la reducción, reutilización y reciclaje de estos productos.

La educación juega un papel crucial. Informar a la población sobre los ingredientes del chicle y sus implicaciones ambientales puede disminuir el consumo y fomentar mejores hábitos de eliminación. Además, una etiquetado más claro en los empaques puede empoderar a los consumidores a tomar decisiones más informadas. Las regulaciones más estrictas que obliguen a los fabricantes a rendir cuentas, como un impuesto sobre el chicle sintético, podrían financiar limpiezas y alentar el desarrollo de alternativas más sostenibles.

La contaminación por chicle es una extensión de la crisis plástica que enfrentamos. Es imperativo que comencemos a tratarla como tal, promoviendo un cambio en la producción y el consumo que proteja nuestro medio ambiente para las generaciones venideras.

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