«Los pueblos enemigos de la civilización e incapaces de acceder a mayores niveles de cultura, no poseen ningún derecho a solicitar nuestras simpatías cuando se alzan en contra de la civilización (…) Vamos a enjuiciar y combatir ciertos métodos mediante los cuales se sojuzga a los salvajes, pero no cuestionamos ni nos oponemos a que éstos sean sometidos y que se haga valer ante ellos el derecho de la civilización». Eduard Bernstein.
«Sin embargo, desviando la atención de las fuerzas reales en el mundo, la ideología de los derechos humanos ofrece también a aquellos que mantienen realmente el poder una justificación moral para sus acciones. Así, los intelectuales pequeño-burgueses de la nueva izquierda pueden servir al poder y pretender, al mismo tiempo, ser subversivos. ¿Qué más se le puede pedir a una ideología?». Jean Bricmont.
Han pasado más de cien años desde que el viejo social-imperialista Bernstein publicase «La socialdemocracia alemana y los disturbios turcos» en Die Neue Zeit, XV, 1896-1897. Menos de veinte años después, los partidos de la II Internacional, que ya habían renunciado a la revolución en favor del gradualismo parlamentario, se cubrieron de fango y de mierda apoyando los créditos de guerra de sus gobiernos y no dudaron en mandar a los trabajadores a morir en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, en defensa de los intereses de sus burguesías nacionales.
En oposición a la traición social-chauvinista de los partidos de la II Internacional, se produjo la gran ruptura en el seno del movimiento obrero internacional, con la Revolución de Octubre y el nacimiento de los PPCC y la III Internacional, entre cuyos principios rectores estaba la caracterización del imperialismo como fase superior del capitalismo. Se inauguraba un tiempo nuevo de internacionalismo y de combate feroz contra el imperialismo; un tiempo de grandes victorias, como sucedió en Vietnam y en Cuba; un tiempo culminado con los procesos de descolonización en las décadas de los 60 y los 70 del siglo pasado.
El siglo XX, que alumbró la primera revolución obrera triunfante, fue un tiempo de grandes luchas anti-imperialistas, muchas de ellas culminadas con éxito. Y de enormes movilizaciones de masas, en el seno de los países centrales, de solidaridad con las naciones sojuzgadas y contra las guerras imperialistas. Pero todo cambió en la última década del siglo.
El golpe de estado en Chile, promovido por los EEUU, que truncó la vía chilena al socialismo, así como los golpes militares en el Cono Sur y la ejecución del Plan Cóndor por el Departamento de Estado, constituyeron el primer aviso. Las victorias de Thatcher y Reagan, en 1979 y 1981 respectivamente, que impusieron la hegemonía neoliberal, fueron el segundo aviso. La caída del muro de Berlín en 1989 y la disolución de la URSS en 1991, dejaron el campo libre al imperialismo. Sus ideólogos de cabecera decretaron el fin de la historia. Ya no habría obstáculos a la globalización capitalista y no se tolerarían los estados rebeldes, no sometidos a la disciplina del mercado. Los EEUU, como vencedores de la Guerra Fría, se aprestaron a imponer su ley.
Y se pusieron a la tarea de inmediato. Con el cadáver de la URSS aún caliente, los EEUU, a través su socio alemán y el teócrata del Vaticano, reconocieron la declaración unilateral de independencia de Croacia de la Federación Yugoslava en 1991. Daban comienzo así las sucesivas guerras balcánicas, en pleno corazón de Europa, que en diez años redujeron a cenizas el territorio de lo que fue Yugoslavia. El punto máximo de la ignominia llegó cuando Javier Solana, socialista español y, a la sazón, secretario general de la OTAN, ordenó el bombardeo de Belgrado, una ciudad abierta, sobre objetivos civiles, como el edificio de la TV serbia o la embajada de la República Popular de China, con un saldo final de más de 2.000 muertos.
Previamente, el 2 de agosto de 1990, George Bush senior, invadía Iraq en lo que fue la Primera Guerra del Golfo. Afganistán en 2001; Iraq, de nuevo, en 2003; Siria en 2011, aún en curso; Libia en 2011; Yemen en 2015 y aún en curso. Este es un breve relatorio de las guerras imperialistas emprendidas por los EEUU y sus socios; con su intervención directa o a través de terceros, como en el caso en Siria, donde son milicias salafistas, financiadas y armadas por los EEUU, Francia, Gran Bretaña, Turquía y las petromonarquías del Golfo, las que combaten sobre el terreno.
Y entretanto ¿la izquierda qué?
El leninismo, con su teoría central del imperialismo como fase superior del capitalismo, supuso la universalización real del socialismo, que dejó de ser un movimiento político exclusivamente de europeos blancos y dio alas al movimiento anti-imperialista a escala planetaria. El leninismo supuso la gran ruptura teórica y práctica con el brutal eurocentrismo colonialista que impregnaba a la vieja II Internacional, como apuntábamos más arriba.
Pero los discursos legitimadores de la hegemonía europea y norteamericana no desaparecieron en el seno de la izquierda. Los hijos póstumos del sesentayochismo se aplicaron con saña a revisiones variadas del marxismo, también en su vertiente leninista y anti-imperialista. La imposición de la hegemonía neoliberal y la disolución de la URSS hicieron el resto. El terreno estaba abonado para la proliferación de las teorías posmodernas y posmarxistas, que florecieron en la Academia y entre las filas de la(s) izquierda(s) de las potencias centrales.
Para resumir y no extendernos más allá de las modestas pretensiones de este artículo, hay un pasaje de Toni Negri en «Imperio» muy representativo del giro de las nuevas izquierdas: «Durante las últimas décadas, mientras los regímenes coloniales eran derrocados, y tras el colapso final de las barreras soviéticas al mercado capitalista mundial, se ha producido una irresistible e irreversible globalización de los intercambios económicos y culturales». Según Negri, el mercado global habría hecho emerger «un nuevo orden, una nueva lógica y una nueva estructura de mando, en suma, una nueva forma de soberanía: el Imperio. Este tipo de sociedad que se estaría desarrollando ante nuestros ojos sería el sujeto político que regula efectivamente estos cambios globales, el poder soberano que gobierna al mundo.» La irreversibilidad y la irresistibilidad de la globalización del mercado capitalista harían inútil cualquier resistencia al mismo. Por otro lado el concepto de «Imperio» remite, por oposición al de «imperialismo», a una nueva fase del capitalismo globalizado. Los viejos imperialismos habrían desaparecido y Negri afirma repetidamente, y sin ponerse colorado, que los EEUU ya no son una potencia imperialista. Contra toda evidencia. Y sirva el relatorio de intervenciones imperialistas de los EEUU, directas e indirectas, que hicimos más arriba, para desmentir las tesis de Negri.
Si al viejo eurocentrismo, ahora recuperado, y a la inutilidad de oponerse a los procesos de la globalización capitalista, le añadimos el discurso de las «intervenciones humanitarias», ya tenemos el marco teórico y práctico completo de las renuncias, de las falacias y de la funcionalidad de las «nuevas izquierdas» para el imperialismo. El concepto de «intervención humanitaria» fue puesto en circulación por los ideólogos del imperialismo durante las guerras yugoslavas, en la década de los noventa del siglo pasado. Después de la guerra de Kosovo ha sido utilizado con profusión y en distintos escenarios internacionales. Obviamente es un concepto derivado de «la ideología de los derechos humanos», como la llama con acierto Jean Bricmont, que a su vez es un instrumento ideológico de primer orden para justificar las guerras imperialistas. Los EEUU desmantelaron el orden internacional basado en la Carta de la ONU, que partía de la premisa de igual soberanía de todas las naciones, para imponer la ideología de los derechos humanos, que naturalmente interpretan ellos en exclusiva. Jean Bricmont sostiene con acierto que «la izquierda se ha autodestruido aceptando las intervenciones humanitarias.» (Entrevista concedida al diario Público el 25.11.2015). Y además explica por qué ha podido suceder: «En última instancia uno debe llevar a cabo un análisis de clase de la ‘nueva izquierda’. Mientras que la ‘vieja izquierda’ se basaba en la clase obrera y sus dirigentes procedían de esa clase social, la nueva izquierda está enteramente dominada por intelectuales pequeño-burgueses.»
En este punto, exactamente, nos encontramos varados, como un cachalote en un arenal deshidratándose al sol.